Ana y Juan: «Tenemos tres hijos de 2 y 3 años y nos obligan a separarnos en los hoteles»

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Ramón Leiro

Los inconvenientes de una familia numerosa. Ir al supermercado, a un restaurante o planear un viaje puede suponer una auténtica odisea. Que se lo pregunten a esta pareja

05 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A los políticos se les llena la boca con la importancia de aumentar la natalidad, y a la sociedad, también. Sabedores de que la mano de obra del futuro será la que nos pague las pensiones a los que ahora estamos trabajando, poco más habría que explicar de la importancia para un país de tener relevo generacional. Pero la realidad y el día a día para una familia con hijos es muy distinta. Y la sensibilidad, en muchos casos, brilla por su ausencia. No hay más que recordar el reciente caso de una madre que quiso darle el pecho a su bebé en una piscina municipal de A Coruña y a la que el socorrista invitó a irse de allí porque no estaba permitido comer en las instalaciones. Nos queda mucho por aprender. Estaría bien empezar por no tratar a los niños como personas de segunda categoría y sensibilizarse con el esfuerzo de las familias que tratan de sacar a sus hijos adelante.

Para ver un poco esas constantes trabas a las que se enfrentan las padres, hemos hablado con una familia numerosa de Pontevedra, que nos relata los numerosos contratiempos y sinsentidos que sufren por el hecho de tener bajo su responsabilidad a tres niños pequeños.

Uno de los principales inconvenientes para ellos surge cada vez que deciden hacer un viaje. Para Ana Revuelta y Juan Amo buscar alojamiento supone un verdadero problema. Porque casi nunca se plantean ya alojarse en un hotel con sus mellizos, de apenas 3 años, y otro bebé, de tan solo 2: «En casa dormimos los cinco en una misma habitación porque acabamos todos en nuestra cama, no hay manera de separarnos. Pero cuando vas a un hotel nos cuesta muchísimo, al final tenemos que ir a otro tipo de alojamiento porque te obligan a coger dos habitaciones y separarnos. Que un padre esté en una habitación con dos niños y el otro, en otra con el niño que queda. Y son niños muy pequeños, se pueden meter en cualquier lado y no hay ningún tipo de ayuda. Nos sentimos discriminados por que no haya otra solución. No nos importa pagar más», asegura Ana, la madre de los tres pequeños, que considera que los hoteles no están pensados para las familias numerosas, «solo para dos adultos y un niño con una cama supletoria como mucho»: «No sé cómo hacen el resto de padres con dos hijos. Pero dormir en dos habitaciones separadas no es muy respetuoso tampoco para la familia porque son niños muy pequeños. Y aunque tengan 8 o 10 años, tampoco los vas a dejar solos en una habitación». La única opción que encontraron en el último viaje que hicieron a Tenerife fue contratar una «súper suite», con el sobrecoste que eso supuso, para poder estar todos juntos. Pero fuera de eso, en el resto de los viajes tienen que optar por otro tipo de establecimientos.

HASTA EN COSAS COTIDIANAS

Ana y Juan siempre quisieron tener hijos. Y lo han logrado con gran esfuerzo: «Nos gustan mucho los niños y nos costó muchísimo tenerlos. Los mellizos son in vitro y la niña es un bebé milagro. No nos lo esperábamos», así que a pesar de todos estos contratiempos, no hay nada que les quite la sonrisa por ver felices a sus retoños. Pero eso no quita que denuncien este tipo de situaciones. «Una vez que logras tu sueño de construir una familia, ves que la sociedad va por otro lado», explica. Y Ana lo percibe incluso en cosas tan cotidianas como acudir a un local con Carlos, Mateo y Daniela: «Entras a un restaurante y te sientes fatal. Ya cortas la vida social y haces planes adaptados a la situación que tienes por no incordiar ni incomodar y por no sentirte tú mal», explica.

