Gallegas con altas capacidades: «Los hombres no son más listos, pero nosotras nos hacemos menos test de inteligencia»

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas REDACCIÓN / LA VOZ

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Sandra Alonso

Tienen una mente privilegiada, pero no son bichos raros ni estudian astrofísica. Inquietas por naturaleza, animan a las mujeres en un ámbito en el que los hombres son mayoría. «Nosotras tendemos a quitarnos mérito», avisan

08 oct 2021 . Actualizado a las 13:47 h.

Ahí donde las ven, si sumamos la inteligencia de Nora, Érika, Marta y Noemí se saldrían del mapa porque todas individualmente pertenecen a ese uno o dos por ciento de la población que destaca por una mente privilegiada, fuera de lo normal. Las cuatro tienen altas capacidades y pertenecen a Mensa, la asociación que ahora las reúne después de que se hayan animado a hacer el test que mide su coeficiente intelectual. Las cuatro lo han hecho de adultas, y algunas, como Marta y Noemí, lo han descubierto hace solo unos meses, aunque la mayoría de ellas tenían la sospecha o alguna pista desde niñas.

«A mí de pequeña me hicieron una prueba en el colegio —explica Nora, la primera por la izquierda en la imagen—, pero claro, eran los años ochenta y a mi madre le dijeron: ‘La niña es superdotada' y ¡para casa!, era una información que te daban y que no suponía nada más. Fue ahora de mayor cuando me planteé hacer el test, pero no con el fin de medirme para saber cuánto soy de lista, sino para socializar. Si algo tiene Mensa es que te abre a conocer a gente distinta». Nora no destacó nunca en los estudios, fue siempre muy justita y se confirma como una alumna vaga.

«Conozco a gente con altas capacidades que es una inútil y otra que es maravillosa, hay de todo, y con distintos tipos de trabajos. Para mí es un rasgo más, como tener los ojos azules; no es un mérito mío, sino que me ha venido dado, por lo tanto no es algo de lo que me tenga que sentir especialmente orgullosa, aunque tampoco de lo que tenga que avergonzarme. Sin embargo, he visto a mucha gente con altas capacidades a la que le da pudor contarlo», señala. Ese es el caso de Noemí, que posa en la foto junto a su mujer, Marta, y su niña de siete meses.

Ella repitió curso en el instituto y pasó una adolescencia muy dura después de sufrir bullying a los 15 años cuando se atrevió a revelar que le gustaba una chica. En ese momento, hacerse notar era lo que menos quería, así que, como le sucede a muchas personas, especialmente a las mujeres, buscó cualquier estrategia para disimular su inteligencia. «Sentía que percibían que yo era una listilla, una prepotente, y lo que quería era pasar desapercibida, poco a poco me fui amoldando al resto. A los 15 años ya era la rarita por ser lesbiana y lo que menos quería era destacar, de modo que fue una estrategia de supervivencia. Yo era una devoradora de libros, pero si usaba un determinado vocabulario, te decían: 'Ya está esta dándoselas de culta', y al final te esfuerzas por ir eliminándolo».

Noe se reconoce en ese rasgo que todas comparten de interesarse muchísimo por un tema casi de manera obsesiva hasta que se aproxima a la excelencia, ahí lo suelta y cambia de registro en busca de otra motivación. Le encanta la geología, ahora quiere aprender a tocar el violonchelo y se ha apuntado a un curso de producción audiovisual. «Yo toda la vida he intentado normalizar y hacer ver que no somos superfrikis ni estamos todo el día jugando al ajedrez, a mí de hecho el ajedrez no me gusta, por eso es importante hacer entender que no todas las personas con altas capacidades trabajamos en la NASA ni somos astrofísicas. Además si la gente lo sabe, y tú fallas, sientes esa presión: 'Ah, ¿pero tú no eras la inteligente?', se espera que seamos infalibles y no lo somos.», explica Noemí.

