Gallegas que cambian el mundo

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Todas ellas son referentes sociales por su valor y han derribado barreras en distintos ámbitos

08 mar 2022 . Actualizado a las 15:21 h.

Estas seis gallegas rompen muros gigantes e invisibles. La lucha contra el cáncer, el matrimonio entre lesbianas tras la aprobación de la ley del matrimonio homosexual, el deporte paralímpico y hasta el lanzamiento de un cohete de la NASA tienen cabida en este reportaje de grandes mujeres que han marcado un antes y un después desde Galicia.

XOAN A. SOLER

Guillermina y Estela, casadas tras la ley del matrimonio homosexual: «En Santiago sufrimos codazos y miradas; en la aldea, jamás» 

Guillermina y Estela abrieron camino para todo un país, pero sobre todo para Galicia. Estas dos mujeres fueron de las primeras en casarse en la comunidad tras la aprobación de la ley del matrimonio homosexual. Aquel hito tuvo lugar el 30 de junio del año 2005, y su boda se celebró el 15 de octubre. Todavía resuenan los comentarios de aquellos que tanto se escandalizaron en Santiago, la tierra de Guillermina. «¿Cómo hizo eso ella, que estaba bien casada y con tres niñas?». Porque estas mujeres no solo superaron una barrera social. Su historia es de esas que solo pueden sostenerse con amor y coraje.

«Fuimos las primeras mujeres que nos casamos en Galicia, o eso creemos. De chicos no, porque ellos se aventuran más. Pero las mujeres tenemos más problemas siempre, y en esto también», dice Guillermina, que tiene claro cuál es el principal escollo: «Nosotras, el mayor obstáculo que tenemos es el de ser madres. Pasas a ser la virgen purísima, asexuada, una cuidadora... Y por encima de madre soy muchas cosas, una mujer con sentimientos y pasiones».

Ambas cuentan que para ellas casarse no era una necesidad, ni mucho menos. Pero tenían muy claro que, una vez aprobada la ley, querían reivindicar su derecho: «Nos parece que cuando sale una ley que beneficia a la sociedad, moralmente se debe cumplir. Lo pasamos de lujo y la gente que nos quiere lo aceptó fenomenal. Pero socialmente, todavía cuesta».

Diecisiete años después y tras veinte como pareja sentimental, jamás se hubiesen imaginado que este sería el discurso. «Estamos involucionando. Y lo triste es que personas como nosotras que llevamos tantos años peleando y luchando para que vosotras, la gente más joven, pudierais ir a mejor, estamos viendo que todo ese esfuerzo y ese trabajo que hicimos está costando mucho mantenerlo. Nos da mucha, muchísima pena. La diversidad bendita sea, existe y existirá en todo. En la etnia, en el sexo... hasta en la forma de cocinar», señalan.

DIVORCIADA Y CON TRES HIJAS

Por su situación como madre divorciada de un hombre, para Guillermina fue especialmente complicado dar el paso. «De repente, te quedas completamente sola. Yo me casé por educación. Nací en una familia estupenda, pero mis padres eran supercatólicos, con esa mentalidad de 'te desarrollas, te multiplicas y te mueres'. Yo me eduqué en eso», explica ella, que no reniega en absoluto de su primer matrimonio: «Yo estuve enamorada del que fue mi marido, si no no me hubiera casado, o al menos creí estarlo. Me habían educado en que así tenía que ser. ¿Que yo a lo largo de los años llegó un momento en el que supe que a mí me pasaba algo? Pues sí, claro que me di cuenta. Pero como que vas dejándolo morir», explica. Hasta que llegó el día en que no pudo más: «No podía seguir con aquello, era una farsa. Yo educo a mis hijas en otra cosa, en que hay que ser uno mismo, cueste lo que cueste».

Una vez emprendida su nueva vida, tocaba planteársela a ellas. «A mis hijas se lo cuento yo. La mayor lo asumió desde el primer momento, y la mediana también. La pequeña todavía tenía 7 años, y lo único que vio fue entrar a Estela en nuestras vidas», dice Guillermina. Recuerda especialmente el día en que ambas se conocieron tras ir las dos a recogerla a un cumpleaños. Volvieron en el coche cantando y riendo. «Ya en casa, cuando la estaba bañando, me dijo: 'Mamá, me encanta tu amiga'. Y le digo: ¿Sí, mi vida, por qué? Ella me dijo: 'Porque te hace reír'. Cuando un niño de 7 años te dice eso es porque hace mucho tiempo que no te ve reír», relata.