Unos problemas que en otros países son impensables y que Ana y Juan pudieron conocer de primera mano: «Mis dos hijos mayores nacieron en Irlanda y allí, por ejemplo, hay cambiadores en cualquier sitio, puedes dar el pecho en cualquier lado sin que nadie te mire mal y al venir a España me chocó eso de verme cambiando a mis hijos en un banco o en el carrito del coche porque algunos baños no están adaptados para eso. Creo que ha cambiado un poco la legislación, pero no siempre todos los baños están adaptados», explica.

«En Irlanda si vas al súper, cualquiera se ofrece a cogerte a los niños o las bolsas. Aquí, si voy con los tres, estoy todo el rato diciendo: Lo siento»

Lo de dar el pecho, otra odisea: «No me siento supercómoda, pero lo hago igual. Digamos que nunca nadie me ha echado de ningún sitio, pero sí que no se ve tanto, y algo que no se ve, es tabú. Se queda en casa. Yo nunca me he escondido y no voy a dejar a mi hijo llorando porque estemos fuera de casa. Me siento en cualquier lado y le doy el pecho», dice. Pero reconoce que no es sencillo: «A veces dices: ‘¿Por qué tengo que estar en la calle pasando frío?' Echo de menos un restaurante, un bar, una cafetería que diga que este espacio está reservado por si alguien quiere dar el pecho, que se pueda sentar tranquilamente y no estar en una sala escondida de lactancia. Igual que hay asientos reservados en los buses para personas mayores y embarazadas, pues lo mismo espacios para madres con niños», aclara, mientras explica que en Irlanda ya hay este tipo de reservados: «Allí, cualquier bar tiene un espacio adaptado para niños con juegos, juguetes... Hay zonas preparadas para que puedan ir los bebés, hay grupos de apoyo de madres o de padres para poder ir y que los niños jueguen y hay un monitor... hay más tribu en este sentido, nos ayudamos entre todos para criar a los niños». Y pone como ejemplo algo que aquí sería impensable: «Una persona en un supermercado te ve liada con los niños y se ofrece a llevarte las bolsas, hay esa cortesía por ayudar. Y aquí no, yo voy al supermercado con los tres y estoy todo el rato diciendo ‘lo siento, perdón, sé que estoy molestando, están gritando, tienen hambre, perdonadme', y allí no. Cualquiera se ofrecería a cogerme a los niños en brazos o las bolsas o incluso pagarme la compra si ve que no encuentro la cartera, no sé si me explico».

Pero quizás lo más rocambolesco que le ha pasado a Ana ha sido en un viaje en tren a Santiago para acudir a una consulta médica con los niños: «Sé que hay un servicio de ayuda para subir y bajar del tren, pero no lo necesitaba. Venía mi madre conmigo. Llegamos a Santiago y bajó ella con los niños y yo con el carrito. Y cuando voy a cruzar el andén, veo que en el ascensor pone averiado. Llamé a los trabajadores que estaban al otro lado con sus chalecos identificados y les pregunté si había otro ascensor, me dijeron que no y se dieron la vuelta. Me ignoraron por completo, a pesar de que les pregunté que cómo iba a hacer. Tuve que bajar yo sola el carrito con los niños por turnos y cuando llegué arriba presenté una queja. La respuesta fue que podía haber solicitado el servicio de ayuda». Pero Ana no se quedó callada: «Le respondí que ayuda no necesitaba porque íbamos dos adultos, lo que necesitaba era que el ascensor funcionara. Además había pedido allí la ayuda y tres personas me habían dado la espalda. Puse la reclamación y se resolvió de manera que cuando lo necesitara, que solicitara la ayuda». Una situación que la indignó porque «si llega a pasar una persona en silla de ruedas, ¿qué hubieran hecho?, ¿tienes que solicitar siempre la asistencia aunque no la necesites y planificar todo con antelación y decir: ‘Oye voy con carrito, ¿se puede entrar?' ¡Por Dios!, creo que a estas alturas no hay que preguntar esas cosas», comenta Ana. «Pedimos que aumente la natalidad, pero luego a la hora de verdad estamos solos, sobre todo, solas porque sí que veo una carga mayor sobre las mujeres. Y ya no es que no te ayuden, es que te ponen la zancadilla», asegura esta madre.