Ella se animó a hacer el test por insistencia de su mujer: «Marta me decía: 'Tú eres superdotada', pero yo me negaba: '¡No quiero serlo, no, no!'. Entonces su pareja la azuzó. 'O sea, ¿que has salido del armario como lesbiana y no quieres salir como persona de altas capacidades?', la animó. El temor ahora lo ha revertido y esta característica la ha ayudado a conocerse y explicarse más a sí misma. «Después de suspender en COU e ir con cuatro asignaturas a septiembre, me apunté a Ingeniería Forestal porque no me daba la media para entrar en Biología. Para mi sorpresa, el primer año solo aprobamos todo dos personas, y yo no iba a clase, me dedicaba a estudiar por apuntes. En aquel momento creía que tenía suerte, igual que hace poco que saqué la oposición para ser profesora de secundaria en solo cinco meses, ahí fue mi mujer la que me centró y me dijo: 'Noe, no es suerte, tienes que hacerte el test porque seguro que tienes altas capacidades'».

A su lado Marta se ríe porque lo que no se esperaba es que la bola le viniera de vuelta, ella había sido siempre una alumna brillante, de las que encajaban en el sistema, con matrículas de honor y premio extraordinario. «Mi hermano siempre ha sido el listo de casa, de hecho también es de Mensa, pero yo era la responsable, y creía que todo mi buen resultado era producto de mi esfuerzo. Pero hice también el test y tengo altas capacidades», indica para poner el foco donde apuntan todas. «Las mujeres necesitamos referentes y en general nos ponemos nosotras las primeras barreras: '¿Yo más inteligente? ¡Qué va, cómo voy a ser!', 'Y aunque lo sea, ¿para qué voy a hacer el test, ¿para presumir? ¿Para ponerme una medalla?'», dice Marta. «Y es importante visibilizar porque hay mucho fracaso escolar; ojalá se identificara antes a los niños. No se trata de revelarlo para que las personas con alta capacidad dominen el mundo, sino todo lo contrario: para que el sistema no las deje marginadas», apunta.

CÓMO SOMOS DE LISTAS

«A mí lo que me interesa es que haya muchas más mujeres dentro de Mensa, porque andamos alrededor del 25 % —indica Érika Aldonza— frente al 75 % de los hombres, y no es que seamos menos inteligentes», «creo que en general sentimos menos esa necesidad de saber cómo somos de listas —explica Nora—, tenemos otras prioridades». «A mí no me generó un problema —continúa Marta—, pero sé de muchas mujeres que si lo hubieran sabido de niñas, como Noe, no habrían sufrido tanto, por eso es importante hacerse el test».

Claro que tener un alto coeficiente intelectual no te asegura un 'puestazo' ni el éxito en la vida. «Para mí es como ser lesbiana, yo no lo elegí, me ha venido dado, no es ni más ni menos», expresa Marta, que coincide con todas en esa visión. «Yo no he alardeado nunca —apunta Érika, química de formación—, pero tampoco lo he ocultado, en cambio, entiendo lo que les sucede a muchas mujeres que lo quieren tapar». «Yo en el cole tenía que sacar un 10 en Matemáticas sí o sí, pero suspendía Gimnasia. Siempre fui muy competitiva; recuerdo que en la escuela organizaban todos los años un concurso de dibujo anónimo, y yo lo gané tres veces consecutivas. Entonces los padres de los alumnos protestaron porque siempre me llevaba yo el premio y decidieron que no me podía presentar más», confiesa.

Destacar e ir por delante tiene sus consecuencias, y Érika las ve venir: «Soy muy empática, analizo todo y suelo prever los comportamientos de la gente, pero entre los compañeros nunca me ha supuesto ningún problema». «Tanto en la universidad como en el trabajo recurrían a mí para resolver problemas porque yo lo hacía más rápido o de manera más sencilla. En ese aspecto, lo he llevado bien. Otra cosa es cuando tienes por encima a un responsable que no lo ve, yo sí he tenido roces laborales por eso», dice para concluir que una vez que las mujeres entran en Mensa participan y se implican con dedicación: «Por eso animo a todas a que muevan ficha». ¿Serás tú la próxima?