Toni Acosta, actriz: «Soy una divorciadita feliz»

YES

Carlos Villarejo

A sus 50 años, la intérprete vive la época dorada de su vida. Acaba de estrenar «Espejo, espejo», una comedia en la que toca mirarse de frente. «Ahora es cuando soy capaz de verme. A los 30 eres megaexigente, pero ahora me miro mejor», asegura

21 may 2022 . Actualizado a las 10:13 h.

Se ríe tanto como hace reír. Y lo hace a carcajadas, especialmente cuando toca hablar de los gajes que tiene el oficio de soltera. «Si vuelves al mercado, tampoco puedes tener las expectativas muy altas», dice Toni Acosta (Tenerife, 1972). Sí las tiene en lo profesional, y no es para menos. Al estreno este viernes día 20 de mayo en cines de Espejo, espejo le sumará el de otras tres películas este año. Pero mientras su carrera no deja de brillar, la actriz no pierde de vista a sus hijos: «Si ahora necesito rodar más cerca y estar un poco más en casa para gozarme su adolescencia, pues me quedo».

—¿Qué ves cuando te miras en el espejo?, ¿qué te dice tu reflejo?

—Pues mira, yo a día de hoy curiosamente, cuando me miro al espejo, estoy muy reconciliada con lo que veo. Creo que eso te lo da la edad, no me monto muchas películas. Lo que tengo es mucho agradecimiento a la persona que soy y al momento de vida que vivo. Y pienso que me quedan muchas cosas bonitas por hacer.

—Pero también se reflejan las inseguridades, y hay días en que uno se mira y solo ve lo malo.

—Yo creo que los actores, al estar todo el rato poniéndonos en la piel del otro, estamos un poco en terapia permanente. No es solo mirarnos al espejo, es también vernos en la pantalla, con la particularidad de que no solo te ves tú, sino que también te ve mucha gente. Entonces, o estás un poco reconciliado o no se gestiona bien esta profesión. A pesar de que yo veo los signos del paso del tiempo, porque puedo verme una mañana más o menos ojeras o, simplemente, ese día no encontrarme o no haber dormido igual de bien, no es en eso en lo que me fijo cuando me miro al espejo. Intento tener una visión global de la persona que soy. Soy capaz de decir: «Vaya, ya tienes canas, tenemos que volver a la peluquería». Pero no estoy enfadada, estoy a gusto con el reflejo que me devuelve el espejo a día de hoy.

—Para estar reconciliada tuvo que haber antes conflicto. ¿Es inevitable?

—Sí, inevitable totalmente. Y por eso te digo que creo que la edad es lo que te permite verte con compasión. Con 30 eres megaexigente, y a medida que pasan los años, vas viendo que hay cosas que no son tan importantes.

—¿Y con los 50 que has cumplido tú, cómo eres?

—Creo que con 50 me miro con mucho más cariño y amor que con los que me miraba a los 30. Me ha llevado un tiempo, y supongo que meditación, yoga y algunas caídas a los infiernos de la autoestima... Y he tenido que saber levantarme. Pero es que yo a los 50 me miro mejor de lo que me miraba con 30, sin ninguna duda. Y que con 40, eh. Creo que con 50 es cuando soy capaz de verme mejor, a pesar de que mis hijos se ríen muchísimo cuando digo: «Oye, ¿pero y este ojo? Yo no lo tenía así, está más caído». Ellos me dicen: «Mamá, pues obvio», ¡ja, ja!

—¿Sobreviviste a la adolescencia?

—Del todo no, porque tengo a una en plena adolescencia aún. Convivo con la adolescencia, que es distinto, y por eso yo creo que me miro con tanto amor, ¡ja, ja! Llegas por la noches y piensas: «‘Lo hice lo mejor que he podido’, o ‘lo hago como madremente puedo’», que es también el título de un libro que ha sacado la actriz Andrea Ros. Mi hija tiene 13 años y mi hijo 17, o sea, que aún me queda un poco.