Sobre si su historia fue instantánea o se cocinó poco a poco, Guillermina responde sin pensárselo: «Yo me enamoré perdidamente, en el primer intercambio. Llevábamos una temporada observándonos». Estela fue, en apariencia, más prudente: «Yo le tenía echado el ojo desde hacía tiempo. Y no sé, lo de siempre, lo que haces cuando eres joven y coincides en los mismos sitios, no nos hablábamos, pero había miradas... Yo creo que desde el principio lo tuve claro. Pensaba: 'Esta es una mujer impresionante y tengo que estar a su lado sí o sí'. Una noche me fui para casa, la llamo por teléfono y le digo: 'Vamos a intentarlo, ¿no?'.

Estela es, en ojos de Guillermina, una valiente: «Yo a Estela le llevaba nueve años, yo tenía 45 y ella 36. Fue una valiente, porque yo con tres hijas, dos adolescentes y una por criar... Su papel hoy sigue siendo complicado». «Cuando tienen un problema entre ellas, yo me aparto, y recojo los pedazos que haga falta. Pero a veces les digo: 'Para vuestra madre, por encima de todo y de mí, estáis vosotras. Pero para mí, por encima de vosotras está vuestra madre'», matiza Estela.

Triunfó el amor, y guardan como oro en paño aquel libro de familia remendado. Es un detalle que tenemos muy bonito, porque no había aún libros de familia con esposa y esposa. Y nos dijo la señora del registro: '¿Non lles importa que poña un rabiño no ‘o’ de esposa?'. Le dijimos: 'No, póngalo, que esto queda de facsímil'».

Ambas aseguran que en la aldea las mentes están menos contaminadas que en la ciudad. Guillermina nació y creció en Santiago, por lo que la conocen mucho allí. «Cuando íbamos por la calle ¡era una cosa! Codazos, miradas... Sin embargo, desde que nos mudamos a la aldea, de verdad, jamás hemos escuchado una palabra ni visto un mal gesto. De hecho, las niñas están estudiando fuera, y sé que en Santiago se rumorea: 'Claro, cómo van a estar aquí'», manifiestan. Comentarios hirientes han tenido que oír algunos. A la pequeña, le dijeron en el patio del colegio: «Tu madre es bollera, ¿no?». Y ella contestó: «No, mi madre es lesbiana. Pero es feliz, ¿y la tuya?».

AVISA A SUS ALUMNOS

Guillermina sabe muy bien lo que se cuece en los institutos, como profesora de Historia en uno. «Yo no tenía ningún problema en declararme desde el principio ya con el alumnado. Igual que les decía que era feminista, les decía que yo estaba casada con una mujer y que no quería oír en mis aulas ninguna palabra altisonante al respecto. Luego, a nivel social, sí era más complicado», dice. No lo fue tanto para Estela, que asumió desde siempre su condición sexual: «Para mí era lo más normal del mundo. Hombre, no vas con la etiqueta de 'soy lesbiana', pero si se hablaba, yo no tenía ningún problema».

Cuentan que aún es hoy el día que al decir «mi mujer», notan las miradas y los gestos ajenos. «Es que los derechos se conquistan y, o los mimas mucho, o se van al cuerno en un tris tras. Creemos que ya se consiguió todo, y no. Mañana vienen, retiran la ley, y tú pasas a ser ilegal», avisan. Guillermina es muy consciente de ese riesgo: «Yo, como profesora de Historia, tengo muy presente que esto ya pasó en la Segunda República. Las leyes suelen ir por delante de cómo va la sociedad, y estamos agradecidísimas a Zapatero por el atrevimiento, pero por eso es tan frágil».

En la misma línea, la docente asegura que si hay algo que falla en este país, es la educación. «Si tú no los educas emocionalmente, y lo que se lleva en la calle es llamarte maricón de mierda, te lo van a llamar. Y tenemos los pin parentales que quieren poner en algún sitio. Aún hay gente conocida con dobles vidas... Y no hay por qué ir diciéndolo, pero es muy importante. Porque si voy a la carnicería y me presento como la mujer de fulanito, no es lo mismo que si me presento como la mujer de Estela. Vas dejando posos, porque esto no se consigue de un día para otro», insiste.

