De Galicia a Ucrania por amor: «A veces él me dice: 'Natalia, hoy estás un poco rusa'»

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MARCOS MÍGUEZ

Natalia y Antonio se conocieron hace seis años en una estación de esquí y desde entonces apenas se han separado

27 mar 2022 . Actualizado a las 11:26 h.

El de Natalia y Antonio es uno de esos amores que llamamos a primera vista. Desde que se cruzaron en una estación de esquí un mes de enero hace ya seis años, apenas se han separado. Ella, de 43 años, había ido hasta Zakopane, en el sur de Polonia, con sus hijos y unos amigos, y él, de 53, en solitario. Tras un primer encuentro fortuito en el comedor del albergue, Antonio, que disponía de un coche de alquiler, se encontró con el grupo de Natalia en la carretera mientras buscaban cómo llegar al centro de la ciudad. Él se ofreció a llevarlos, y ese trayecto encendió la mecha del amor. No hizo falta más. Solo un mes después, Antonio le hizo una proposición difícil de rechazar. La invitó a esquiar a Dolomitas (Italia): ellos dos, en pareja, sin los niños... Natalia, por supuesto, aceptó, «y siguió encendiéndose la llama». Un fuego, que sigue más vivo que nunca a día de hoy.

 Los siguientes meses transcurrieron de Galicia a Ucrania, y de Ucrania a Galicia. Lo que había era difícil de frenar, es más, iba muy, muy rápido. En marzo Antonio hizo las maletas, alquiló un apartamento cerca de donde vivía Natalia con los niños, y se fue un mes a Kiev. «Ahí la relación ya estaba un poco formalizada», apunta él. En verano vino Natalia con su hijo pequeño. Estuvieron casi dos meses, un tiempo en el que, además de recorrer la tierra natal de Antonio, aprovecharon para conocer a su familia. Se fueron de vuelta para Ucrania, pero no tardaron en regresar. En noviembre, volvió con Aloxa, su hijo pequeño, e incluso hicieron una escapada al sur de España. «Esa vez fuimos al registro a inscribirnos como pareja de hecho, yo no sabía muy bien ni qué era eso, en Ucrania no existe... No entendía qué estábamos haciendo», cuenta Natalia. «Era para que le dieran el permiso de residencia», interrumpe Antonio.

Mientras la burocracia seguía su curso, ellos mantenían sus planes. Antonio viajó a Kiev para pasar las Navidades, conoció a todos los amigos de Natalia, que hoy son los suyos, se fueron todos juntos a esquiar de nuevo a Dolomitas... Y llegó el momento de tomar una decisión: «O te vienes a España o me vengo yo a Kiev», le dijo Antonio. El clima de nuestro país, sumado a que no veía mucho futuro en el suyo, porque ya se había producido la invasión de Crimea y Dombás, y la situación era bastante complicada, Ucrania estaba sumida en una grave crisis desde entonces, ella tenía una empresa de importación/exportación de textil a muchos países de Europa, fueron razones de peso para que ella decidiera hacer las maletas. «Por supuesto que si ella no llega a venir, yo me hubiera ido», confiesa Antonio, que pensó que la mudanza sería cuestión de meses, pero se equivocó. En abril, sin esperar a que terminara el curso escolar, Natalia se plantó en Galicia con su hijo pequeño, que tenía 7 años, dispuesta a comenzar una nueva vida. «El niño vino un poco asustado, no hablaba nada de español, se incorporó al colegio, y en tres meses aprobó todo y podía comunicarse. Se adaptó bien, aunque al principio no entendía a los compañeros ni a los profesores, le sorprendía que se preocuparan tanto por él. Allí es todo mucho más tal y tal, y aquí tenía una persona de apoyo que se sentaba a su lado y le ayudaba. Decía: ‘¿Por qué? ¿Qué pasa?’», indica Natalia. Ella hacía tiempo que había empezado a interesarse por nuestro idioma. Cuando llegó aquí ya sabía algunas palabras. Quiso apuntarse a la Escuela Oficial de Idiomas, pero el curso estaba empezado, así que Antonio le propuso que estudiara por su cuenta en verano, y probara en septiembre con el examen de nivel. Seis horas al día durante varios meses, le hicieron «saltarse» varios cursos, algo de lo que se arrepiente. «Si hubiera empezado desde el principio, podría haber estudiado más. No es lo mismo estudiar por tu cuenta, que lo que te enseñan en clase», dice Natalia.

