Lejos del aula, Enrique también se siente como la pieza que no termina de encajar en el puzle. «No consigue hacer grupo. Se lleva bien con todos porque es muy agradable, pero no conecta con nadie. Es un niño distinto, especial, con una madurez distinta, que tiene intereses diferentes a los de sus compañeros. De alguna manera aprende a camuflarse, pero no se siente bien, y cuando sus amigos perciben su intensidad, su madurez y no se identifican con él, no es un igual, entonces lo vuelven a dejar de lado», dice Ana para explicar lo que pasó a principios de este curso con el grupo nuevo. «Esta misma noche me dijo: ‘Mamá, nadie entiende cómo pienso o siento. Soy como un videojuego pasado de moda, ya nadie quiere hablar conmigo'», relata esta madre para dar cuenta de lo que está viviendo el pequeño.
Asegura que los niños con altas capacidades no soportan las injusticias, no entienden ni acatan la orden del porque sí o porque no. «Cosas tan sencillas como dar un argumento, que es increíble que el sistema se niegue, pero al final los frustra, los desmotiva hasta tal punto que se rinden. Es como si cuando Rafa Nadal empezó a jugar y a despuntar, el entrenador le hubiera dicho que se sentara en el banquillo hasta que el resto adquiriera su nivel. Hubiera matado el talento de Rafa Nadal, y hoy no sería nadie. Esto es lo que les hacen a estos niños: sentarlos en el banquillo a esperar».