Van camino de su 17 aniversario, y ya tienen planes para el número 20. «Celebraremos todo lo que no hemos podido en pandemia. Incluso, si nos tocase la lotería, haríamos otra boda. Nos casaríamos, pero por todo lo alto», enfatizan. Estela tiene hoy 60 años y Guillermina 69. «Podía haberme jubilado hace nueve, pero como soy tan boba y hago todo por amor...», desliza. Ese, el amor, es el motor de un matrimonio que impulsó a tantos otros.

Susana Rodríguez Gacio, cuatro veces campeona mundial: «Nunca me callé lo que me sucedía, eso me salvó» 

Hay una larga historia, de 34 años, tras el espíritu olímpico paratriatleta Susana Rodríguez Gacio (Vigo, 4 de marzo de 1988), medalla de oro en los Juegos Paralímpicos de Tokio y en la lucha contra el covid. Ella no sabe bien de dónde le viene ese espíritu, pero sí que la vocación de curar la heredó de su padre, que fue anestesista y le dio, junto a su madre, la misma educación que a su hermana Patricia.

A Susana nunca se le exigió menos por no ver y las dificultades y las críticas han sido, de alguna manera, acicates para su valor. «De pequeña, jugaba a ‘los enfermos’ con mi hermana y mis primos. Cuando mi padre volvía a casa del hospital, nos contaba cosas de su día a día y a mí me gustaba», comienza a relatar.

Susana nació con albinismo, una condición genética que afecta a una de cada 20.000 personas y que hace que su piel sea muy blanca y fina, y su visión, muy inferior a la de la mayoría de las personas (tiene menos del 5 % de visión en un ojo y del 8 % en el otro), pero esta dificultad no le impidió cruzar sucesivas veces la meta de sus sueños. En el 2021, fue portada de la revista Time por compaginar la preparación de unos Juegos con su trabajo en el Sergas atendiendo a pacientes con síntomas de covid. La que fue la primera española ciega en licenciarse en Medicina no sabría poner fecha al nacimiento de sus dos grandes pasiones: la medicina y el deporte, pero de pequeña también se entretenía «en la terraza de casa jugando a ‘los Juegos Olímpicos’ con mi hermana», revela quien considera el sacrificio un valor fundamental.

Su primer referente no es famoso. El primer lugar del podio de su admiración lo ocupa su hermana Patricia: «Ella fue mi motivación. Siempre quería lograr las cosas que ella iba haciendo. Yo veía que éramos iguales en casa y, por tanto, sentía que podía hacer lo mismo que ella. Puede sonar algo raro o curioso, pero creo que fue algo decisivo para mí tener una educación igual para las dos».

El camino del éxito (cuatro títulos mundiales y cinco años consecutivos sin bajarse del podio) no ha sido un jardín que se cultivase solo. Su infancia fue un bautismo de fuego. «De pequeña escuchaba comentarios referentes a mi apariencia física: la niña blanca, fea, Copito de Nieve [el único gorila con albinismo del que se tiene noticia] y, obviamente, a mí nunca me gustó», admite. Esos comentarios no le hicieron la piel más fina, ayudaron a forjar su carácter. «Creo que eso influyó en mi manera de afrontar las cosas. Pero llegó un momento en que cuando oía ese tipo de comentarios me acercaba para dar una explicación. Siempre me decían que el problema, en realidad, eran el desconocimiento y la educación... Y decidí que mejor que enfadarme era dar la oportunidad a esas personas de recibir una formación y educación sobre lo que es el albinismo», afirma Susana, que percibe que hoy hay una sensibilidad mayor. «Estamos mucho más abiertos a la diversidad. Es algo que se trabaja ya en los colegios y quiero pensar que esta labor dará sus frutos», confía.

Enfrentarse al bullying fue una de las primeras batallas que afrontó con buenos resultados. «El bullying siempre ha existido. En mi caso, a pesar de tener una circunstancia, en principio adversa, yo era la mejor. Había un profe que me ponía de ejemplo: ‘No ve y lo hace mejor que los demás’. No tenía maldad, pero eso no jugó a mi favor. Hubo una época dura, en quinto, en la que pedí cambiarme al cole de la ONCE», cuenta. Con el tiempo, las cosas fueron a mejor. ¿Cómo? «Nunca dejé de contar nada. No me callé lo que me sucedía y eso me salvó. Con este tipo de problemas, lo que hay que hacer es contar, y los profesores, mediar».

