Ellos viven en las calles más caras de Galicia: «No cambio vivir aquí por un edificio entero en otra zona»

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El ourensano José Nogueira en la calle del Paseo
El ourensano José Nogueira en la calle del Paseo Miguel Villar

Cuatro vecinos que residen en las calles con la vivienda más cara de cada provincia gallega, según el último estudio de Idealista, cuentan qué las hace tan cotizadas. Vivir en ellas, dicen, no tiene precio

10 oct 2021 . Actualizado a las 23:29 h.

Plaza de Lugo, a coruña

Carmen Alonso: «Ahora es la calle más cara de Galicia, pero yo ya nací en ella»

Carmen tiene 37 años y nació en la que acaba de ser nombrada como la calle más cara de Galicia. Así lo concluye un estudio del portal inmobiliario Idealista, que analizó el precio medio absoluto de todo tipo de viviendas anunciadas en una misma calle. Para evitar distorsiones en los datos, solamente tuvieron en cuenta aquellas vías que contaban con un mínimo de diez anuncios. Por tanto, el informe solo muestra los precios medios de las calles, lo que no significa que sean las viviendas en venta más caras de cada mercado.

Un piso como el de esta coruñesa en el corazón comercial del centro de A Coruña cuesta hoy de media 797.500 euros, que responden a una localización privilegiada. Pero eso no ha sido siempre así, ni la plaza de Lugo ha estado históricamente revestida de su actual halo de glamur. Lo sabe bien esta coruñesa que la ha visto crecer con ella. «Hace veinte años esto no era así, y al haberlo vivido notas mucho la diferencia. Antes había densidad de tráfico, coches en doble fila y mucho ruido. Sin duda le dio un impulso la renovación del mercado», apunta.

ANGEL MANSO

Y es que la reforma de la emblemática plaza de abastos da Guarda en el 2006 la convirtió en todo un reclamo en sí misma. Más aún, desde que muchas de las firmas comerciales con mayor tirón comenzaron a rodearla. Eso, junto con la peatonalización de su espacio circundante y la oferta hostelera que lo acompaña también en sus calles aledañas, lo convirtieron en el punto neurálgico de las compras en la ciudad.

«La única pega aquí es que no hay vistas al mar, pero tampoco puedes tenerlo todo. ¿Qué más me da no ver el mar desde la ventana si yo salgo y tengo a dos calles el paseo marítimo y a otras dos los jardines de Méndez Núñez?», indica Carmen, que dice que hay momentos, como en Navidades, que la calle está llenísima. «Con la pandemia es lógico que haya gente a la que puedan no gustarle las aglomeraciones, pero aquí siempre hay ambiente, música... La alegría se contagia, porque la gente está de ocio; viene de compras, a pasear y a relajarse. El domingo al cerrar el comercio está desierta, pero los niños pueden bajar a jugar a la calle sin problema», señala esta madre de un pequeño de 10 años que no se ha movido nunca de la plaza de Lugo, ni tiene pensado hacerlo: «Es que realmente no echo en falta nada. Apenas muevo el coche porque tengo todo a mano, incluida cualquier línea de bus. Haces mucha vida de calle sin tener que organizarlo ni desplazarte. Si estoy en casa y necesito algo, sé que bajo y lo tengo aquí, sea lo que sea. Y al mismo tiempo, es un barrio y conoces a la gente de las tiendas, del mercado, y a la vecina del al lado».

El suyo es un edificio familiar, una especie de Aquí no hay quien viva, pero de vecinos bien avenidos. «Yo estoy puerta con puerta con mis padres, y después están mis tíos, mis primas... Es muy cómodo. No es lo mismo dejar a tus hijos un momento con tu madre o con tu prima que con una vecina o con cuidadores», valora Carmen, que añade que en la plaza muchos edificios, también familiares, se han revalorizado incluso por su estética. «Antes lo antiguo era viejo, y ahora se valora de otra forma. El nuestro es modernista, lo que te obliga a mantenerlo, porque está protegido. No te ofrece las comodidades de un piso nuevo —todavía no tiene ascensor, aunque ella no lo echa en falta al vivir en el primero—, pero sí otras cosas. Lo ves cuando viene gente, y al llegar a las escaleras te dicen: ‘¡Me encantan!', cuando hace años te decían: ‘¿No vais a cambiar estas escaleras?'», afirma Carmen, que advierte cierto relevo generacional en la zona a pesar de su encarecimiento: «Antes éramos los jóvenes de la calle, pero ahora ves a más parejas que alquilan, porque trabajan los dos en ciertas empresas y no tienen cargas. Aún así, es verdad que los precios de los pisos están carísimos, y casi siempre hay que reformarlos todos». Lo que no tiene precio es vivir allí.

