—No. Complacer en todo al hijo es muchas veces igual que hacer un maltrato. Al complacer en todo a tu hijo, le estás desprotegiendo, le estás acostumbrando a algo que no existe, porque la vida no va a ser así. A veces dar todo a un niño, complacerle en todo, también es maltratar. Les desproteges frente a la vida.
—Hay que saber en qué consentir, ¿no? No es lo mismo tolerar que coma todos los días salchichas con kétchup que consentir que tenga una rabieta.
—Evidentemente. A veces claro que hay que consentir las rabietas. Cuando son pequeños, llorar es muchas veces la única manera de expresarse que tienen.
—Si castigas a tu hijo sin ir a un cumpleaños, ¡otros padres te miran mal! Es fuerte esa presión social de los padres que adaptan su agenda por completo a los eventos del hijo.
—El problema es que hemos pasado de un tiempo en el que los niños no eran el centro del mundo a otras generaciones que han pasado al extremo contrario, donde los padres y la vida se genera en torno a lo que quieren los niños casi siempre. El problema con esto es que no estamos trabajando algo que es muy importante: la tolerancia a la frustración.
—¿Por qué es tan importante tolerar las frustraciones?
—Porque, al final, la vida te va a frustrar, porque no va a ser siempre lo que tú quieres. Hay que aprenderlo de niño. Y es que además decirle que sí a todo al niño no le beneficia. Si me dijeras que eso, el día de mañana, le beneficia, que lo convertirá en un tío feliz... pero no es así. Lo más probable es que sea un desgraciado. ¿Por qué? Porque se ha acostumbrado a unas reglas que no son las de la vida real. Lo que tú le consientes como padre o como madre no se lo va a consentir su pareja, el jefe, un amigo, un compañero... Al final, cada vez lo va a pasar peor. Hay que poner límites. Esa es nuestra labor como padres y educadores: poner límites. Lo que pasa es que no es fácil, no es agradable. La labor del padre es un rollo muchas veces, pero al final tiene sus frutos. Tus hijos te lo agradecerán mañana. Quien te quiere te pondrá límites. A quien no te los pone le das igual. Te diría como psicólogo que una de las palabras más importantes que tenemos es el «no», pero no somos capaces de decirlo por evitar conflictos con el otro. Así que, al final, el conflicto lo acabaré teniendo conmigo mismo porque eso machaca mi autoestima.
—Hay que saber decir que no. Las formas son importantes, el «no» tranquilo de Carles Capdevila.
—Sí, es importante la comunicación asertiva. A veces, es más importante cómo decimos las cosas que lo que decimos en sí. Podemos decir mejor lo que queremos si, en lugar de una queja o una crítica, hacemos una petición. Si hacemos una petición, ponemos el foco en nosotros. Si hacemos una queja, el foco lo ponemos en el «fallo» del otro y es difícil que haya comunicación.
—¿Qué pasa cuando nos molesta tanto un halago como una crítica?
—Somos una cultura de poco halago. Sin embargo, el halago y el reconocimiento nos hacen sentir bien...
—A veces desconfiamos cuando nos halagan. Pensamos: «¿Y este qué querrá de mí?».
—Es que nuestra mente da mucha más importancia a lo negativo que a lo positivo. Según los estudios, hay una relación de cinco a uno. Si a tu pareja le dices una cosa negativa, tendrías que decirle cinco positivas para contrarrestar. Lo positivo es como teflón, ¡se escurre del cerebro! En cambio, lo negativo es como velcro, se agarra bien, como dice un neuropsicólogo. Los halagos no son malos, ni para los demás ni para ti mismo. Si reconoces tus cosas buenas, te vas a sentir bien.
—También está bien ser conscientes de nuestros defectos y fragilidades, ¿no?
—Sí. Estoy escribiendo un libro sobre esto, sobre nuestra vulnerabilidad. Somos lo que somos gracias a nuestras fortalezas, pero también a nuestras debilidades. Y habrá vulnerabilidades que podamos modular, pero cambiar no. Entonces, tendré que aprender a aceptar. Si no, me quedaré instalado en la queja. Y la queja es como una mecedora, se mueve pero no avanza.
—¿Mi virtud y mi defecto son las dos caras de una misma moneda?
—Nuestras fortalezas a veces tienen una cara A y una cara B. Por ejemplo, en personas que tienen muy buena capacidad intelectual, su cara A es ser creativos, solucionar problemas, pero ¿sabes cuál es la cara B? Que le dan vueltas a la cabeza como nadie...
—¿Vas al psicólogo?
—Yo he ido. Los psicólogos somos personas. Esto a los pacientes les da un poco de miedo, porque ellos te ven un poquito como supermán. Pero eres una persona como cualquier otra, solo que con las herramientas más afiladas.
—También puede calmar que el psicólogo vaya al psicólogo, es como cuando el tendero come lo que vende...
—Cuando trabajo con padres, siempre comento que soy padre de dos adolescentes. Soy psicólogo, pero cuando llego a casa y estoy cansado, puedo funcionar como cualquier padre cansado. Cuando estamos cansados, no pensamos con claridad.
—Danos cinco claves para el bienestar a partir de los 50.
—De los 50 para arriba y de los 50 para abajo, da igual; a cualquier edad. Seligman, uno de los que iniciaron la psicología positiva, propuso, en vez de estudiar a las personas que tienen problemas, a las que tienen menos problemas y las que se sienten mejor. ¿Qué hacen? El primer comportamiento que genera bienestar es relacionarte con los demás. Es cuestión de supervivencia (la persona que se aísla tiene menos probabilidades de supervivencia, aunque las relaciones sociales no son fáciles). El segundo, ser agradecido; poner el foco en lo que tienes, no en lo que te falta. El tercero, ayudar a los demás (la persona que da se siente mejor que la que recibe). Y dos hábitos muy importantes para el bienestar son cuidar el descanso y hacer ejercicio físico. Esto es algo vital para nuestro cerebro.