LO QUE EL FRACASO ENSEÑA

¿Qué les dirías a las niñas que sueñan con triunfar en el deporte? «A cualquier niña que sueña le diría lo mismo que a la que fui en mi versión de niña o adolescente: que luchen, que luchen incluso por sus sueños más locos, que trabajar y ser constantes nos dan papeletas para conseguirlos», defiende. Pero no todos los sueños se cumplen con esfuerzo. «Es cierto, pero el camino de esfuerzo recorrido está lleno de otras oportunidades que no podemos quizás ni imaginarnos. Yo descubrí el triatlón porque no conseguí mi sueño de ser atleta en los Juegos Paralímpicos de Pekín, en el 2008», analiza.

La medicina y el deporte han sido dos maestros a lo largo del tiempo. «Me han enseñado respeto, solidaridad, compasión, esfuerzo y lucha. Creo que compatibilizarlos me ha ayudado a mejorar en los dos», manifiesta.

Su día a día es «rutina pura y dura, aunque a la vez siempre cambia algo respecto al día anterior». A su lado tiene a Yellow, un labrador amarillo como su nombre, que es hoy uno de sus mejores amigos y también será dentro de unos meses su perro guía.

Susana valora como parte de su éxito los ojos que ha tenido, los de deportistas de apoyo con los que ha entrenado y competido, como Sara Loehr y Celso Comesaña. «Los guías son nuestros ojos y comparten contigo tu proyecto y tu sueño. Cuando Sara me colgó la medalla de los Juegos fue un momentazo... ¡Un momento bum! Y Celso fue clave para ese resultado porque me hizo mejorar la carrera a pie», valora.

El entrenamiento mental puede ser tan duro como el físico, aunque «la dureza del físico la sientes más en el día a día», dice la campeona que para ganar receta «creer en una misma, tener confianza y rodearse del mejor equipo».

Los Juegos de Río del 2016 marcaron un antes y un después. Allí aprendió que «no es suficiente con hacer un trabajo notable. Si quieres estar en el podio tienes que buscar la excelencia en el día a día». En cuanto despegó el avión de vuelta de Río, de donde se volvió con el quinto puesto, ella empezó «a pensar en Tokio 2020 y no hubo un solo día desde entonces en que dejase de trabajar para ello».

¿Cómo te cambió la vida tras ganar en Tokio el oro que soñaste? «Me quité de encima una presión muy grande, llevaba gran parte de mi vida trabajando como una hormiguita para conseguirlo. Mi vida en el día a día es parecida aunque me conoce mucha más gente. El círculo cercano que es el que permanece siempre no ha cambiado y esas personas son las que te contienen y dan perspectiva en la euforia y también cuando algo no va bien te apoyan de amenra incondicional», asegura.

La que fue la primera atleta española que compitió en dos deportes diferentes en unos Juegos Paralímpicos, en atletismo y triatlón, tiene los pies en la tierra y el corazón en Sopena, en Argomoso, en la casa de sus abuelos.

Ser cara de portada en Time la impresionó, admite. Lo supo a través de las redes sociales: «Llegué al apartamento después de una sesión matutina de natación (estabamos en Lanzarote, preparando los Juegos) y tenía muchos mensajes, llamadas perdidas y el Twiitter a tope de actualizaciones... Había salido la revista y estaba en la portada. ¡Me pareció algo increíble! Alguna gente me dijo que esa imagen me iba a cambiar la vida... Yo estaba tan centrada en preparar Tokio que intenté meterme en una burbuja, aunque, obviamente, fue imposile. Creo que aquello fue un homenaje de esta revista a todas las personas que han trabajado en la pandemia en el sector sanitario y también a todos los deportistas que competimos en Japón».

Cumplido el reto de Tokio, Susana abriga ahora un sueño nuevo: «Tener un montón de niños y niñas con discapacidad practicando deporte en Galicia. Para aportar nuestro granito de arena hemos creado en Vigo el Club Delikia, donde fomentamos el deporte para todos. Y, cómo no, ¡siempre nos quedará París!».

Su Casablanca es la paralimpiada del 2024. Y, tratándose de Susana Rodríguez Gacio, no puede sonar a nostalgia.

