Isabel, de administrativa a horticultora: «Las plantas me ayudaron a superar el cáncer»

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ANGEL MANSO

A esta gallega la enfermedad le cambió la vida. Su piso es ahora un vergel que le hizo la quimio mucho más llevadera, y ya se forma para convertir el cultivo en su profesión

17 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Un cáncer de mama llevó a Isabel García al punto exacto en el que empezó todo. Jamás imaginó cuando comenzó a trabajar en el año 87 como administrativa en un comercio de jardinería que la que acabaría cultivando plantas y árboles sería ella. Esa pasión afloró durante su convalecencia como una auténtica alquimia terapéutica. «Siempre me gustaron la jardinería y el huerto, tocar y remover la tierra, su olor... Pero desde la observación, claro. Ahora soy consciente de ello. Es curioso, son esas cosas esenciales que descubres de ti», reflexiona.

Esta coruñesa de 56 años se operó de su cáncer en junio del 2020. España todavía acababa de salir del estado de alarma, por lo que la incertidumbre y el miedo al contagio nos invadían a todos, pero más aún a la población de riesgo, como los pacientes oncológicos. Por tanto, su lucha contra la enfermedad coincidió de lleno con la pandemia. Tocaba quedarse en casa, y fue ese el contexto en el que Isabel descubrió su placer por cultivar. «Comencé con la quimio, con una semilla de aguacate, y luego con otra. Esas semillas germinaron, y hoy tengo unos árboles que te mueres... ¡en mi galería!», comenta. A esos árboles y plantas que cultivaba fue poniéndoles fecha: «Les atribuía esta fase de quimio, esta otra...». Hasta que se hizo con un diario botánico que lo cuenta todo sobre su proceso.

«Después llegaron más cultivos: jengibre, que me venía muy bien para las defensas; cúrcuma, aloe, pitaya... y algunas plantas más. Mi pisito ahora es un vergel», apunta Isabel, que sabe a qué momento de su enfermedad y recuperación pertenece cada planta y árbol que mira: «De cara al proceso del tratamiento, a mí me ayudó muchísimo. Pensaba: 'Si tú puedes germinar, semilla, yo también puedo. Si tú puedes hacerte fuerte, árbol, yo también'. Es que hasta hubo plantas que me florecieron y que en mi vida me habían echado flores. Yo decía: '¿Esto es posible?'. Me transmitían ánimo, tú estás viendo vida en ese momento en que la necesitas tanto».

El diagnóstico llegó tras muchos vaivenes. Tras aquel primer trabajo en un comercio de jardinería, Isabel estuvo catorce años en otra empresa que cerró. Desorientada, decidió aprovechar la experiencia de su hija en el mundo de la danza para abrir una tienda de artículos de ballet. En ella estuvo cinco años hasta que los distribuidores se apuntaron a la venta online y ella tuvo que echar la persiana. Trató de aprovechar los conocimientos adquiridos creando un proyecto de confección de maillots, pero no logró la financiación necesaria. Ante este escenario de parálisis profesional, empezó a preparar unas oposiciones para Correos, y fue ahí cuando llegó la enfermedad. «Supongo que el diagnóstico llega también por todos esos estreses y esa incertidumbre. El cáncer de mama supuso un punto de inflexión en mi vida, y muchas veces pienso que llegó para contarme, tal vez, lo más interesante que necesitaba escuchar: 'Cuídate'. Y no solo físicamente, sino de mis pensamientos y emociones», recuerda Isabel, que señala que acudía a cada ciclo de quimioterapia «como si fuese a una sesión de spa con una amiga de mano dura, y pensaba que saldría fortalecida de la experiencia». Lo mismo con la radioterapia y el tratamiento que continúa tomando hoy en día. «La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas. Y a mí el cáncer me obligó a decir: para y escúchate», añade.

BUSCAR EMPLEO A LOS 56

Superada la enfermedad, ahora le toca volver a la vida laboral. Y ella quiere hacerlo de la mano de esta pasión que le salvó tantas veces. Solicitó cursos y talleres de horticultura en el Inem y escribió a los sitios donde pudo saber que los imparten u homologan, sin éxito. «El tratamiento te produce inseguridad al haber estado tanto tiempo desconectada, sientes que te desactualizas. Y luego están la edad y el diagnóstico, que requiere de un seguimiento con citas médicas cada mes. ¿Qué empresa está dispuesta a contratar a una mujer de casi 57 años en estas circunstancias?», indica. Fue entonces cuando apareció la Fundación Naru, que se dedica a ayudar a los pacientes oncológicos y a sus cuidadores a reengancharse con la actividad profesional. «Me ofrecieron apoyo, red, formación y, sobre todo, la oportunidad. Empecé ya un taller de horticultura con ellos con el que estoy muy ilusionada. Es un alivio encontrar un sitio en el que nos prestan apoyo para afrontar la realidad de trabajar sin que el Estado nos reconozca una discapacidad. Realmente la hay, porque estos tratamientos preventivos son muy agresivos y repercuten en todas las actividades cotidianas, desde dormir mal hasta no poder hacer determinados movimientos o esfuerzos físicos», explica en su piso, que se le está quedando pequeño entre tanta planta.

Isabel no ve la enfermedad como un bache en su camino, sino como un aprendizaje: «Creo que esto ha llegado porque tenía que llegar para decirme algo». También para descubrirse a sí misma —«aunque tengo 56 años y todavía no sé muy bien quién soy, lo estoy descubriendo», señala—. El cáncer le cambió la vida. Y ella está sembrando el camino para poder decir que lo hizo a mejor.