Para los migrantes, el buque de rescate es el paraíso tras días de infierno. No solo en el mar; venían de estar en la cárcel de Libia, «no por haber cometido delitos, sino porque la cárcel funciona allí como un negocio y una forma de extorsión. Libia es la manera que tienen los chicos egipcios de llegar a Europa. Y allí los meten en prisión y les dan palizas a diario», dice Alfonso.
Estuvieron seis días pidiendo puerto para atracar. Estaban en aguas de Malta, pero Malta no responde; se contacta con Italia e Italia dice que «no es de su incumbencia». El capitán vuelve a contactar, pero la insistencia es infructuosa. Se contacta entonces con España: «Les decimos que somos un buque de bandera española. Y no responde... martes, miércoles, jueves, ¡nada!».
El tiempo era tan malo que el capitán decidió acercarse a la costa de Malta, el punto más cercano, para refugiarse.
Llegaron a Malta, pero Malta les obligó a salir de su puerto. Llevaban días a bordo sin apenas comida, muy alterados, sin dormir, con varios enfermos en situación alarmante. «Y entonces Italia responde [al cabo de seis días] y nos da puerto en Trápani, en Sicilia, el 25 de octubre. Recuerdo la explosión de alegría entre los refugiados, enorme. Pero hubo un despliegue digno de ver en puerto... Parece que lleváramos a bordo cien asesinos en serie... El capitán montó en cólera: ‘Llevamos seis días a la deriva, sin comida. Les ha traído la Cruz Roja comida, llevamos aquí diez minutos y ni les dejáis comer tranquilos, ya los estáis interrogando’». La experiencia no cabe entera.
Todos llegaron a puerto. La esperanza se salvó esta vez. Ese es el gran premio.
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