ALBERTO LÓPEZ

Belén Santiso, inspectora de policía: «En algunos aspectos, este es un trabajo solo de mujeres»

«El autocontrol es un arma fundamental», asegura la agente, primera inspectora de la Policía Local de Lugo en 160 años, que invita a romper estereotipos en torno a las fuerzas del orden

No le viene de familia ni es un sueño de la infancia. El ingreso en las fuerzas del orden de la que es la primera inspectora de la Policía Local de Lugo en 160 años no fue una llamada de su vocación. Si acaso, una llamada perdida o algo como el giro inesperado que da una noche de servicio. Belén Santiso (Lugo, 1971), gallega actualmente al frente de un turno de 18 personas, una de las pocas mujeres con ese cargo en Galicia, estudiaba Empresariales, en el camino surgió una convocatoria de plazas para ser policía y lo vio como «una oportunidad de estabilidad laboral». Tenía entonces 21 años. En breve, cumplirá los 29 en servicio.

La razón de ser la protagonista del hito de ser la primera inspectora en más de un siglo y medio es que la convocatoria de plazas delo 2021 fue la primera en los últimos 28 años. «Por eso ni yo ni mis compañeras tuvimos la oportunidad de optar a este puesto con anterioridad», explica. 

¿Impone ponerse el uniforme por primera vez? «Teniendo en cuenta que era muy joven, y eran otros tiempos, en principio, me sentía observada. Tardé en ganar seguridad en la calle», admite. Los años le han dado «seguridad y templanza para gestionar los conflictos» a quien no ve en la fuerza una cualidad tan importante para ser policía como «el compromiso y la disciplina, así como el carácter y el autocontrol en situaciones de estrés». El autocontrol, «esa capacidad de mantener la calma», es, según ella, «un arma fundamental».

Su cargo actual no la obliga a salir, pero Belén Santiso es una inspectora a la que le gusta tener los pies en la calle, estar en contacto con la realidad que viven sus compañeros. Ella cree que «los ciudadanos se dirigen a las mujeres policías de otra forma» que puede ayudar a aliviar la tensión y a mejorar las cosas. «A lo mejor, son menos violentos con nosotras», plantea. Ser mujer, asegura, puede jugar a favor en el ejercicio de la profesión.

Entre los episodios difíciles a los que ha tenido que enfrentarse recientemente Belén está el de una noche del pasado mes de diciembre, que la llevó a asistir «a una joven que corría pidiendo auxilio en la ronda de la Muralla» tras haber sufrido una agresión sexual. «La vimos corriendo desnuda, no quería que ningún compañero se acercara. Mostraba un rechazo hacia los hombres». Ella al principio no distinguía si la atendían hombres o mujeres. «Pero, en cuanto llegó la ambulancia, se puso como loca. La única que pudo acompañarla fui yo, y cuando llegamos al hospital tenían que estar mujeres. Se pasó la noche cogida de mi mano, toda la noche». No lo olvida. Otro episodio que la marcó fue un incidente con un delincuente habitual  «que estaba muy agresivo, fuera de sí». «Mis compañeros estaban tratando de vestirle, pero él no se vestía, no quería, no había manera... De repente me vio a mí en el pasillo y fue un cambio total de actitud. Se tapó rápidamente y dijo: ´Disculpe, señorita´». 

Belén Santiso es una entre muchos, pero no ha tenido que enfrentarse, asegura, a ningún tipo de discriminación en su trayectoria por el hecho de ser mujer y no duda en considerarse feminista. «Rotundamente. Defiendo la igualdad entre hombres y mujeres, pero hay gente que tiene un concepto equivocado del feminismo», advierte. «Reivindico el papel de la mujer en cualquier ámbito cuando así lo consiga por sus propios méritos», subraya. 

La presencia de la mujer en la Policía Local de Lugo está hoy «plenamente aceptada y normalizada», sostiene y añade que el suyo «no es un trabajo de hombres. En algunos aspectos, incluso diría que este es un trabajo solo de mujeres». «A veces, inspiramos mayor confianza. No es que seamos mejores que los hombres, pero en algunas situaciones podemos defendernos mejor», explica.

Hay que romper estereotipos y clichés en torno a las fuerzas del orden, nos insta. «A la Policía Local se nos asocia a menudo solo con la capacidad sancionadora —señala—, con las multas de tráfico. A lo mejor resulta extraño, pero es muy habitual, por ejemplo, que llamen a la policía porque una persona se cayó de la cama. Ayudarla es parte de nuestro trabajo».

Belén Santiso no ha tenido que sacar el arma en 29 años de oficio, «pero sí en ocasiones hay que emplear la fuerza tanto para colaborar en detenciones como en cooperación con otros servicios de emergencia que lo requieren».

