El amor que ha unido Odesa y A Coruña: «Óscar señaló Ucrania con su dedo en el mapa y unió nuestras dos vidas»

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MARCOS MÍGUEZ

Masha Pavlenko y Óscar Madarro iniciaron su relación hace diez años, y hoy su casa es refugio para los seres queridos que huyen de la guerra

28 mar 2022 . Actualizado a las 19:49 h.

Tan solo el amor puede disipar el horror de la guerra. Lo saben bien Masha Pavlenko y Óscar Madarro. Ella ucraniana de 36 años —natural de Melitopol— y él coruñés de 43, representan mucho más que una relación de película. Sus destinos se unieron a golpe de azar. Óscar estaba con un amigo dudando sobre qué país visitar para pasar las vacaciones de verano. Hicieron girar la bola del mundo, y el dedo fue a parar a Ucrania. «En realidad, estaba señalando dos vidas», añade Masha con acierto. «Miramos un vuelo sin saber muy bien ni adónde, y lo compramos», indica él. Y aquel viaje les gustó tanto que fueron unos cuantos años más. Durante aquellos veraneos hicieron allí muy buenos amigos. En una ocasión, visitaron Odesa. Salieron de noche, y en un pub fijó sus ojos en Masha por primera vez. «Vino a invitarme a una copa y le dije que no, porque aquello se llena de turistas y son un poco intensos. Pero volvió varias veces más y acabamos hablando», dice ella, que entonces no sospechaba ni por asomo que estaría a su lado diez años después y a cuatro mil kilómetros de allí. Al día siguiente Óscar cogió su vuelo de vuelta, pero el flechazo ya no tenía marcha atrás. Siguieron hablando por teléfono de forma constante hasta que Masha vino a verlo para comprobar si eso que había nacido entre ellos era real. «Estuvimos unos días en Madrid con unos amigos y muy bien, pero mi mérito fue traerla a A Coruña y darle a probar el marisco, que le encanta, y la gastronomía gallega», señala Óscar entre risas. Aquello funcionó aún mejor que lo de la copa, y a ese encuentro le siguieron muchos más hasta que en el 2014 ella lo dejó todo y se vino a vivir a Galicia con él.

UN AMOR Y DOS CONFLICTOS

Como si fuese una premonición, Masha ya dejó su país en guerra. «Fue cuando se produjo la invasión de Crimea. Fui voluntaria tras el ataque en el Dombás, porque el Ejército ucraniano estaba destrozado, era muy débil», recuerda ella. «Participé en la revolución de Maidán en el 2013, estaba supermetida en todo esto y fue difícil dejarlo atrás», añade. Si dejar su tierra y a su familia no fuese ya lo suficientemente duro, en Ucrania era abogada, por lo que sabía que aquí no podría ejercer, salvo que estudiase el derecho español. «Sabía que era yo la que tenía que venir, porque Óscar tenía su negocio. Pero yo era abogada en una multinacional y me encantaba mi trabajo. De hecho, hasta solicité el visado con dudas, y en ese momento me surgió la opción de un trabajo nuevo», señala. Al final, le pudo el corazón.

En cuanto llegó, Masha se puso a aprender español. Con Óscar habla en inglés, y también era el idioma en el que se defendía por A Coruña. «Aquí no es que mucha gente lo hable, generalmente más por vergüenza que porque la gente no sepa, pero siempre se han esforzado en entenderme y ayudarme. Estudié español en una academia de Santiago, que era la única que me daba la acreditación del Instituto Cervantes», apunta. Es tan sumamente perfeccionista, matiza Óscar, que todos se quedaron de piedra el día en que Masha abrió la boca y demostró un castellano prácticamente perfecto. «Hasta que no lo dominó a la perfección no quiso hablarlo, y claro, todos se quedaron asombrados», señala él. Ya con su certificación, encontró trabajo en una empresa de Cerceda como recepcionista. De ahí promocionó al departamento de administración, una actividad que sigue desempeñando en su actual trabajo. «Veían mi currículo y no me llamaban porque, claro, pensarían: 'Es una chica que aquí en España no ha trabajo nunca de nada'», declara. Para Óscar, saber que su pareja renunciaba a todo también fue una gran responsabilidad: «Al final, la persona que da ese paso es la que más sufre, la que más desprotegida está y la que más arriesga. Traté de integrarla en la familia y en las amistades lo más rápido posible».

Tras el inicio de la pandemia, Valentina, la madre de Masha, se unió a su vida en España. Padece leucemia, y el temor al covid determinó la decisión. Valentina solo habla ruso y entiende el ucraniano. «Nos vamos comunicando como podemos, yo mezclo un poco de los dos idiomas, y también por señas», explica su yerno, que señala que ella es una persona tremendamente sociable: «Menos mal que en A Coruña existe una comunidad rusófona bastante importante». Además, los tres conocen cada vez a más ucranianos en las concentraciones de la plaza de María Pita.

Óscar bromea con que es ahora cuando vendrá la prueba definitiva para la relación: «Vamos a pasar de ser dos a ser once en casa con cuatro niños». Porque ellos tiran de amor y de humor incluso en las peores circunstancias. Mientras mantenemos esta conversación, la cuñada de Masha y su sobrino están de camino a España para refugiarse en su casa, mientras su hermano se ha quedado defendiendo a su país. «Los llevó a la frontera con Polonia y él se apuntó a las defensas territoriales de civiles para ayudar al Ejército ucraniano, lo están formando por si tiene que combatir. Nos manda fotos con armas», asegura Masha con un estoicismo que apabulla: «Egoístamente, como hermana, lo único que quiero es verlo aquí a salvo. Pero tenía que quedarse. Si me hubiera pillado allí, yo también me quedaría».

UNA CONEXIÓN MÁGICA

A ellos se les unirán una amiga de Masha con su hijo de 20 meses, además de las mujeres de los dos mejores amigos ucranianos de Óscar, una de ellas embarazada y otra con un bebé. Los hombres se quedaron todos en la guerra. Relata Masha que lo que ha ocurrido estos días entre el pueblo ucraniano, «es magia». Se refiere a esa unión inquebrantable y al sentimiento común que invade a todo el país. «Incluso amigos míos que estaban en partidos políticos prorrusos se han apuntado a las defensas territoriales y se han puesto a hablar ucraniano. No queda otra que luchar contra un enemigo tan fuerte y horrible, y sabemos que si no estamos unidos, desapareceremos. Llevamos 30 años de democracia y somos conscientes de que Rusia es una dictadura territorialista. Si perdemos, los 44 millones de ucranianos se irán a Europa. Allí no va a quedar nadie», avanza ella. Óscar la secunda: «Llegar a un acuerdo con Putin es papel mojado, porque ha demostrado mil veces que dice una cosa y luego la contraria. Ya lo dijo Churchill en la Segunda Guerra Mundial: 'No se puede negociar con un monstruo'». Frente a ese monstruo, la casa de Masha y Óscar es ya un refugio para las personas que quieren. Y frente a la guerra, si algo sobra en ella, es el amor.