El diagnóstico llegó tras muchos vaivenes. Tras aquel primer trabajo en un comercio de jardinería, Isabel estuvo catorce años en otra empresa que cerró. Desorientada, decidió aprovechar la experiencia de su hija en el mundo de la danza para abrir una tienda de artículos de ballet. En ella estuvo cinco años hasta que los distribuidores se apuntaron a la venta online y ella tuvo que echar la persiana. Trató de aprovechar los conocimientos adquiridos creando un proyecto de confección de maillots, pero no logró la financiación necesaria. Ante este escenario de parálisis profesional, empezó a preparar unas oposiciones para Correos, y fue ahí cuando llegó la enfermedad. «Supongo que el diagnóstico llega también por todos esos estreses y esa incertidumbre. El cáncer de mama supuso un punto de inflexión en mi vida, y muchas veces pienso que llegó para contarme, tal vez, lo más interesante que necesitaba escuchar: 'Cuídate'. Y no solo físicamente, sino de mis pensamientos y emociones», recuerda Isabel, que señala que acudía a cada ciclo de quimioterapia «como si fuese a una sesión de spa con una amiga de mano dura, y pensaba que saldría fortalecida de la experiencia». Lo mismo con la radioterapia y el tratamiento que continúa tomando hoy en día. «La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas. Y a mí el cáncer me obligó a decir: para y escúchate», añade.
BUSCAR EMPLEO A LOS 56
Superada la enfermedad, ahora le toca volver a la vida laboral. Y ella quiere hacerlo de la mano de esta pasión que le salvó tantas veces. Solicitó cursos y talleres de horticultura en el Inem y escribió a los sitios donde pudo saber que los imparten u homologan, sin éxito. «El tratamiento te produce inseguridad al haber estado tanto tiempo desconectada, sientes que te desactualizas. Y luego están la edad y el diagnóstico, que requiere de un seguimiento con citas médicas cada mes. ¿Qué empresa está dispuesta a contratar a una mujer de casi 57 años en estas circunstancias?», indica. Fue entonces cuando apareció la Fundación Naru, que se dedica a ayudar a los pacientes oncológicos y a sus cuidadores a reengancharse con la actividad profesional. «Me ofrecieron apoyo, red, formación y, sobre todo, la oportunidad. Empecé ya un taller de horticultura con ellos con el que estoy muy ilusionada. Es un alivio encontrar un sitio en el que nos prestan apoyo para afrontar la realidad de trabajar sin que el Estado nos reconozca una discapacidad. Realmente la hay, porque estos tratamientos preventivos son muy agresivos y repercuten en todas las actividades cotidianas, desde dormir mal hasta no poder hacer determinados movimientos o esfuerzos físicos», explica en su piso, que se le está quedando pequeño entre tanta planta.