Con una hija de 28 años, «ya independizada», la inspectora admite que no es fácil mantener la ley y el orden en casa. «Al entrar tanto en juego la parte emocional, puede resultar más difícil la toma de decisiones que en el ámbito laboral». Pero en casa también ayuda esa arma tan poderosa como discreta: el autocontrol.

¿A quién admira y qué le diría a una niña que sueña con convertirse en policía? «Admiro a aquellos compañeros veteranos, alguno ya jubilado, de los que fui aprendiendo desde el inicio de mi trayectoria. Animaría a cualquiera que se plantee con ilusión la posibilidad de formar parte de la Policía Local y por supuesto creo que debemos romper con estereotipos de género» que son pasado.

Sandra Alonso

María José Alonso, investigadora de la USC: «Lo que pasó en mi familia me marcó. Quiero contribuir a curar el cáncer» 

Quién le iba a decir a María José Alonso cuando estaba estudiando en la Facultad de Farmacia y sufría por no disponer de un espacio adecuado para investigar, como sí tenían en Madrid y Barcelona, —«algo que realmente me daba mucha envidia», confiesa—, que acabaría dirigiendo en ese mismo lugar un laboratorio referente a nivel internacional en el campo de la tecnología farmacéutica. Confiesa que ha llegado hasta aquí con mucho trabajo, pero también con pasión. «Yo siempre les digo a mis alumnos que la clave para ser un buen investigador es que tengas mucho interés por este trabajo, que te apasione verdaderamente. Yo soy una gran amante de los retos; a veces no llegas al punto que quieres, pero lo modificas, lo cambias y ahí sigues. Es una carrera de determinación y pasión», señala esta leonesa que con 17 años dejó su localidad natal, Carrizo de la Ribera, para instalarse en Galicia.

Su nombre figura en el top ten del ránking mundial de farmacología y toxicología y es pionera mundial en nanomedicina, que permite la liberación dirigida de fármacos y vacunas. Pero más allá de poder contribuir al desarrollo de nuevos tratamientos para enfermedades tan terribles como el cáncer, entre otras, es decir, de ir abriendo camino para los que vienen detrás, «lo que más me satisface de mi trabajo es la formación de personal investigador». «Para mí ver cómo llega una persona a hacer el doctorado y cómo termina... Es que son personas distintas, seguras de sí mismas, enamoradas de la investigación, que dan conferencias y que da gusto escucharlos; personas que terminan la tesis, y que consiguen puestos de trabajo de los más altos niveles, a los que yo luego llamo para que me asesoren a mí», explica alguien que se emociona sabiendo que ha dejado huella en sus alumnos. «Es muy bonito. Mantengo relación con todos mis discípulos, son más de cien personas las que se han formado, y cada vez que nos juntamos, ahora en Navidad, por ejemplo, que fue por vía telemática, me produce una satisfacción enorme», dice.

Con ese impulso constante para levantarse aun cuando las cosas no salen como a uno le gustaría, al investigador se le presupone un carácter positivo y, sobre todo, apunta ella, «resiliente». «Yo veo cómo mis doctorandos remodelan su perfil, incluso personal, durante el transcurso de una tesis. Yo misma a lo largo de mi vida lo he ido viendo. Es verdad que tienes que ser positiva, y si no lo eres, has de serlo, pero también resiliente, en el sentido de que con frecuencia las hipótesis en las que te basas te llevan a unos objetivos que no se cumplen, y hay que redefinir y seguir adelante», señala al mismo tiempo que asegura: «Vamos dando pasitos, por tanto, tienes que estar convencido de que lo vas a lograr de un modo u otro». Señala que algunos investigadores llegan al laboratorio con este perfil, pero aun cuando no lo traen tan definido en esa línea, acaban desarrollando esas habilidades, «extraordinarias para la vida y que se fomentan mucho en un trabajo de investigación».

Pero a veces, solo a veces, la ilusión no es suficiente, y hay que digerir cómo ideas brillantes acaban en el cajón. «Ocurre muy a menudo. A veces la evaluación del proyecto es muy buena, más de una vez, me acaba de pasar hace poco, con noventa y tantos puntos sobre cien, pero solamente había un proyecto y no te lo dan. En esas me he visto yo muchas veces, da mucho coraje, es verdad que yo ya tengo callo en ese sentido, y es lo que hablamos de la resiliencia. Los investigadores más jóvenes a veces se frustran y yo les digo: ‘No, no, de esto hay que aprender. Este es nuestro trabajo: convencer a los demás de que nuestras ideas son buenas‘. Y es un trabajo bonito, porque cada vez vas perfilando mejor las ideas, las vas teniendo más claras». Y en ocasiones, apunta, también de eso se aprende.

