Esos ricos desquiciados

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

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25 dic 2021 . Actualizado a las 10:11 h.

Pocas cosas más fascinantes que los ricos villanos o los villanos ricos, subespecie humana formada por un puñado de ejemplares que por razones no siempre lógicas saben qué teclas hay que tocar para exprimir el sistema y vivir a lo grande. Lo saben los productores de Succession, una de las últimas grandes series producidas en el mundo, llamada a convertirse en el Falcon Crest de estos años veinte y con la misma lectura interna: para estar forrado hay que ser un desalmado. Como los Channing, los Roy de la producción de HBO son una familia, lo que confirma que esta estructura humana que tendemos a alabar como si fuera la depositaria de lo mejor de nosotros es muchas veces una red de maleantes en la que los afectos son patológicos, y el amor, un estorbo. Hay muchas razones que explican el éxito de Succession, su hipnótica cabecera, un elenco en estado de gracia en el que deslumbran el patriarca Logan (Brian Cox), con su magnífica cabeza de rey Lear, y sus cuatro hijos —inmenso Kieran Culkin poniéndole el desquicie justo al hermano pequeño—, unos diálogos brutales y un diseño de producción repleto de aviones de lujo, mansiones fastuosas y yates de una exuberancia pornográfica.

Si el retrato es fidedigno, el poder y la fortuna empresarial están embadurnados de fango y el coste de un ático en Manhattan es el de tu alma. Todo bien destilado en alcohol y enfermedad mental, la consecuencia inevitable de tanta porquería.

Resulta inevitable para los mortales que observamos la ficción de los Logan concluir que las cosas suceden en realidad así, que no se puede disfrutar de una porción tan descabellada de la tarta haciendo las cosas bien y que el éxito y la fortuna en mayúsculas son una grieta del sistema en la que chapotean los peores de nosotros. Son muy ricos, sí, pero muy desgraciados porque su sustancia está podrida y esa ausencia tan escabrosa de moralidad nos permite no envidiarlos. Lo contrario sería gasolina para incendiar las calles, pues indicaría que la mayoría somos meros peones al servicio de una élite de desquiciados cabrones.