«Gadafi gobernaba entonces el país, y los negros éramos apestados, no te puedo contar las veces que he estado en la cárcel, los derechos humanos allí no existen. Y sí, inevitablemente caímos de nuevo en manos de los traficantes», avanza Ousman, que no puede dejar de emocionarse. Se hace el silencio y busca en su ordenador un mapa de África. «Mira dónde está Ghana, ¿ves Níger, Chad, el Sáhara, Libia, todo lo que atravesé hacia el norte?, pues después crucé a Túnez y a Argelia, donde otra vez nos arrestó la policía. Que es la otra mafia, porque los mismos que te encarcelan por la mañana te liberan por la noche a cambio de dinero». «Me sacaban de prisión en coche y me llevaban muchos kilómetros cada vez más abajo. Y así estuve de cárcel en cárcel, atravesando África. Me cambiaban el nombre, entraba como Ousman y salía como Mohamed, luego era Ibrahim... ¿Por qué? Porque por cada migrante interceptado cobran de la Unión Europea. Nos mantienen circulando porque somos moneda de cambio».
«Nada más salir de la costa de Mauritania, la otra patera se hundió: murieron todos, mi amigo Muusa también»
A pesar de todo este terror, Ousman consiguió sobrevivir y un buen día terminó abandonado en tierra de nadie entre Argelia y Marruecos. «En el año 2018 —me explica— España destinó a Marruecos 32,8 millones para controlar su costa con el fin de que los migrantes no salgan de allí en patera. Solo España le da ese dinero, piensa en lo que le da Alemania, Francia... Por este motivo tuve que irme a Mauritania, muchísimo más abajo, para salir al mar. Nos embarcamos en dos pateras 180 personas, pero a pocos kilómetros de la costa, la otra se hundió. Murieron todos, veíamos los cadáveres flotando, fue un horror. Allí se quedó Muusa, mi amigo del alma, en el medio del océano», se emociona. De vuelta a tierra, Ousman tardó dos años en poder volver a salir: «Nosotros no les llamamos pateras, sino ataúdes, porque sabes que es un viaje unidireccional, llegas vivo o muerto, no hay camino de vuelta». Pero asombrosamente, con el viento a favor después de quedarse sin gasolina, la patera de Ousman llegó a Fuerteventura. «Besé la tierra, lloré, grité. Llevábamos dos días sin comer y beber, aunque nada me hacía presagiar lo que me esperaba: de nuevo la cárcel. Después de un tiempo allí, me hicieron la prueba de la muñeca y me enteré de que era menor [tenía 16 años], por lo que me indicaron que podía buscar otro destino. Me preguntaron adónde quería ir y yo, que solo conocía una palabra en español, respondí: ‘Barça'. Así llegué a Barcelona».