 Muy diferente

La vida en Galicia poco se parece a la que llevaba en Kiev. Le cuesta encajar la ironía, seguir las conversaciones cuando se habla de referentes que ella no tiene, y también acostumbrarse a vivir por la noche. «En Ucrania —dice— en verano a las cinco de la mañana ya es de día, a la gente le gusta madrugar, hacer cosas, escuchar a los pajaritos... Aquí la gente duerme hasta las diez. O si vas a la playa sales a las siete u ocho de la mañana, a las diez ya se considera dañino el sol, nunca se toma más allá de las once, puedes quemarte, y aquí a las doce o a la una, la gente aún está saliendo de casa». Tampoco le cuadran mucho los horarios de las comidas. «Allí después de las seis de la tarde nadie come, porque no es bueno irse con la barriga llena a la cama, y aquí todos comen a las doce de la noche».

Los dos primeros años ella mantuvo su negocio. Tenía bastante stock, necesitaba deshacerse de material, y no quería dejar de golpe a las personas que trabajaban con ella. Al principio, estuvo viajando de manera frecuente hasta que llegó un punto en que fue inviable y tuvo que cerrarlo. «Yo soy ingeniera, diseñadora de ropa, tengo más de 25 años de experiencia en el textil, y teniendo en cuenta que aquí estaba Inditex, me decían que iba a encontrar trabajo sin problema. No ha surgido, he trabajado en otras cosas puntuales, pero nada de mi especialidad...». «No es fácil —dice Antonio—, a partir de cierta edad las mujeres tienen dificultades».

Después de cinco años, confiesa que está muy contenta en Lorbé (Oleiros), donde reside con Antonio y su hijo Aloxa. El mayor, Leo, de 23 años, ha estado viviendo aquí durante dos años, de hecho tiene la residencia, aunque en la actualidad está en Ucrania, y ahora mismo no puede salir. Le encanta la naturaleza y «las zamburiñas». «Me costó mucho acostumbrarme a la comida de aquí, todo es frito, en aceite... muy fuerte», dice ella, a lo que él le replica. «Más bien me he acostumbrado yo a la cocina de allá. Más lechuga y a la plancha. Como más sano que antes, he adelgazado mucho».

Natalia nació en Kazajistán, cuando era la Unión Soviética, porque su padre, militar, estaba allí desplazado. Se crio en Rusia, de donde son sus padres, y con 16 años se fue a estudiar a Kiev, ciudad en la que se casó y tuvo a sus hijos. En la capital de Ucrania estuvo viviendo durante 30 años, una época en la que el país se independiza y adopta unas costumbres más proeuropeas. «Yo no me siento de ningún país, me cambié tantas veces que podría vivir en cualquier país si no hiciera falta comer insectos. Ahora no me queda otra —bromea—, tengo que sentirme gallega. Rusa me cuesta sentirme, incluso ahora mismo me da angustia hablar ruso. Mi madre viene con frecuencia, ahora está en Rusia cuidando a mi padre, pero me he llegado a enfadar con ellos, porque no querían creer lo que estaba pasando, luego entendí que les falta información».

Natalia habla un perfecto castellano, aunque cuando se enfada cambia de idioma. «Antonio me dice: ‘Hoy estás un poco rusa’, porque los rusos son un algo más bruscos, más directos, sacan el genio y ¡cuidado! Es por la forma que tienen de decir las cosas, no porque se enfaden. Aquí todo es más suave, a veces me da miedo decir algo demasiado directo y parecer borde o que hablo sin educación. Aquí se dan muchos rodeos, mientras entras en lo que quieres decir, ya lo olvidaste, allí es todo más directo», señala Natalia, que tiende a hablar en ruso con su hijo hasta que Antonio les alerta. «Les digo: ‘¿No podéis hablar castellano?’. A veces sé de lo que están hablando, pero no me entero».

Por poner un pero a su vida en Galicia, asegura que echa mucho de menos a sus amigos. «Hablamos mucho, pero no es lo mismo. Yo procuro traerlos a todos para aquí, de hecho, muchos ya han venido, incluso han repetido. Antes de la guerra cada año nos visitaban como diez familias», señala Natalia. Tienen un apartamento anexo al chalé en el que viven, donde alojan a sus invitados. Y en ese afán acogedor y de rodearse de los suyos, ya hablan de que van a hacer un pequeño pueblo ucraniano. Desde luego, están haciendo todo lo posible por echarles una mano. Ella, rusa de nacimiento y ucraniana de corazón, es la presidenta de la Asociación AGA-Ucraína.