Ana, madre de dos niños superdotados: «Mi hijo de 10 años con altas capacidades pidió morir porque no encaja en el sistema»

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ANGEL MANSO

Está dispuesta a dejar de pedir perdón porque sus hijos, de 10 y 5 años, tengan altas capacidades. Esta madre gallega relata cómo lucha a diario para que los pequeños, que sufren con el actual sistema educativo, sean niños felices

25 may 2022 . Actualizado a las 09:01 h.

Ana hoy quiere dar un paso al frente. Quiere dejar de esconderse y gritar a los cuatro vientos que es «madre de dos hijos superdotados y que no pasa nada». «No soy prepotente, no estoy presumiendo, le estoy diciendo a la sociedad que esta realidad existe y que los niños sufren por ello», señala esta madre, que «a pesar de no ser activista ni revolucionaria», quiere liderar una lucha para dar visibilidad a las altas capacidades. Está dispuesta a trabajar y a «pelearse» para acercar esta realidad, la suya, a las personas, con un objetivo: conseguir que el sistema se adapte a estos niños.

 Ana es madre de Enrique (10) y de Carlo (5), ambos con esta condición. Desde muy temprano empezó a sospechar que algo pasaba en la cabecita del mayor. «Lo típico es darte cuenta porque el niño lee con 3 años o toca el violín con 5, pero yo lo vi claro mucho antes, por cómo resolvía los problemas. Aún no tenía un año, y como quería saltar de la cuna a la cama mientras yo dormía, acumuló toda la ropa de la cuna y los peluches para hacer una escalera y saltar. Y saltó, casi me mata del susto», relata.

Cuando Enrique tenía 3 años el pediatra le dijo que había que pensar en valorarlo por hiperactividad, «se confunde mucho con las altas capacidades». Hasta primero de primaria todo fue más o menos bien. Explica que hablamos de un niño ejemplar, «porque son muy literales con las normas y muy exigentes con ellos mismos, no les gusta que les llamen la atención». Pero al llegar a segundo, Enrique no quiere ir al cole, «llora día y noche», y empieza a caer en un estado depresivo. Dice que se aburre en clase, y según cuenta Ana, desde el colegio le advierten que «tiene que esperar a pesar de que quiere avanzar».

En cuestión de un mes ese niño «ejemplar» se convirtió en «prepotente» para la profesora. «Le digo que hay un problema, que al niño le está pasando algo, que por qué está frustrado de esa manera, que si quiere aprender que le ayudemos, pero me lo niega, me dice que tiene que esperar». Como madre no estaba dispuesta a cruzarse de brazos, y decidió confirmar sus sospechas. «Llegué con el informe de un sitio especializado que confirmaba las altas capacidades, una medición avalada por toda la universidad de Occidente —señala Ana— y me seguían diciendo que no lo veían, a pesar de que tanto la ley estatal como la Xunta contemplan un protocolo específico, pero nadie lo cumple. Atienden cuando hay déficit, pero no cuando hay de más».

Llegó el confinamiento, y Ana señala que desde el centro educativo le negaron cualquier tipo de ayuda. No contenta con ello, insiste y consigue que le pongan un pedagogo terapeuta, «que fue una tabla de salvación para el niño», porque le planteó proyectos de investigación, trabajos, le reforzó la parte emocional para engancharle otra vez la motivación... «Pero desde el cole me seguían mandando material repetitivo, fichas, más fichas... Estas fichas del siglo XIX para un niño con altas capacidades es como si a un alérgico al huevo le das huevo. Este sistema le provoca crisis de ansiedad, nerviosas, desmotivación, pesadillas, ganas de tirarse al suelo, de gritar, de autolesionarse... Hablamos de una situación grave. Mi hijo con 7-8 años pidió morir durante un curso entero, y ahora lo vuelve a pedir. No es una cosa de un momento ni se volvió loco, a esa edad ni volviéndote loco dices algo así, y mucho menos lo repites un año después. Es muy duro», confiesa Ana, que decidió buscar ayuda en asociaciones, en familias en la misma situación, en grupos de redes... 