 Vacunas y cáncer

El laboratorio que dirige María José Alonso en la USC cuenta con veinte investigadores y es pionero en numerosos descubrimientos en el campo de la nanotecnología farmacéutica y la nanomedicina. Como resultado de su trabajo se han registrado más de veinte familias de patentes. Y aunque son muchos los logros, descubrimientos y avances conseguidos a lo largo de su trayectoria, hay dos campos que le llegan más adentro. Por un lado, el trabajo que ha venido realizando durante 30 años en el campo de las vacunas. «Es el ámbito en el que me formé con el profesor Langer en el Instituto Tecnológico de Massachusetts hace treinta años; también he tenido la oportunidad de trabajar para la OMS y para la Fundación Bill & Melinda Gates en lo que llamamos salud global, diseñar vacunas no solo para los países desarrollados, sino para el mundo de una forma global, y gracias a eso hemos podido contribuir al desarrollo de un prototipo de vacuna frente al sida, que está en estadio preclínico avanzado, y también hemos aportado nuestro granito de arena para el desarrollo de una vacuna covid». La otra mención especial es para la investigación contra el cáncer. «Es otro ámbito que me apasiona, quizás por lo que ha ocurrido en mi familia, creo que en todas las familias hay pacientes de cáncer, en mi caso, mi madre y mi hermana fallecieron de eso, y es algo que llevo muy dentro, y quiero contribuir. Hemos conseguido crear una empresa, Libera Bio, para desarrollar un tratamiento. Nos gustaría que fuera contra el de páncreas, pero aún no está definido», indica.

Confiesa que cuando se investiga sobre salud, sobre medicamentos, «te toca muy en el corazón». «Recuerdo una frase que me dijo Melinda Gates la primera vez que trabajé para ella: ‘Os voy a pedir lo máximo. Quiero que pongáis no solo vuestro cerebro a disposición de este proyecto, sino vuestros corazones‘. Y dije: ‘Es verdad. Cuando realmente tienes interiorizado ese problema porque lo has vivido, trabajas con muchísimas ganas», cuenta María José, a la que la investigación no le ha traído ninguna renuncia a nivel personal, sino todo lo contrario, le ha facilitado conocer a personas extraordinarias en todo el mundo que figuran en su lista de amigos íntimos.

El hecho de ser mujer, afirma, no ha influido en su carrera, aunque «por supuesto que he estado expuesta a gestos y expresiones machistas, lo que se conoce como micromachismo. En algunos casos, ha habido confrontaciones que creo que si no hubiera sido mujer, no se atreverían: de aminorarte, de creer que a lo mejor no eres capaz... pero he tenido la suerte, por la educación que me dieron mis padres, de no verme nunca inferior a un hombre».

No hay espacio suficiente en este reportaje para citar los premios y reconocimientos que ha conseguido. Cada uno de ellos lo recibe con mucha ilusión, pero hay algunos especiales. «A mí la medalla Castelao me emocionó muchísimo. O el Premio Nacional de Investigación, que me van a entregar ahora, o formar parte de varias academias, entre ellas la de Estados Unidos, que realmente es algo muy único, muy singular». Pero dice que todos son muy bienvenidos por lo que implican, porque van más allá de su figura, y reconocen el trabajo de su equipo. «A mí me hacen sentir bien, pero a ellos también, porque no solo es María José Alonso, es este laboratorio de Santiago de Compostela, que tiene una gran reputación y que les facilita de entrada la conexión con investigadores de todo el mundo, puestos de trabajo...», señala.

Es de la escuela americana en cuanto a jubilación se refiere. Cree que los científicos no pueden dejarlo de un día para otro, por eso, cuando le llegue el momento, «todavía me quedan años por delante», y la universidad le diga: ‘Hasta aquí‘, le gustaría seguir leyendo, escribiendo, de algún modo continuar vinculada a asociaciones científicas. Mientras, seguirá al pie del cañón. «Mi trabajo ahora es el de guiar a mis doctorandos con mi conocimiento y experiencia. Trato de fomentar que ellos mismos generen sus ideas, y las maduren, les ayudo al enfoque y los guío para que ellos sean dueños de sus ideas, porque eso les produce muchísima satisfacción y luchan más por ellas». Si son como las suyas, harán historia.