—Hablando de hijos, se acerca la tercera parte de «Padre no hay más que uno» con Santiago Segura. Está ambientada en la Navidad, pero estrenáis en julio.

—Sí, el día 15 de julio. A Santiago, sinceramente, a estas alturas lo respeto profundamente, porque acierta siempre. Y él tenía muchas ganas de hacer una película navideña de la saga de esta familia. Le dijeron: «Pero estrenas en verano». Y la verdad es que yo también pienso que da igual, porque la película queda ahí para toda la vida. A nosotros nos encantó, y de hecho la rodamos en Navidad. Se ha hecho ya a petición popular, porque los padres se saben los diálogos de la primera y de la segunda, y están deseando escuchar otras frases nuevas.

—Tu personaje en «Espejo, Espejo» vive ese momento incómodo de rechazar a alguien tras una noche de mal sexo.

—Sí, totalmente, ja, ja. A mí desde el primer momento en que leí el guion me gustó mucho el hecho de que el personaje sea una mujer que además vive una situación que es casi de abuso, del jefe con la secretaria. Pero ella se planta y dice: «Ha ido fatal, no quiero repetir». Eso me gustaba mucho, ver en la pantalla a alguien que se atreve a decir que no porque ha sido un desastre. Lo dice sin decirlo, pero es que es obvio que lo ha sido. Y el otro, mientras, no entiende nada de nada. Yo cuando la vi me reí a carcajadas en casa. Si alguno entra en la peli de sobremesa, se despierta y se engancha. A mí me gusta esa cosa de no mentirte delante del espejo. Chica, si ha sido un desastre, pues lo ha sido.

—¿Son cosas que pasan cuando una vuelve al mercado?

—Sí, pero yo tengo que reconocer que me lo tomo con mucho humor. Silvia Abril y yo lo mostramos en nuestro programa de radio. Obviamente, yo soy una divorciadita feliz, pero si vuelves al mercado tampoco puedes tener las expectativas muy altas [ríe a carcajadas]. Uno está en la vida para divertirse y tener buenos ratos, pero creo que ha habido durante muchas generaciones un error: el de tener que encontrarte a la pareja de tu vida. Y yo, que he llegado a una determinada edad soltera, no tengo esas expectativas. Unas veces sale bien, otras veces sale mal... A veces tienes relaciones que duran más, otras son un affaire y ya está. El error es que tu felicidad y tu plenitud dependan de eso, y ahí es donde yo me reivindico. Este ha sido mi camino, pero también veo luego a personas que son tremendamente felices con una pareja de toda la vida. Lo respeto, pero a mí no me ha sucedido así. Yo recuerdo que antes era: «Ay, estás soltera», como con pena. Y no es por nada, pero a mí algunas ahora me lo dicen con bastante envidia, ¡ja, ja, ja!

—Tu separación fue modélica. En tu ex no encontraste a la pareja perfecta, pero sí seguís siendo la familia perfecta.

—Lo sé, y por eso siento tanto agradecimiento. Yo sé que hay varios modelos distintos de familia, y nosotros pese a ser expareja, somos muy buenos amigos y siempre hemos tenido un sentimiento de unidad familiar muy fuerte. Si hay un problema, por donde sea, por los niños o porque afecta a la familia, sabemos apoyarnos, animarnos y sujetarnos como unidad familiar. No pasa tantas veces, y creo que esto también se trabaja y se ejercita. Hay que hacer un ejercicio de buena voluntad, de amistad, de quedarte con lo bueno para apoyarte como familia.

—También lo han hecho los abuelos, ¿para ti Raphael sigue siendo internamente como tu suegro?

—Sí, tenemos una relación buenísima, y mis padres también. Por encima de ser o no una pareja, seguimos siendo una familia.

—Volviendo a esa escena de mal sexo con Santi Millán, creo que hubo un susto. ¿Qué te pasó?

