Carlos San Juan, el hombre que le plantó cara a los bancos: «He visto llorar a personas mayores en la cola»

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Alberto Ortega | Europa Press

Así empezó la iniciativa que ha obligado a modificar las políticas de digitalización del sector y la atención en ventanillas. Todo comenzó con una invitación a cambiarse de entidad

17 feb 2022 . Actualizado a las 20:24 h.

Carlos San Juan de Laorden es el David contra Goliat, el Don Erre que Erre de la famosa película de Paco Martínez Soria contra una entidad bancaria. Pero al contrario que el personaje de esta película de los 70, su causa no la lidera por una injusticia personal, sino en defensa de un colectivo, que es el suyo: los jubilados. Se sienten discriminados por la digitalización bancaria y por la restricción del horario de atención al público en ventanilla. Todo surgió cuando un buen o mal día, en su oficina bancaria le invitaron a que cambiara de banco si no estaba conforme con la limitación horaria y con los problemas que tenía a la hora de acceder a un cajero para realizar sus gestiones. Él padece párkinson y tiene «dificultades irresolubles» para usar el cajero porque además no quiere formar colas y ese estrés solo hace aumentar sus problemas manuales: «En una manera no demasiado cordial se me invitó a que cambiara de banco si no estaba conforme con ese cierre y esa falta de ayuda externa», explica, mientras reconoce que se quedó bloqueado ante una respuesta así: «No fui capaz de articular palabra, me quedé anonadado. Me fui a casa y opté por cambiar de banco. Pero me encontré que todas las entidades se habían puesto de acuerdo para recurrir a una digitalización muy complicada con una limitación drástica [en el horario de atención al público] y, además, curiosamente, hasta la misma hora, las once de la mañana». También vio que no era un problema solo suyo, sino de mucha gente de su edad. «Contemplé día tras día muchas colas de personas mayores muy vulnerables que lo único que hacían era o llorar o levantar pequeñas quejas que nadie escuchaba y volvían a marcharse. En alguna ocasión me comentaban que era el tercer día que acudían para acceder a sus pensiones», explica a modo de ejemplo sobre qué fue lo que le llevó a movilizarse: «Sí, los he visto llorar. Y he visto ese paternalismo para que fuéramos acompañados a la oficina y de esa manera nos enseñaran a usar la app. ¡Imagínese la app! Muchísima gente se queda con los ojos abiertos diciendo: ‘¿Qué es eso de la app?‘ y alucinan con que les digan que de esa manera no nos enfermábamos con el coronavirus». También comenta que ha visto «cómo a una persona le robaba la tarjeta del cajero una joven muy amable que se había ofrecido a meterla en la ranura y salió corriendo con ella». Y también, cómo un jubilado invitaba a desayunar a la persona que, con muy buena voluntad, le había ayudado a sacar su dinero del cajero.

Un clamor

Fue así cómo decidió aportar su pequeño granito de arena para cambiar el mundo y una situación que considera muy injusta. «Solo hacía falta salir a la calle para darse cuenta de que era un clamor, pero sin ninguna oportunidad de prosperar porque estas personas no tenían ningún conocimiento para poder expandir su protesta o su petición», explica. Entonces, empezó a reunir firmas. Al principio logró 102 y ya le pareció toda una hazaña: «Yo conocía la plataforma de hace años. Y a través de ahí recogí las firmas y dije: ‘Bueno, hasta aquí he llegado. Me quedo satisfecho'». Pero entonces recibió una llamada de la plataforma para impulsar la iniciativa: «Esperaba unas cuantas firmas más, pero este avance en progresión geométrica no me lo esperaba en absoluto».

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En estos momentos su iniciativa Soy mayor, no idiota tiene ya más de 640.000 firmas y ha logrado el compromiso de las entidades financieras para mejorar su atención al cliente y que se adapten a las necesidades de las personas mayores. También obtuvo el compromiso de la ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, para crear un plan de medidas eficaces para la inclusión financiera. Y el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, consideró este problema como una cuestión prioritaria. Algunas entidades ya han hecho los deberes anunciando una serie de medidas como ampliar el horario de atención en ventanilla y prestar especial atención al colectivo con personal concreto para atenderlo.

Una explicación gráfica

Este urólogo y cirujano jubilado tuvo incluso un encuentro el pasado 8 de febrero con representantes de las principales entidades bancarias y les expuso muy gráficamente el problema de los jubilados. «Me comunicaron la necesidad que teníamos de aprender cultura digital y que ellos se iban a volcar con foros y cursos gratuitos de ayuda. Y yo les hice ver, con todo respeto y educación, que esto me parecía estupendo, pero que lo más urgente era facilitar el acceso a los ahorros a los mayores porque es un derecho. Aquí nadie está pidiendo dinero a los banqueros. Lo que pretendemos es acceder a nuestras pensiones. Y ellos lo acogieron muy bien. Les dije que no era incompatible una cosa con la otra, pero que lo que pedíamos era una medida urgente. En medicina hay una urgencia y una actividad programada. Con la urgencia, se resuelve el problema de inmediato y luego ya viene lo demás. Además, hay muchas personas que no van a poder aprender porque no están en condiciones, no tienen medios, otros aprenderán y lo olvidarán... Pero vi una actitud muy positiva en esa reunión», reconoce este jubilado de 78 años, que considera que debería haber una ley que garantizase la accesibilidad de los clientes a su dinero. Pero también manifiesta que no quiere que su iniciativa «se adultere con la más mínima molécula política» y considera que los bancos «tienen obligación como servicio al público».

Sobre el plan de medidas anunciadas, Carlos San Juan reconoce que se siente esperanzado. Aun así, dice que seguirá atento a que una vez se enfríe el tema «vuelvan a cambiar» estas políticas y se sientan de nuevo excluidos: «Los temas se mueren por el tiempo, por cansancio, por adulteración y si se apaga el fuego es difícil que se vuelva a encender». Por eso, quiere estar vigilante de que la llama permanezca encendida: «El día que alguien recoja la antorcha o yo ya no pueda, esto seguirá y eso es lo importante», porque para él no es una guerra, sino «una petición pacífica, humana y de justicia social en la que no hay ni habrá ninguna adulteración política ni judicial». «Mi mérito es cero. He puesto solo la banderita al edificio que ya estaba levantado. Y ahora ya no se va a parar», dice.