Anabel Blanco: «Era vicepresidenta de un banco y ahora soy cocinera»

YES

XOAN CARLOS GIL

De Venezuela a Tomiño. Esta pareja, con nacionalidad española, ha tenido que empezar de cero con 50 años. Un secuestro exprés, la expropiación de un negocio y la falta de alimentos y medicina de su país los han traído a Galicia

30 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dejar toda tu vida atrás nunca es fácil. Pero vivir con miedo a que te pase algo, y no saber si mañana tendrás medicinas ni alimentos, tampoco. Por eso, esta pareja venezolana,descendiente de gallegos y con nacionalidad española, decidió un día dejar sus recuerdos atrás y embarcarse en un nuevo e incierto futuro. El camino tampoco les está resultando sencillo, pero no les falta ilusión y ganas de superarse. En eso no hay quien les gane.

«Anabel era vicepresidenta de un banco y era una persona de riesgo por el tema de la seguridad personal. Por otro lado, la calidad de vida en cuanto a conseguir alimentos, medicinas y demás, estaba muy mermada. Y a mí me habían expropiado un establecimiento de comida que teníamos dentro de una institución militar. Anabel también sufrió un secuestro exprés. Entonces entre una cosa y otra, además de que estuvimos casi un mes sin tener luz, pues nos llevó a tomar la decisión de que así no podíamos seguir y de venirnos. Teníamos un estatus muy, muy bueno, pero una calidad de vida muy, muy mala», comenta Alberto Pérez, que regentaba también un spa y que antes había trabajado en el departamento de ventas y de márketing de una filial de Telefónica en el país. «Tengo 55 años y empecé a trabajar a los 18», aclara, mientras reconoce que el hecho de tener que irse de Venezuela lo vivió como «una suerte de destierro»: «De tenerlo todo a no tener nada», explica.

Tanto él como su mujer tienen estudios universitarios. Y a pesar de que se trajeron con ellos toda la documentación necesaria para la homologación de los títulos, no cayeron en la cuenta de que antes de homologar las licenciaturas, tendrían que hacer lo mismo con el bachillerato. Dieron por hecho, que el título superior validaría el inferior. Pero no fue así. Y se dieron cuenta de que toda su formación no tenía validez. Así que tuvieron que empezar desde abajo, con un curso de hostelería porque era un sector que no les resultaba extraño.

Anabel Blanco cuenta que ahora, desde que tomaron las riendas de la Cafetería San Telmo, de Tomiño, están un poco más tranquilos, pero han vivido «una curva de aprendizaje muy acelerada en tres años», porque lo primero que tuvieron que hacer fue «aprender a desaprender»: «Aprender que lo que dejaste atrás, que era toda tu vida, se quedó allá —se le quiebra la voz—. Y que lo único que tienes es mirar hacia adelante». Porque la situación en su país era ya insostenible: «Un día sucede algo en la cabeza que te hace clic y dices: ‘No puedo seguir en este lugar'. No puedo seguir en el lugar en el que he vivido toda mi vida. Y durante varios meses vives con la esperanza o la incertidumbre de si volverás, hasta que llega un día en que te das cuenta de que tienes que seguir hacia adelante», comenta.

«Yo era vicepresidenta en un banco en Venezuela. Trabajé haciendo muchísimas cosas, primero en todo lo que fue la atención al cliente. Luego manejé unas 20 oficinas del banco. De ahí fui gerente nacional de ventas y luego pasé a ser vicepresidenta de todo lo que eran las personas físicas de alto valor y las pymes», explica, mientras reconoce que ha sido muy frustrante no poder homologar toda la formación y experiencia que ambos habían adquirido.

Sabores gallegos 

Además de todo esto, la madre de Anabel, coruñesa que había emigrado a Venezuela con apenas 23 años para trabajar en casas de familia, enfermó y no podía acceder a las medicinas que necesitaba. Así que también se la trajeron con ellos para cuidarla como se merecía: «Yo crecí siempre con esos aromas, esos sabores, pero no eres consciente porque es tu día a día. Y de pronto descubres que los sabores que estás cocinando son los de tu mamá. Son los mismos de tu infancia que se te quedaron grabados y los estoy usando ahora como recurso para empatizar con la tierra y con los clientes. Así que yo soy la que le pongo la sazón a la cafetería. Antes era vicepresidenta de un banco y ahora soy cocinera», aclara, orgullosa de que todo lo que le enseñó su madre le sirviera para abrirse camino al otro lado del charco. Y lo está logrando, porque como apostilla Alberto, los clientes se lo comen todo.

«Los recursos aún no son los deseables, pero nos mantenemos con ilusión y con ganas para emprender, aunque se me quiebre todavía la voz al hablar. ¡Seguimos adelante!»

La situación política de su país les ha llevado también a romper la unidad familiar, y cada uno de sus cuatro hijos se ha tenido que buscar la vida como buenamente ha podido. Dos de ellos están en Alemania, otra en Zaragoza y la pequeña en Estados Unidos. Pero, como dicen, al menos están más tranquilos, sin problemas de seguridad ni cortes de luz ni expropiaciones ni escasez de alimentos y medicinas.

Sobre por qué eligieron Tomiño, dicen que porque fue donde les surgió la oportunidad de emprender. Y Vigo, porque reunía todo lo que buscaban: «Hicimos un estudio considerando cinco factores que teníamos nosotros sobre cuáles eran las mejores ciudades para vivir en España. Vigo aparecía en cuatro. Eso nos decantó, además de que teníamos ya conocidos aquí y un poco la historia de nuestros padres hablándonos de las Rías Baixas», explica él, que solo tiene palabras de agradecimiento para Rafael Granados, de la fundación Ronsel, por todo lo que les ha ayudado. «Lo conocimos en un momento en el que estábamos saturados, no encontrábamos salida e hicimos el mentoring por probar. Y no solo atinó en la parte de proyectos, sino también en la parte emocional. Nos decía que si habíamos sido capaces de emprender en una economía estacionaria, donde se devalúa la moneda, por qué no íbamos a hacer negocios aquí», comenta Anabel, que también agradece la ayuda incondicional en temas de asesoría fiscal de Javier, su gran amigo, casado con una compatriota. Gracias a ellos, no descartan seguir emprendiendo: «Yo tengo la ilusión de tener una tienda virtual. Y a Alberto le hace mucha ilusión también meterse en un proyecto propio. Los recursos aún no son los deseables, pero nos mantenemos con ilusión y con ganas, aunque se me quiebre la voz todavía al hablar. ¡Seguimos adelante!», dice Anabel.