Una panadería convertida en club clandestino

La Voz

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MARCOS MÍGUEZ

Una australiana afincada en Galicia está detrás de este club gastronómico donde hay cenas los jueves, viernes y sábados

30 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El sitio es increíble. Hay que tener mucho talento y visión artística para convertir, sin tocar apenas nada, un obrador de una panadería en un club gastronómico donde hay cenas los jueves, viernes y sábados. «Una amiga me habló de esta casa. Cuando la vine a ver lo tuve claro desde el primer momento. Fue un flechazo. Estuve llamando a los dueños del negocio, que lleva cerrado unos años, todas las semanas durante seis meses para convencerles de las bondades de mi proyecto», recuerda la australiana de marido gallego Sarah Stothart. Resulta complicado hablar de un espacio clandestino. De un lugar que no es restaurante ni tampoco bar, sino una especie de txoko vasco en el que tienes que apuntarte a la salida para poder volver y formar parte de la sociedad, lo que te da derecho a encontrar una mesa antes que otros, por ejemplo. Está ubicado en Santa Cristina, Oleiros, al lado de A Coruña, aunque Sarah no quiere dar muchas pistas para que la búsqueda forme parte de la experiencia. Solo hay una reducida carta de vinos gallegos. El menú es cosa de la cocinera. Con productos gallegos de temporada, y a un precio de 45 euros (bodega aparte) ofrece unos platos en los que se perciben las influencias de todos los lugares donde vivió. «Principalmente Japón, Malasia, Vietnam o Grecia. Calculo muy bien las cantidades porque no soporto que sobre comida», apunta.

EXPERIENCIA EN BARCELONA

La panadería By Sarah, que es como se llama esta food experience en Oleiros, como indica en su perfil de Instagram, tuvo un precedente en Barcelona. Convirtió una antigua fábrica de paraguas en el club Tapioles 53. Su fama trascendió y hasta la llamaron de The New York Times. «Pensé que era una broma y les colgué dos veces», relata esta diseñadora gráfica que trabajó como ilustradora con representantes en Londres y Estados Unidos. Dice que de australiana le queda poco porque su padre, un conocido artista de carácter bohemio, y su madre, ceramista, la llevaron de aquí para allá. Ahora residen en Barcelona, donde Sarah conoció al gallego que le hizo cambiar de aires. «Era un cliente habitual. Me conquistó el día que me mandó por DHL una caja de patatas recién cogidas de una huerta de Galicia», asegura. Ahora, con dos hijos, intenta emular aquí el éxito que tuvo en la Ciudad Condal con su concepto de local clandestino.

POR UN PORTALÓN

Una vieja panadería en la que las amasadoras parecen esculturas, el horno una pieza de museo, y las maderas que sostuvieron millones de barras de pan, bollas y empanadas rezuman historia. Solo tres noches a la semana y con una capacidad para menos de 20 privilegiados. «Creo que en Galicia hay sitios maravillosos y un producto de primer nivel que es complicado encontrar en otros lugares. Disfruto yendo al mercado a comprar. A veces voy con una idea preconcebida y cambio sobre la marcha al ver lo que venden en los puestos», comenta. Me enseña los distintos espacios del obrador, lo que le gustaría que fuese en un futuro y me acompaña hasta el portalón del garaje por el que se entra y sale de este sorprendente club. Algo más que una experiencia gastronómica que la gente empieza a valorar. «Estoy muy contenta con la respuesta del público y tengo muchas reservas», asegura Sarah. Un sitio con mucha miga.