M.MORALEJO

CARRETERA DE CAMPOSANCOS, VIGO

Manuel Giráldez: «Esto vale más porque la gente se dio cuenta de que un piso es una jaula»

La calle con la vivienda más cara de Pontevedra está en Vigo. Pero quien esté pensando en la calle Príncipe, se equivoca. La zona más cara según el estudio de Idealista no es urbana. La carretera de Camposancos es la elegida por el portal, y la que más se aproxima a la primera del podio gallego, con un precio medio de 718.733 euros. Con la playa de Panxón a un extremo y la de O Vao al otro, las vistas privilegiadas al mar son una constante en esta extensión residencial salpicada de casas y chalés. Quienes viven allí saben el enorme interés inmobiliario que tiene desde hace relativamente poco. «Aquí viene gente constantemente de Madrid, Barcelona o Vigo preguntando por las casas, interesándose por cuáles se venden», apunta Manuel Giráldez Pequeño, presidente de la comunidad de montes de San Miguel de Oia, que señala que el que tiene allí una casa «no se desengancha» y que hace tres años la vivienda allí era un 30 % más asequible: «Esto es más caro porque la gente se dio cuenta de que los pisos son una jaula y buscan salir de ellos. La casa cuesta mantenerla, pero tiene muchas ventajas. La principal es que disfrutas de tu finca sin molestar a nadie y sin que nadie te moleste». Quizás por eso se estén construyendo bastantes chalés por la zona, que proyecta al alza.

A DOS KILÓMETROS DEL MAR

Él, que vive junto a su familia en la parte más alta de la parroquia, posa ante una impresionante panorámica del mar, que tiene a tan solo dos kilómetros. «Después, en la parte más baja hacia el medio de la parroquia está aún a menos distancia, a un paso. La playa más cercana es la de Canido, y estamos rodeados de naturaleza, de una flora y una fauna que no hay en otros sitios», indica Manuel, que aunque no tiene piscina —«el mantenimiento es costoso y yo soy de los que digo que tener piscina al lado del mar es una barbaridad, aunque lo respeto», comenta— exprime al máximo con su familia el porche y la barbacoa. «Los gallegos somos de comer carne y aquí tenemos espacios para todos», bromea. La buena relación con sus vecinos es otra de las cosas que valora de la vida en el campo, que para él no está reñida con la falta de servicios. «Tenemos los que necesitamos, y es un sitio muy tranquilo en el que se vive muy bien. La prueba está en que encareció muchísimo desde la pandemia», aclara.

Este vecino de 73 años es un jubilado muy activo, y también conocido, por su cargo en la comunidad de montes. «Es algo que me motiva y que me gusta, aunque implica seguir trabajando, pero sin reloj», afirma. De su implicación en la zona nace la única pega que le pone: el descuido del parque forestal. «Lo tenemos cedido al Concello y es de 40.000 metros cuadrados, pero lo tiene bastante abandonado. Las vallas del perímetro están rotas, y tenemos que andar aguantándolas con palos de mala manera. El mantenimiento es un desastre. Y el acceso, como suben y bajan camiones que transportan madera, está lleno de baches. Estamos cansados de decirlo y nos dan largas, pero es algo que sí nos preocupa. Nos gustaría que se pusieran un poco las pilas para que cambie la situación y empiece a haber resultados», reclama.

«La mayoría de los trabajos se hacen en la ciudad, pero el campo lo siguen teniendo bastante abandonado. Ya a nivel general, el mantenimiento y la limpieza de los caminos son bastante deficientes. Eso a nivel de imagen es malísimo, cuando tenemos uno de los mejores parques forestales de la zona», añade Manuel. Una reivindicación que gana importancia cuando, además, ese parque se encuentra precisamente tan cerca del área residencial más cotizada de su provincia: «El que tiene una vivienda sola no la vende, y el que tiene dos aprovecha la ocasión y lo hace a un precio alto», mantiene.

Miguel Villar

RÚA DO PASEO, OURENSE

José Nogueira: «Baixas e cárganseche as pilas, temos todos os servizos e o mellor comercio»

«Onde pasea toda a xente? Onde veñen os de fóra?», pregunta retóricamente José Nogueira-Pinto González. La respuesta es siempre la misma: en su calle. La Rúa do Paseo es la más cara de Ourense y desde hace 30 años el lugar elegido por Pepiño, como se le conoce popularmente. Porque si hay alguien conocido en el centro de Ourense, ese es él. A sus 71 primaveras —«nacín o 1 do 1 do 50 e ninguén o quere crer», apunta—, es toda una institución. Y no se extraña en absoluto de que la do Paseo sea la calle de Ourense en la que más cuesta vivir. El precio medio de la vivienda aquí es de 487.347 euros, y para José, los vale. «Baixas e cárganseche as pilas. A min gústame tanto ver xente... non querería estar nun chalé afastado. Ademais, todo o mundo me fala porque son moi coñecido. Temos todos os servizos, tamén supermercados, e o mellor comercio», defiende un hombre muy activo con una rutina diaria muy de puertas para afuera: «Saes e estás no centro. Baixo á cadeliña cedo e despois vou ao ximnasio. Logo volvo a casa, doume unha ducha e cámbiome de roupa». En ese preciso instante, hecho un pincel, le hacemos la foto. «Eu sempre vou ben vestido. Dinme que son o máis elegante de Ourense, e pregúntanme: ‘Onde compras a roupa?'. Pois na miña rúa», explica.