Begoña Vila, una gallega en la Nasa: «Trabajé para poner en órbita el mayor telescopio espacial»

El lanzamiento del James Webb tuvo lugar el pasado 25 de diciembre y ya se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra: «Vamos a analizar las primeras estrellas y galaxias que se formaron en el universo después del big bang. Por ahora, nadie ha podido hacerles una foto»

De Vigo es Begoña Vila (1963), la astrofísica gallega que trabaja para la NASA y que forma parte del equipo que ha realizado el lanzamiento del telescopio más potente y sofisticado jamás enviado al espacio. Tal es el avance tecnológico de este telescopio que va a revolucionar la idea que tenemos sobre el universo. El James Webb acaba de entrar en órbita hace apenas un mes.

Begoña Vila lleva muchos años ligada este proyecto. El primer contacto lo tuvo cuando trabajaba en una empresa privada que prestaba servicios para la Agencia Espacial Canadiense en el diseño de dos instrumentos de este telescopio. Pero cuando entregó el proyecto a la NASA en el 2012, la agencia espacial estadounidense quedó tan asombrada del trabajo de esta viguesa que le pidió entrar a formar parte de su equipo. Ahora, se encuentra en Baltimore, en el centro de operaciones desde donde se controlan todas las fases del James Webb. Ella es una de las principales responsables del telescopio espacial y forma parte de un grupo multidisciplinar de más de mil personas. Entre sus muchas tareas, ha contribuido a poner en órbita el James Webb, algo que se ha logrado hace apenas un mes, después de que el lanzamiento fuera todo un éxito el pasado 25 de diciembre: «Ha tardado aproximadamente un mes en llegar al lugar donde tiene que llegar —que es el punto de Lagrange—, una zona que está a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, cuatro veces la distancia de la Luna. Mientras vamos hacia allí es cuando se despliega el parasol —del tamaño de una cancha de tenis—, se abren los espejos —se trata de 18 espejos que estaban doblados dentro del cohete—, se abre el panel solar... Todo ese proceso ha sido un momento crítico, pero todo fue bien», dice Vila, orgullosa del éxito.

Ahora está inmersa en la fase de consolidación del telescopio, antes de que se pueda poner en funcionamiento: «Empezamos un proceso de casi tres meses, que consiste en la alineación de los 18 espejos — para que se comporten como uno solo—. Y cuando ya los espejos estén bien alineados, cada uno de los instrumentos del telescopio tiene que tomar datos, calibrar sus mecanismos y coger ciertas referencia que necesitan para las operaciones. Esto cumple más o menos los seis meses necesarios y, a partir de ahí, es cuando va a poder empezar su trabajo científico», explica.

Tras el big bang

Es en este trabajo donde la comunidad astrofísica tiene puestas sus esperanzadas para descubrir algunos de los misterios del universo: «Vamos a poder analizar los primeros objetos —estrellas y galaxias— que se formaron en el universo después del big bang — hace 13.500 millones de años—. Por ahora nadie ha podido hacerles una foto, no sabemos cómo son. La luz de esos objetos ha estado moviéndose por el universo durante todo este tiempo», explica de una manera muy sencilla lo que parece ciencia ficción. Pero además, también va a servir para «continuar la búsqueda de planetas alrededor de otras estrellas y ver la atmósfera que tienen». «Queremos buscar planetas que tengan los mismos elementos que nuestra atmósfera porque son necesarios para la vida como la que conocemos nosotros. Dar un pasito más para saber si estamos solos», añade.

Y todos estos logros surgieron del sueño de una niña a la que le gustaba ver las estrellas y observar cómo cambiaban las constelaciones y la Luna: «Me gustaba ver el cielo de Vigo». Ella fue pasito a pasito, haciendo las cosas «de modo que se vea que vales para lo que estás haciendo». En el camino, también hubo muchos sacrificios, entre ellos el de ser madre de tres hijos, y reconoce que al principio lo tenía más difícil por el hecho de ser mujer, frente al resto de sus colegas. Pero ella, puso su tesón en órbita y ahora es una de las gallegas que brillan con luz propia. Ella puede, ya no cambiar el mundo, sino el universo. Eso sí, cada año regresa a su particular galaxia, Vigo, para seguir disfrutando de la familia.