José Salgado, gallego que escapó el 11S de la planta 47: «Tomar la salida de la derecha me salvó, mis compañeros murieron aplastados por la torre»

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A José le sorprendió el impacto del primer avión en una reunión. En ese momento, como jefe, tuvo que tomar decisiones importantes, una de ellas vital: «Nos dividimos en dos grupos, y no tuvimos la misma suerte». Así lo recuerda 20 años después

12 sep 2021 . Actualizado a las 00:01 h.

El 11 de septiembre de 1966, José Salgado y su familia, natural de Ramirás, Ourense, emprendieron una nueva vida en Nueva York. 35 años más tarde el destino le tenía preparado otro reseteo. Logró salir con vida de las Torres Gemelas en el mayor ataque terrorista sufrido en suelo estadounidense. Estaba trabajando en su oficina del piso 47, la sucursal del First Union Bank, como cada día. No había mucha gente porque sus compañeros solían llegar a las 9 de la mañana, y el primer avión atravesó la primera torre a las 8.47 horas. «Estaba en una reunión con mi jefa, hablando con la gente de Carolina del Norte, donde están las oficinas del banco, cuando el impacto me tiró de la silla. El edificio se movió para la izquierda, para la derecha, y luego para la izquierda de nuevo, hasta que se quedó quieto. Las torres estaban preparadas para tener un cierto movimiento, por el viento, por terremotos, pero nunca para un avión con tanto petróleo dentro», explica José, que como mánager del grupo se vio obligado a tomar decisiones.

Tras varios minutos intentando contactar con alguien que les diera instrucciones de cómo proceder, él y el otro supervisor decidieron dividir al grupo en dos para salir de la oficina y bajar las escaleras. Él fue el último en salir, pero antes, además de cerrar la caja fuerte, empapó toallas en agua y se las dio a sus compañeros para poder respirar. «Cuando llegamos al piso 22 -cuenta- escuchamos al segundo avión chocar con la segunda torre. Hasta ahí la gente estaba bajando tranquila, pero en ese momento cundió el pánico y empezaron a chillar. Querían caminar más rápido, pero no se podía. