Enfermera Saturada: «Llevo desde el 2003 reenganchando contratos, creo que me jubilaré eventual»

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El gallego que está detrás de la enfermera más famosa de las redes sociales acaba de publicar un nuevo libro, «Orgullo enfermero», donde relata cómo ha vivido la pandemia primero desde la uci, y luego desde un punto de vacunación

05 nov 2021 . Actualizado a las 11:30 h.

De Saturada, nada. Tiene cuerda para rato. De hecho, acaba de publicar su noveno libro, Orgullo enfermero, donde cuenta cómo los sanitarios lucharon contra el coronavirus. Héctor Castiñeira, el gallego que está detrás de la enfermera más famosa de las redes sociales, (Lugo, 1982) combatió la primera ola del coronavirus en la uci del hospital madrileño Doce de Octubre envuelto en una bolsa de basura y con una mascarilla usada. «Pasaron a ser la nueva morfina, las teníamos en la caja fuerte y teníamos que justificar cada uso», señala.

 —«Ni héroes ni villanos, lo que siempre fuimos». Pero lo que ha pasado nos ha hecho valorar más vuestro trabajo.

—Espero que sí, hasta ahora nosotros nos sentíamos valorados por los pacientes, y la pandemia ha venido a ponernos en el medio del foco mediático. Se ha visto más nuestro trabajo, y espero que sirva para que se reconozca más. 

—Por lo menos los pacientes, porque los de arriba ni se inmutaron. Cuentas que no se recompensó ese sobreesfuerzo.

—En general, las enfermeras de ninguna comunidad autónoma se sintieron recompensadas. En Galicia sí hubo alguna compensación, pero en Madrid nada de nada. En ese sentido, por la Administración, desde el inicio de la pandemia, cuando no teníamos medios, y nos poníamos bolsas de basura, hasta después cuando vimos que en algunas comunidades no se recuperaban ni las horas extras que habíamos pasado en el hospital, nos sentimos abandonados, aunque no nos pilló de nuevas, porque llevamos muchos años así, por desgracia.

 —Tú subestimaste todo esto al inicio.

—Sí, porque cuando veíamos imágenes de China, que estaban construyendo un hospital en tiempo récord, o todo lo que estaba pasando allí, lo veía como quien ve una película en el cine comiendo palomitas. Pensabas: a lo mejor llega algún caso, como el ébola, que tuvimos un caso o dos, y creía que sería así... Cuando llegó a Italia, ya dije: «Algo pasa», pero nunca llegué a pensar que sería lo que fue y que los hospitales enteros se convertirían en hospitales covid.

 —Jamás pensaste que llegarías a guardar las mascarillas en la caja fuerte.

—Jamás. Las mascarillas, que nunca nadie había reparado en ellas, en el hospital apenas se usaban, para dos o tres cosas nada más, y que las teníamos como puedes tener las gasas o el Betadine, y de repente ¡nos las robaban! En cuanto, te despistabas, venía alguien y se llevaba un puñado o la caja entera. Pasaron a ser la nueva morfina...

 —¿Desaparece mucho?

—Nunca hemos probado, siempre la tuvimos en la caja fuerte. No sabemos qué hubiera pasado si la dejábamos fuera. Los estupefacientes, las medicaciones de este tipo, están guardadas, tienen que estar controladas, visadas y selladas, y hay que justificar cada ampolla que se utiliza... Pasamos de eso a justificar cada mascarilla que se usaba.

 —¿Has visto más de lo que creías que podías soportar?

—Nunca sabes dónde está el límite y eso lo aprendí en la primera ola. Cuando estaba en Galicia, en el 061, me había tocado trabajar en accidentes muy graves, el descarrilamiento de un tren, uno de un autobús, pensaba que era lo más que iba a ver en mi vida laboral... y para nada. Lo fue la pandemia, la primera ola, porque nos enfrentábamos a algo que no sabíamos qué era, no sabíamos cómo tratarlo, casi ni cómo protegernos. Era como vivir una catástrofe diaria. No le veías fin a esa situación, yo incluso llegué a temer por mi propia vida, porque compañeras con las que habías estado trabajando hasta el día anterior estaban ingresadas muy malitas.

 —Para ir a trabajar había que fabricarse un escudo.

—Realmente no sabíamos a qué nos enfrentábamos, con la presión de que no teníamos los medios de protección adecuados, por lo cual pensabas: «Es muy fácil que me contagie, pero tengo que estar aquí, los que están ingresados no tienen a nadie, ni a su familia». Te conviertes en la última persona que ven demasiadas personas. Normalmente los pacientes están acompañados, y cuando alguien fallece suele estar rodeado de sus seres queridos, y pasamos de eso a que estuvieran con una persona que no conocen de nada y debajo de un equipo de protección, apenas nos veían. Fue duro, el número de fallecidos diarios era terrible.

 —¿Diste muchas manos en los últimos minutos?