CAMBIO DE CURSO

Empezó a devorar libros. Quería saber a lo que se estaba enfrentando, de qué forma podía estar afectándole al niño su sistema de educar y de criar, «porque también influye», y apostó por formarse y aprender. Se planteó cambiar de centro, pero después de mucho investigar se encontró «con que es un denominador común a nivel nacional, que no es un problema puntual de este colegio». «A los profesores no los preparan a pesar de que el protocolo les exige que cuando hay este tipo de niños en el aula, el centro tiene que promover formación. Tiene que haber un profesorado adecuado y una metodología inclusiva para todos, no solo para el que tenga dificultades. Son niños que preguntan. No basta con ‘esto es redondo y negro'. Es que te dicen: ‘¿Por qué es redondo? ¿Y negro? ¿Y qué pasaría si fuera cuadrado?'. Son niños que para unos temas tienen 7 años, y para otros, 16. La sociedad piensa que es una suerte que tengas niños tan inteligentes, pero no es una suerte, tampoco es una desgracia. Es un modo de vivir diferente, es un modo de ser madre diferente. Con su cara A y su cara B».

Cuando terminó tercero, el gabinete especial de la Xunta optó por pasarlo directamente a quinto, donde cursa actualmente. «El pedagogo sigue trabajando con él consciente de que tiene altas capacidades ayer, hoy y mañana, y que en cuanto coja el nivel, llegará de nuevo el aburrimiento; algunos profesores lo hacen puntualmente, pero el resto se descansa, porque como ya pasó de curso, ya está. Pretenden normalizar, y no se puede normalizar. Es como si pretendemos que un asperger deje de ser asperger. No va a dejar de serlo. Sus necesidades educativas son las mismas, el sistema lo reconoce como un niño de atención específica, pero no se la da nadie. En ningún colegio».

Lejos del aula, Enrique también se siente como la pieza que no termina de encajar en el puzle. «No consigue hacer grupo. Se lleva bien con todos porque es muy agradable, pero no conecta con nadie. Es un niño distinto, especial, con una madurez distinta, que tiene intereses diferentes a los de sus compañeros. De alguna manera aprende a camuflarse, pero no se siente bien, y cuando sus amigos perciben su intensidad, su madurez y no se identifican con él, no es un igual, entonces lo vuelven a dejar de lado», dice Ana para explicar lo que pasó a principios de este curso con el grupo nuevo. «Esta misma noche me dijo: ‘Mamá, nadie entiende cómo pienso o siento. Soy como un videojuego pasado de moda, ya nadie quiere hablar conmigo'», relata esta madre para dar cuenta de lo que está viviendo el pequeño.

Asegura que los niños con altas capacidades no soportan las injusticias, no entienden ni acatan la orden del porque sí o porque no. «Cosas tan sencillas como dar un argumento, que es increíble que el sistema se niegue, pero al final los frustra, los desmotiva hasta tal punto que se rinden. Es como si cuando Rafa Nadal empezó a jugar y a despuntar, el entrenador le hubiera dicho que se sentara en el banquillo hasta que el resto adquiriera su nivel. Hubiera matado el talento de Rafa Nadal, y hoy no sería nadie. Esto es lo que les hacen a estos niños: sentarlos en el banquillo a esperar». 

EL HERMANO TAMBIÉN

A principios de este curso, la historia se repitió de nuevo. Ya le habían advertido porque existe una carga genética importante. Y así fue. Cuando el pequeño Marco empezó a manifestar que no quería ir al colegio porque era aburrido, decidió no perder el tiempo, y pedir la evaluación que confirmó el diagnóstico. «A pesar de que era el mismo colegio y llovía sobre mojado, vuelvo a tener los mismos problemas. La tutora me sigue diciendo que no lo ve. Yo le digo: ‘Entonces cuando viene un niño cardiópata con un informe del cardiólogo también les decís que no lo veis, y lo ponéis a correr porque creéis que puede'», señala Ana, que reflexiona sobre lo que supone para un niño, que con 4 años sabía sumar y restar (sin ser consciente), llevar todo el curso haciendo las vocales.

Está dispuesta a luchar para exigir a los centros que detecten, identifiquen y trabajen con los niños con altas capacidades. «Galicia se tiene que subir al carro, y nosotros como padres dejar de escondernos. No tenemos que vivir pidiendo perdón por ser como son, porque la diferencia tiene que ser admitida de una vez por todas, no hay de qué avergonzarse». Ella está muy orgullosa de sus pequeños.