Ya no son cosas

YES

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09 oct 2021 . Actualizado a las 12:30 h.

Ahora que Todo Esto va convirtiéndose en Todo Aquello, el presente empieza a tener una pinta bárbara. La sensación sabe al café calentito con el que te sobrepones de una pesadilla mientras te regodeas en las cosas buenas que tiene la realidad, aunque en el fondo sea tan merdenta como siempre. Cuando le echaste un ojo al abismo, tu nivel de exigencia baja hasta considerar extraordinario lo que es solo normal. Nos estamos desescalando y cada pasito que damos hacia lo que fuimos constituye una noticia extraordinaria. Puede que cuando al fin regresemos al pasado, las cosas no sean el cacao maravillao que recordamos, pero mientras tanto disfrutamos del viaje con una energía infantil que se respira en cada porcentaje que aumenta un aforo o en cada minuto que le ganamos a la hora de cierre. Ahora sí que sí vamos de cabeza a los locos años veinte.

En este tránsito hacia lo que considerábamos normal, el perro del vecino vuelve a ser el perro del vecino. Recordemos que en aquellos días en los que no se podía salir de casa, un caniche era un salvoconducto más eficaz que un niño de tres años. La memoria es tan coñona que en cuanto te despistas, has olvidado los marrones que conlleva la vida, y recuerdas lo viejo como si fuera el tráiler de una comedia romántica. Una de esas películas en las que nadie se queda sin papel higiénico.

Casi no recuerdas ya que contabas los paseos de ese perro que vuelve a ser solo un perro con la dedicación de una envidiosa. Pero el destino ha querido recompensar a esos animales que durante unos meses pasearon personas y encajar en la desescalada un cambio de consideración ontológica en esos mamíferos, que hasta ahora eran poco más que una mesilla. Desde ayer, todos los tobis españoles dejarán de ser muebles para ser «seres vivos dotados de sensibilidad». Supongo que esto ya lo sabían los dueños de los perros, pero ahora lo sabe también la ley.

El cambio nos civiliza y acorrala a todas las bestias humanas, que ya no podrán ensañarse con un can sin consecuencias. Esperemos que los caninos gestionen este logro con sabiduría. Dejarse lamer por un perro es un derecho, pero no una obligación.