Hace tres décadas que compró su piso aquí. «Non o merquei novo, é un edificio de hai moitos anos, aínda que tiña a fachada en bo estado, e despois fixen unha reforma á miña maneira», indica José, que habita él solo sus cien metros cuadrados tras independizarse su hijo. «Pero vén comer comigo e gozo deses momentos», añade. Si hay que ponerle una pega, dice, es la de la incomodidad para aparcar. «Eu non teño garaxe, pero apárcoo moi preto, en Viacambre. O problema é que molestas co coche, porque é peonil, pero eu teño que entrar e saír, e ademais teño permiso como residente», indica.

Precisamente por eso protagonizó un desagradable episodio que copó varias informaciones de La Voz hace cinco años. «Un coche estaba no medio da rúa. Parei e pedinlle ao chofer se podía botarse á dereita. El non se moveu, pero baixou un de atrás cub garfo, e tiroumo. Esquiveino e collín o teléfono para chamar á policía. Tiráronme o teléfono e comezaron a patadas. A xente que parou na rúa foi a que me salvou a vida. A policía e a ambulancia viñeron rápido», recuerda el ourensano, que aunque acabó con el tabique nasal roto, afortunadamente no sufrió lesiones cerebrales. «Non lles vin as caras e non os recoñecían, así que preferín que se arquivase o caso. Pero estou moi agradecido á policía», insiste.

Ni una paliza ni el cáncer contra el que batalló y que mantiene a raya pueden con él. Otra batalla vital de la que ha salido victorioso con la ayuda de su «compadre», como él llama a Miguel Santalices, presidente del Parlamento de Galicia y padrino de su hijo. Sin embargo, para José pesa mucho más lo bueno que lo malo de la vida, como también las ventajas que los inconvenientes que entraña residir en la calle más cotizada de Ourense. «Non cambio vivir aquí polo chalé máis caro do mundo nin por un edificio enteiro noutra zona», sentencia. Poco más hay que añadir.

Carlos Castro

RONDA DA MURALLA, LUGO

Álex Núñez: «Está todo tan a mano que a veces bajo en pijama al súper»

A sus 40 años recién cumplidos, Álex Rouco Núñez consiguió no solo volver a su ciudad, Lugo, sino vivir en la calle de sus sueños. Eso sí, de alquiler. Se trata de la Ronda da Muralla, la más barata entre las caras de las cuatro provincias, con viviendas que de media cuestan 264.529 euros. «Nací aquí, pero me fui moviendo. Hace tres años estaba en Valladolid y mi pareja consiguió trabajo en Lugo, así que nos mudamos y volvimos a casa», relata. Y no volvió a un sitio cualquiera. «Cuando era niño, este era un edificio de esos que veías y decías: ‘Dios, qué pasada'. Pensabas que era para gente pudiente, y mira...», señala Álex, que puede presumir de fusionar la vida más céntrica con unas impresionantes vistas a los montes cercanos a Lugo: «Vivimos en lo más céntrico posible de la ciudad. Mi piso da para la parte de atrás y no da a la Muralla, pero vemos toda la montaña, y también la zona común del edificio, que tiene cancha de tenis, pista de baloncesto y de patinaje».

Efectivamente, Álex no ve la muralla por la ventana. Pero tiene la suerte de que le basta con poner un pie en la calle para disfrutar de este Patrimonio de la Humanidad que recorre a pie cada día para recuperarse de una lesión por la que está de baja. Porque sí, en su regreso a Lugo también consiguió trabajo, y a solo 500 metros de su casa.

«Esto es supercómodo, porque tengo cualquier cosa cerca sin necesidad de mover el coche absolutamente para nada. Justo hay un supermercado debajo de casa, así que a veces hasta bajo en pijama. También está la Rúa Nova para tomar unos vinos. Yo es que vengo de vivir en una ciudad dormitorio que está a 20 kilómetros de Valladolid, así que para mí he ganado mucho», explica él, que asegura que también se le ha facilitado mucho la vida social: «Si quedas a en punto, yo bajo a menos dos porque siempre es por aquí».

Su opción siempre fue el centro, por lo que él y su pareja tenían claro que lo suyo era alquilar. «Nosotros tuvimos suerte porque encontramos un precio decente, pero en los dos últimos años aumentaron muchísimo aquí. Encontrabas pisos entre 350 y 400 euros, y ahora ya superan los 500. Sabe que la compra es complicada. «De hecho, tenemos enfrente un piso que lleva cuatro meses a la venta y ahí sigue», apunta. Aún así, Álex quiere quedarse en la zona.

«Tengo un piso familiar que me quedó como herencia en A Piringalla, pero tampoco nos arrancamos a ir para allí. Además, donde estamos tenemos la suerte de tener ascensor e hicimos bastante amistad con vecinos con los que quedamos para tomar algo una vez a la semana», afirma este residente de la Ronda que valora su peatonalización como «un privilegio», a pesar de los atascos, y de que alquilar una plaza de garaje sea obligado para quienes viven en ella. «La comodidad que te da esto no la tienes en ningún lado», zanja desde la Muralla, que casi forma parte de su casa.