—Cuesta pensar, por ejemplo, en las violaciones grupales y no intentar explicarlas con alguna enfermedad mental.
—Es que muchas violaciones grupales no se producen porque se junten varias personas con trastornos de la personalidad, ni mucho menos. Y lo mismo ocurre con muchos crímenes. De hecho, ese es otro de los mitos que perjudican a muchos de estos pacientes, porque se suele decir: «El asesino tenía un trastorno de la personalidad o esquizofrenia», y en la mayoría de los casos no es así.
—¿Qué diferencia al psicópata del sociópata?
—La diferencia no es muy clara. En líneas generales, el psicópata nace y el sociópata se hace, pero no está demostrado. La psicopatía implica una falta de empatía, y es debatible si eso es un trastorno.
—El trastorno bipolar puede controlarse con medicación, al igual que otros, ¿pero qué hacer cuando esto no es posible?
—Hay que matizar que el trastorno bipolar no es un trastorno de la personalidad, aunque a veces puede confundirse y, por ciertas similitudes, llevar a diagnósticos erróneos. El trastorno bipolar es un trastorno del estado de ánimo, en el que se da al menos una fase de exaltación (manía o hipomanía), y algún episodio depresivo. Aunque el tratamiento farmacológico es imprescindible, a veces no es suficiente, por lo que el apoyo de psicoterapia repercutirá en la calidad de vida de la persona.
—¿Hay hábitos que pueden propiciar la aparición de un trastorno?
—La vida actual presenta un ritmo más intenso que promueve menos las interacciones entre padres e hijos. Este déficit es uno de los que podría facilitar (no generar por sí mismo) un trastorno de la personalidad. Un niño que no es atendido y al que no se le dedica tiempo va a presentar déficits emocionales, será más vulnerable e inseguro, con menos recursos psicológicos ante las adversidades. Si se le añade la predisposición biológica podría derivar, aunque no necesariamente, en uno.