—Sí. Sin hacer espóiler, la intención era que quedase una escena patética, aunque tampoco queríamos que fuese grosera. Entonces, propusimos caernos de la cama los dos. Era como una coreografía, y Santi me agarraba mientras yo me iba resbalando. Era graciosísimo, muy cómico. ¿Qué sucedió? Que entre que eran unas sábanas de raso y que yo llevaba un bodi... Pues me resbalé y casi me mato. Caí con el cuello y con la cabeza, casi me desnuco, pero de verdad. El cámara soltó la cámara, Marc [Crehuet, el director de la película] soltó el monitor y vino corriendo... Y yo: «¿Pero lo has rodado?». Porque pensaba que si se hubiera podido montar era glorioso, porque había sido una caída real. Y luego Santi Millán es superrespetuoso, supergeneroso... Realmente fue fácil y divertido de rodar.

—¿Pero no te cuesta? Tampoco es que estés especialmente acostumbrada a rodar este tipo de escenas.

—Para nada, y no estoy del todo cómoda. De hecho, alguna vez no me he atrevido a hacer algún trabajo que tuviera una exigencia mayor de desnudo o de escenas de sexo. Creo que también cada uno tiene que saber hasta dónde puede llegar. Y antes de pasarlo mal yo, pasarlo mal el equipo y pasarlo mal todo el mundo, pues en alguna ocasión no me he atrevido. No sé si lo haré alguna vez, pero en este momento de mi vida... Yo soy yo y mis circunstancias. Y mis circunstancias son mis dos hijos en las edades en las que los tengo, y no me he atrevido a hacerlo. Pero es muy guay, porque sí me he atrevido a decírselo al director, a preguntarle: «¿Hasta dónde quieres llegar tú con esto?». Y si quiere desnudos integrales, pues no soy yo la persona.

—¿Qué más tienes pendiente de estreno?

—Tengo otras dos películas. Una la rodé en Canarias, que me hace mucha ilusión, y se llama Todos lo hacen. Es otra comedia muy coral. Y después tengo No haberlos tenido, otra película familiar de estas que últimamente me tocan y que disfruto mucho.

—A los 50, ¿estás en la cima? Están siendo tus mejores años, al menos en lo que a trabajo se refiere.

—De lo que sí me he dado cuenta, especialmente en estos dos últimos años que han sido de rodar muchísimo, es de que me gustaría ser capaz de alternar esto que a mí me gusta mucho, de hace teatro, con hacer cine y hacer tele. Empiezo a pensar: «No pasa nada si esto no lo hago porque prefiero dedicarme al teatro». O sea, que te atreves de repente como a decir: «A ver si lo puedo combinar un poco mejor para tener vida». Yo he sido capaz de priorizar mucho lo que es la vida familiar. Si se rueda mucho fuera de casa, no me interesa. Acepto más cuando se rueda cerquita. Hasta ahora he podido respetarme, pero quiero dar un pasito más. Si los trabajos me lo permitieran económicamente, me gustaría espaciarlos un poco y que si estoy haciendo teatro, no tenga que compaginarlo con un rodaje de película ni de serie. Eso es lo que me gustaría. Ahora a ver cómo se da la vida, pero es mi propósito.

—Ya van dos condiciones para contratarte. Una es que las escenas de sexo no se vayan mucho de madre, y otra es que te dejen descansar un poco.

—¡Ja, ja! Sí, con esta edad que tengo pongo unos límites, pero es que a lo mejor con 60, lo hago todo. Creo que cada etapa tiene sus circunstancias, entonces yo con 60 igual me paso a los rodajes fuera, a los desnudos... ¡a todo! O igual llego y ya no quiero que me desnuden. Pero bueno, lo que quiero decir es que intento no ponerme límites, sino ir viendo cómo van las cosas. La vida me ha enseñado que ahí está el acierto. Por ejemplo, si ahora necesito rodar cerca y estar un poquito más en casa porque quiero gozarme la adolescencia de verdad, pues me quedo más en casa. No se trata de ponerme un límite y no quitarlo nunca, porque puede que en cinco años esté rodando fuera. Voy go with the flow, con la vida.

