Pepe Rodríguez, chef Michelin y jurado de «MasterChef»: «Nada me dolió más que lo sucedido en A Coruña»

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De niño quería ser futbolista o cantante de rock, pero entró en el negocio familiar. «Mis hijos no sé si continuarán, se han sentado a la mesa como señoritos», dice

14 dic 2021 . Actualizado a las 11:18 h.

Tan afable como directo, Pepe Rodríguez Rey (Illescas, 1968) transmite una pasión por la cocina que no se puede atribuir a su personaje televisivo. Charlamos con él días antes de saber el triste fallecimiento de Verónica Forqué; de MasterChef cuenta su experiencia en el programa tras la polémica que se produjo por la imitación que hicieron del acento gallego cuando visitaron A Coruña. 

—Delikia, una empresa de máquinas expendedoras, arma un concurso solidario para la receta de uno de sus sándwiches. Y usted de jurado. Extraña iniciativa.

—Mucho, pero ahora que conozco la empresa, veo que son transgresores, innovadores y diferenciadores, con voluntad de otorgar valor añadido con cariño y buen gusto. Y el mensaje solidario es muy potente. Es hacer grande algo simple. Con el café han hecho lo mismo: contratar al gallego Marcos González, uno de los mejores baristas de España. Qué locos, qué pirados...

—¿Qué le sorprendió más?

—La creatividad de los chavales. Les hacemos pensar, para que alcancen una receta que tenga durabilidad, que se pueda recrear y reproducir industrialmente, que esté rico y los ingredientes casen.

—Hablando de solidaridad, y añadiendo sostenibilidad. ¿Cree que los cocineros deben tener un papel clave en la sociedad?

—No hay que magnificar nada. Ese papel se nos está atribuyendo a marchas forzadas. No debemos meter más presión de compromiso social a los cocineros que al resto de los actores sociales: empresarios, ciudadanos, políticos... Hay mucha presión con la sostenibilidad y la política de cero residuos. Mi abuela nunca tiró nada. Los grandes platos de la cocina, de la vida, vienen del aprovechamiento. De hacer el plato de mañana con las sobras de hoy. Otra cosa es el empeño en poner una etiqueta a algo...

—La alta cocina, y la no tan alta, no es sostenible, a día de hoy...

—La mejor manera de ser sostenible es ser responsable con nuestros trabajadores, con un sueldo y unas jornadas laborales dignas, hacer la empresa entre todos, siendo corresponsables cada uno a su nivel, haciéndonos partícipes. No solo con la bolsa de vacío que se recicla...

—Tuvo que llegar una pandemia para poner el foco en la hostelería.

—¿Pero quién es importante? Pues el camionero, la dependienta del supermercado, los médicos, a los que teníamos de medio lado. El cirujano que le cambió el corazón a mi madre, que le dio la vida, cobraba 1.650 euros.

—¿Se percibe la gastronomía de otro modo cuando se mama desde niño?

—Yo veía a mi abuela pelar patatas con una perfección que nunca nadie tuvo. Y aprendí que había que echarle esfuerzo, dedicación, trabajo y humildad. Venimos de abajo, de una venta de carretera.

—¿Piensa en ese legado para sus hijos?

—Mis hijos no sé si lo harán. Todo esto no lo saben porque se han sentado a la mesa como señoritos, no lo han sufrido. No sé si se dedicarán a esto. Si quisiesen, les diría que fuesen a una buena escuela de hostelería, después a grandes restaurantes para saber lo que son desde dentro y, finalmente, a casa. Ya no tengo claro que lleguen a hacerse cargo del restaurante. Hay empresarios que tienen decenas de restaurantes y no han pasado por una escuela de hostelería. O quizás son maravillosos gestores y el modelo de negocio es válido, que también tiene que existir eso. Es otra visión.

«Yo quería ser futbolista o cantante de rock»

—¿Cuál es el reto de El Bohío?

—Mejorarlo y reformarlo definitivamente, que llevamos cincuenta años en obras, para tener el restaurante total que siempre soñé. Era una casa particular que convertimos en restaurante...

—¿A Galicia le penaliza el discurso del producto?

—El producto es un valor. Quizás penaliza a los restaurantes de alta cocina el «no me toques el producto», pero también se hacen muchas cosas mal en nombre de la tradición, que no lo tapa todo. Para comer un buen caldo o una buena tortilla hay que dar muchas vueltas. Quizás en Galicia cuesta más alternar con la técnica aplicada al producto. Pero hay momento para todo.

—¿Se lo hubiese imaginado?

—¿Yo en una cocina? Yo quería ser futbolista o cantante de rock. No quería, pero entré a trabajar como pasará en cualquier negocio familiar, para que no se fuese a pique. Pero ahora veo lo que hacía mi madre y lo que hago yo y pienso que a ella nunca nadie le dio un premio.

—¿Y lo de «MasterChef»?

—¿Un chef en la tele? Ni loco.

—¿Compensa la expansión de la gastronomía los posibles efectos secundarios?

—Sin duda. Es un escaparate para la democratización de la alta cocina española. Los espectadores conocieron chefs y técnicas que ignoran.

—¿Efectos como la polémica tras la prueba en Galicia?

—No hay cosa que más me haya dolido. No lo entendí nunca. Mi madre se crio en A Coruña y mi abuelo era de Cerdido. Es mi segunda casa. Visitamos Galicia y compartimos cariño y bondad. Y hacemos una coña tonta, por... por... No queríamos ofender. Todo era muy sano.

—Que el ganador fuese «ex aequo» es otra innovación.

—Un giro de guion. Juanma Castaño y Miki Nadal llegaron odiándose y se van amigos. Si se lo diésemos a uno, quedaría ese poso. Creo que acertamos.

—Nunca decae la fascinación por la cocina.

—Cocinar hizo al hombre. Después aparece el hedonismo. Cocinar es muestra de cariño, amor, confraternización, de compartir lo esencial. Nada me hace más feliz que dar de comer a la gente que quiero.

—¿A qué sabe Pepe Rodríguez?

—A nada. Yo solo quiero que todos salgan contentos de mi restaurante... No, espera. A callos. A los de mi madre, que comía de crío. Pegajosos. Para que el que me pruebe no se pueda despegar de mí.