Los gatos de Le Pen

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María Pedreda

17 abr 2022 . Actualizado a las 13:27 h.

De todos las características que encierra la vitriólica estampa de Marine Le Pen una de las más reseñadas estos días es su denodada afición por los gatos. La insistencia encierra un matiz machista, pues no es frecuente interrogar a los varones sobre sus mascotas, pero también un intento de desvelar corrientes profundas de la política ultra, convencidos casi todos como estamos de que el mundo se organiza entre los amantes de los perros y los apasionados de los gatos. En la casa de los Le Pen esa división ha derivado en metáfora política. Un día del año 2014 el dóberman del padre Jean Marie se zampó al gato de Bengala de su hija, lo que provocó el urgente abandono del hogar paternal con sus matices ideológicos y su media docena de felinos a la espalda. Ocho años después, el éxito electoral de Marine Le Pen es también el triunfo de los mininos sobre los canes.

En estos meses de campaña, los gatos de la candidata fascista se han convertido en un reclamo constante en la estrategia de dulcificación de su persona. Recordemos que los vídeos de gatitos fueron el primer reclamo global cuando irrumpieron las redes sociales y sus ronroneos esponjosos y conmovedores provocaron los primeros oooyyyy planetarios. Así que Marine es xenófoba y de extrema derecha, pero también una amante vehemente de estos bichos, lo que parece amortiguar el desasosiego que una candidata así debería ocasionar entre sus votantes.

Cualquiera que haya convivido con un gato sabe lo que encierra en su distinguida naturaleza. Su elegancia inverosímil, ese afecto independiente en el que a veces se olfatea la soberbia, la convicción de que comparten piso contigo, pero nunca serás su dueña, los brotes implacables de arrumacos a la hora que ellos disponen y esa belleza conmovedora que poseen hasta los mininos más desventurados. Pero cualquiera que haya convivido con un gato lo habrá visto también transformarse en una criatura horripilante, encorvado, erizado y desplazándose en vertical sobre las uñas como si el mismo Belcebú lo estuviera dirigiendo y habrá sentido ese miedo penetrante que activa el resorte de la huida. Pues eso.

MARÍA PEDREDA