—En este último proyecto aparece Verónica Forqué. Le tenías un cariño especial.

—En este rodaje no coincidí con ella, ¿pero sabes lo que me pasa al verla en la película y que me parece una cosa muy bonita? Que enseguida me sale una sonrisa. Me parece que Verónica es eterna. Su manera de hacer, sus ojitos azules, su peculiar forma de hablar... Cuando apareció la escena, me dio como un vuelco al corazón, pero de felicidad. No pensé en cómo nos enteramos todos de lo que sucedió ni en esos días tristes, sino en todo su legado bonito, en lo que nos hace reír... Es eterna, Verónica es luz. Y además me gusta decirlo en presente, es.

—Hay gente que nunca se va.

—No. Mira, tenemos mucha suerte. Cuando sucedió todo, y Paco Tous sabía que yo le tenía especial cariño, porque la tenía como una de mis hadas madrinas, me dijo: «No se va, las actrices tenéis la suerte de ser hadas. Vuestras películas permanecen, vuestro espíritu no se va. Sois eternas». Y al ver la película, sentí de verdad eso. Pensé: «Jo, es verdad, no se va. No se va a ir nunca, la tenemos aquí».

—Qué importante es estar bien por dentro, ¿verdad?

—Es importante que cada vez se hable más de esto. Es muy bonito que se ponga cada vez más en la mesa el tema de la salud mental, que creo que durante muchos años ha estado tratada como un tema tabú. El que iba al psicólogo o al psiquiatra no lo contaba. Y cuanto más nos demos cuenta de que necesitamos de vez en cuando una puesta a punto mental, de nuestros sentimientos y de todo, mejor. Yo misma he ido al psicólogo en determinados momentos de mi vida, que supongo que coinciden con esos momentos en que a una le cuesta mirarse al espejo. Y ya está, compartirlo es sano. Yo creo que como hemos pasado unos años muy duros, con el confinamiento, perdiendo a seres queridos, y con esa nueva forma de relacionarnos que trajo tanta distancia de seguridad, el hecho de sacar este tema de la salud mental, es bueno. Sobre todo en un momento en el que tantas personas hemos tenido que lidiar con la soledad.

—También es eterno Pau Donés. Lo conociste cuando eras camarera en un mexicano, y le dijiste que su canción «Una vez, un sueño» te impulsaba a perseguir el tuyo. Es un poco culpa suya que seas actriz.

—Tiene un poco bastante la culpa, sí. Tiene gran parte de responsabilidad de que yo pensara: «Pues si él lo hizo, lo voy a intentar yo». Él era publicista, y de repente se hizo músico y le ha salido bien. Y yo pensé: «¿Por qué yo no?». Fue precioso poder decírselo, y también participar en su camiseta el año pasado. Un día conectó conmigo su hermano y me dijo: «Toni, tu historia es preciosa y queremos que formes parte de esta campaña». Y recaudamos muchísimo dinero para su fundación. Son personas muy inspiradoras. Sí, es eterno porque su legado es tan importante y tan universal... Esa filosofía de vida que tenía de vivir en el presente, cuando decía: «Os pasáis la vida haciendo planes». Yo voy un poco con la vida, me parece que es muy interesante centrarnos en el hoy, en no perderte la tarde con tu hija, ni el partido de fútbol. No perdernos las cosas cotidianas, que suelen ser las más importantes. Es un legado tan bonito, que va a permanecer tanto...

—¿Cuál querrías que sea tu legado?

—Todavía no lo sé. Pero yo, a día de hoy, prefiero siempre que digan: «Es que es tan buena gente», y no que digan: «Qué buena actriz». Creo que me gusta más que se me recuerde por la bondad, por querer ir siempre a favor, ayudar y ser generosa, que no por el talento interpretativo, que eso ya va sometido a muchísimas circunstancias. Sin embargo, ser buena persona solo depende de uno.