Miguel Rizaldos, psicólogo clínico: «Complacer en todo a un niño es maltratar»

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«La queja es como una mecedora, se mueve pero no avanza», advierte el autor de «Guía para papás y mamás en apuros», pionero de la psicología «online» que nos revela cinco claves para sentirnos bien a partir de los 50... «o a cualquier edad».

01 oct 2022 . Actualizado a las 16:18 h.

La infancia y la adolescencia son un libro (un poco) abierto en manos del especialista en Psicología Clínica y máster en Psicología Infantil y Juvenil, Miguel Ángel Rizaldos (Madrid, 1967), pionero de la psicoterapia online. ¿Cómo se puede atender a un paciente virtualmente? «Se hace bastante igual que de manera presencial. Al final, lo importante no es tanto cómo se hacen las cosas como la relación con el paciente. A veces se tiene el estigma, la falsa sensación, de que, al ser online, va a resultar más frío, y presencial, más personal, y no es así», comienza.

—¿Nos soltamos más «online»?

—Hay pacientes que, de manera virtual, te cuentan lo que no le habían contado a nadie. Porque cada uno está en su sitio. Cuando vas a una consulta, vas a un terreno que no es el tuyo y en el que igual no te sientes cómodo. La consulta online no vale para todos los casos, pero es un modo de llegar al paciente.

—¿Dónde está la clave? ¿Depende de la dolencia o depende más del paciente?

—Depende de si la persona lo ve oportuno o no. Depende de las características de cada persona. Yo tengo pacientes desde Australia, China, EE.UU., y esto sería impensable si no tuviese la opción online.

—¿Los problemas son los mismos aquí que en China, en Australia o en Estados Unidos?

—Sí, con la pandemia, estamos casi todos en las mismas. Los problemas fundamentales que vemos en psicología, tanto presencialmente como online, son de ansiedad y de distimia, un tipo depresión leve pero frecuente, en la que somos capaces de llevar nuestro día a día, pero vamos a trancas y barrancas, sin energía, con falta de ganas e ilusión. La ansiedad y la distimia son cosas distintas, pero, al final, se acaban dando la mano. Cuando llevas un período de ansiedad que no acabas de manejar, probablemente tienes distimia.

—¿Han surgido enfermedades mentales nuevas con la pandemia?

—Yo creo que no. Se trata de lo mismo, con matices distintos. Con la pandemia, sí es verdad que estamos viendo jóvenes y niños con problemas que antes eran muy puntuales en ellos, como las autolesiones...

—¿Por qué se autolesiona un niño? Es algo que cuesta encajar.

—Hablando con otros psicólogos clínicos, vemos que es algo que está ocurriendo bastante. No sé hasta qué punto se ha puesto de moda... Una autolesión no deja de ser el manejo del dolor emocional de un modo inadecuado. Como no saben cómo manejar ese dolor, lo manejan como saben, con lo físico. 

—¿Para sufrir menos mentalmente?

—Sí. «Si me hago una herida aquí, sé que me duele aquí». Y esto en ciertos círculos, como el de las redes sociales, se ha distribuido y contagiado. Los padres muchas veces vienen a consulta sobrecogidos, muy asustados.

—¿Qué hacemos ante un caso así?

—Lo primero es darnos cuenta de que está pasando y ponernos en manos de un profesional de la salud mental, como un psiquiatra o un psicólogo, porque hablamos de un tema importante.

—Dices que para ir al psicólogo no hace falta estar mal...

—Sí, siempre digo que para ir al psicólogo no hace falta estar mal, sino querer estar mejor. Ahora todo el mundo habla de salud mental, y habla cualquiera... Y este es justo el problema. Yo soy muy crítico con los vendedores de humo, con los coach mr. Wonderful. A veces dicen cosas que vienen de la psicología positiva o de la filosofía, pero son cuatro perogrulladas que pueden ser muy peligrosas.

—A veces te hacen sentir que eres infeliz por tu culpa, por tu fragilidad.

—Efectivamente. Están continuamente con el «Si quieres, puedes» y cansa, porque no es verdad. El esfuerzo aumenta la posibilidad de conseguir las cosas, sí, pero a veces pones toda la carne en el asador y no lo consigues. ¿Es injusto? Sí, pero hay que aceptar que a veces la vida es injusta, y esto no te lo cuentan porque no vende. Hay problemas que no tienen solución o cuya solución no está en tu mano. Hay que aprender a aceptar que no todo depende de ti.

Rizaldos es autor de «Guía para papás y mamás en apuros».
Rizaldos es autor de «Guía para papás y mamás en apuros».

—¿Cómo remediamos el analfabetismo emocional?

—Tenemos que aprender a manejar y a regular nuestras emociones.

—En esto una madre o un padre sobreprotector no ayudan mucho...

—No. Complacer en todo al hijo es muchas veces igual que hacer un maltrato. Al complacer en todo a tu hijo, le estás desprotegiendo, le estás acostumbrando a algo que no existe, porque la vida no va a ser así. A veces dar todo a un niño, complacerle en todo, también es maltratar. Les desproteges frente a la vida.

—Hay que saber en qué consentir, ¿no? No es lo mismo tolerar que coma todos los días salchichas con kétchup que consentir que tenga una rabieta.

—Evidentemente. A veces claro que hay que consentir las rabietas. Cuando son pequeños, llorar es muchas veces la única manera de expresarse que tienen.