—Todas las que pude, pero nunca te parecen suficientes, porque aunque intentas llegar a todo, no lo haces. Había veces que llegabas a la habitación y el paciente ya había fallecido, y no habías llegado a tiempo. Eso pesa, y la sensación de culpa está ahí, te da pena no haber llegado, pero era imposible. Llegamos incluso a poner una sábana en el suelo y poner ahí al paciente porque no había camillas ni colchones. La primera ola fue lo más difícil de gestionar, de hecho, creo que aún estoy haciéndolo.

 —Juan Carlos antes de ser intubado te dijo: «No me hagas esto». ¿Eso marca?

—Sí, eso duele mucho. El problema es que en la primera ola, los pacientes no sabían nada, pero después ya intuían a lo que se enfrentaban y lo que podía pasar. Era muy duro, porque te miraban, te pedían que por favor no lo hicieras, se agarraban, se negaban a que los intubásemos, a que los durmiésemos, pero tenías que hacerlo porque era la única opción que tenían de sobrevivir.

 —¿En tu hospital hubo que elegir?

—Es que no había medios para todos. Cuando tienes más pacientes que camas o respiradores, hay que decidir qué pacientes tienen más posibilidades de salir adelante en una uci. Esos momentos existieron, y son decisiones muy duras de tomar.

—Luego dejas la uci y pasas al punto de vacunación.

—Ahí cambia todo. Pasas de trabajar en una uci a un punto de vacunación, donde ves la cara amable de la pandemia, si es que existe. Encuentras a un montón de gente ilusionada, que viene deseando recibir su vacuna... y te cambia totalmente la visión. Suceden un montón de anécdotas. Todas las que cuento en el libro son reales....

 —La chica que fue con el trípode dispuesta a retransmitirlo por Instagram me parece lo más...

—Esa le sucedió a una compañera. Salió asustada, diciendo: «Ay, lo que me acaba de pasar... ». Y vemos a la chica que se marcha con el trípode, la luz... pretendía hacer un directo mientras la vacunaban. Que está genial dar ejemplo, pero no me puedes ralentizar esto, las citas iban justísimas.

 —Dices que las enfermeras siempre os ponéis en lo peor, ¿fuera del hospital también?

—Al final la enfermería es un modo de vida , es algo que llevas desde los primeros años de trabajo, donde eres consciente de todo lo que puede ir mal, y siempre te pones en lo peor. Si hay un seguro de viaje lo contratas, y si te vas a ir a un sitio lejano, miras si hay hospital, y si no hay, te llevas una ampolla de adrenalina, antibióticos, antiinflamatorios... Un 20 % de la maleta son medicamentos o cosas por si pasa algo... Sin embargo, vas con otros amigos y te dicen: «¿Por qué voy a tener una apendicitis?», y tú contestas: «¿Por qué no?». Siempre nos ponemos en lo peor de salud.

 —«Si ligas con un pijama tres tallas más grande, fuera está hecho», vienes a decir. ¿En el hospital se liga mucho?

—Hay más mito que realidad, pero trabajamos muchas horas juntos, en pijama... [Risas]. Al final, somos muchas personas y es lógico que de ese entorno laboral salgan parejas, porque no todo el mundo entiende que un sábado por la tarde no puedas hacer planes, porque te toca trabajar... Una persona del gremio entiende mejor los tiempos. Es cierto que las series y las películas tienen parte de culpa de ese mito, o si pasa, yo me lo estoy perdiendo.

 —¿Cómo va lo del contrato? A este paso te dan antes el Planeta. Y ahora que es de un millón de euros...

—Mal, sigo con contratos de sustitución y nada. Creo que en la enfermería, y en otras profesiones, esa precariedad laboral va casi pegada al nombre.

 —¿Cuántos años llevas reenganchando uno con otro?

—Acabé Enfermería en el 2003, y los contratos más largos son de bajas largas, pero después son de sustitución y de verano.

 —Ya contarás qué llega antes: el premio o la plaza.

—Creo que me jubilaré siendo eventual.

 —En breve, Satu cumple 10 años. ¿Estás liando algo?

—Algo habrá que hacer, la verdad es que nunca lo imaginé, empezó siendo algo para reírme, pasarlo bien, contar anécdotas... y acabó siendo un personaje con el que llevo nueve libros, y con el que me han pasado cosas alucinantes, que nunca pensé que me pasarían.

 —Por ejemplo.

—Lo más raro fue estando de viaje en China. Iba paseando por una calle en pleno Shanghái y de repente dos chicas gritan: «¡Anda, Satu!», me giro y digo: «¿Esto qué es?». Y eran dos enfermeras que también estaban por allí.

 —En los dos últimos libros había que tener cuidado por la pandemia, ¿recuperarás el humor para el siguiente?

—Hacer humor con la pandemia era complicado, sobre todo con Nosotras, enfermeras que era contar el pico. En este ya meto esa parte de anécdotas, porque como decía Mark Twain: «Humor es igual a tragedia más tiempo». A veces hay que dar tiempo y esperar para poder empezar a hacer humor con determinados temas, pero yo creo que hay muy pocos temas con los que no se puede hacer humor. Con la pandemia, pese a todo, podremos hacer humor en el futuro.