—Si castigas a tu hijo sin ir a un cumpleaños, ¡otros padres te miran mal! Es fuerte esa presión social de los padres que adaptan su agenda por completo a los eventos del hijo.

—El problema es que hemos pasado de un tiempo en el que los niños no eran el centro del mundo a otras generaciones que han pasado al extremo contrario, donde los padres y la vida se genera en torno a lo que quieren los niños casi siempre. El problema con esto es que no estamos trabajando algo que es muy importante: la tolerancia a la frustración.

—¿Por qué es tan importante tolerar las frustraciones?

—Porque, al final, la vida te va a frustrar, porque no va a ser siempre lo que tú quieres. Hay que aprenderlo de niño.  Y es que además decirle que sí a todo al niño no le beneficia. Si me dijeras que eso, el día de mañana, le beneficia, que lo convertirá en un tío feliz... pero no es así. Lo más probable es que sea un desgraciado. ¿Por qué? Porque se ha acostumbrado a unas reglas que no son las de la vida real. Lo que tú le consientes como padre o como madre no se lo va a consentir su pareja, el jefe, un amigo, un compañero... Al final, cada vez lo va a pasar peor. Hay que poner límites. Esa es nuestra labor como padres y educadores: poner límites. Lo que pasa es que no es fácil, no es agradable. La labor del padre es un rollo muchas veces, pero al final tiene sus frutos. Tus hijos te lo agradecerán mañana. Quien te quiere te pondrá límites. A quien no te los pone le das igual. Te diría como psicólogo que una de las palabras más importantes que tenemos es el «no», pero no somos capaces de decirlo por evitar conflictos con el otro. Así que, al final, el conflicto lo acabaré teniendo conmigo mismo porque eso machaca mi autoestima.

—Hay que saber decir que no. Las formas son importantes, el «no» tranquilo de Carles Capdevila.

—Sí, es importante la comunicación asertiva. A veces, es más importante cómo decimos las cosas que lo que decimos en sí. Podemos decir mejor lo que queremos si, en lugar de una queja o una crítica, hacemos una petición. Si hacemos una petición, ponemos el foco en nosotros. Si hacemos una queja, el foco lo ponemos en el «fallo» del otro y es difícil que haya comunicación.

—¿Qué pasa cuando nos molesta tanto un halago como una crítica?

—Somos una cultura de poco halago. Sin embargo, el halago y el reconocimiento nos hacen sentir bien...

—A veces desconfiamos cuando nos halagan. Pensamos: «¿Y este qué querrá de mí?».

—Es que nuestra mente da mucha más importancia a lo negativo que a lo positivo. Según los estudios, hay una relación de cinco a uno. Si a tu pareja le dices una cosa negativa, tendrías que decirle cinco positivas para contrarrestar. Lo positivo es como teflón, ¡se escurre del cerebro! En cambio, lo negativo es como velcro, se agarra bien, como dice un neuropsicólogo. Los halagos no son malos, ni para los demás ni para ti mismo. Si reconoces tus cosas buenas, te vas a sentir bien.

—También está bien ser conscientes de nuestros defectos y fragilidades, ¿no?

—Sí. Estoy escribiendo un libro sobre esto, sobre nuestra vulnerabilidad. Somos lo que somos gracias a nuestras fortalezas, pero también a nuestras debilidades. Y habrá vulnerabilidades que podamos modular, pero cambiar no. Entonces, tendré que aprender a aceptar. Si no, me quedaré instalado en la queja. Y la queja es como una mecedora, se mueve pero no avanza.

—¿Mi virtud y mi defecto son las dos caras de una misma moneda? 

—Nuestras fortalezas a veces tienen una cara A y una cara B. Por ejemplo, en personas que tienen muy buena capacidad intelectual, su cara A es ser creativos, solucionar problemas, pero ¿sabes cuál es la cara B? Que le dan vueltas a la cabeza como nadie...

—¿Vas al psicólogo?

—Yo he ido. Los psicólogos somos personas. Esto a los pacientes les da un poco de miedo, porque ellos te ven un poquito como supermán. Pero eres una persona como cualquier otra, solo que con las herramientas más afiladas.

—También puede calmar que el psicólogo vaya al psicólogo, es como cuando el tendero come lo que vende...

—Cuando trabajo con padres, siempre comento que soy padre de dos adolescentes. Soy psicólogo, pero cuando llego a casa y estoy cansado, puedo funcionar como cualquier padre cansado. Cuando estamos cansados, no pensamos con claridad.

—Danos cinco claves para el bienestar a partir de los 50. 

De los 50 para arriba y de los 50 para abajo, da igual; a cualquier edad. Seligman, uno de los que iniciaron la psicología positiva, propuso, en vez de estudiar a las personas que tienen problemas, a las que tienen menos problemas y las que se sienten mejor. ¿Qué hacen? El primer comportamiento que genera bienestar es relacionarte con los demás. Es cuestión de supervivencia (la persona que se aísla tiene menos probabilidades de supervivencia, aunque las relaciones sociales no son fáciles). El segundo, ser agradecido; poner el foco en lo que tienes, no en lo que te falta. El tercero, ayudar a los demás (la persona que da se siente mejor que la que recibe). Y dos hábitos muy importantes para el bienestar son cuidar el descanso y hacer ejercicio físico. Esto es algo vital para nuestro cerebro.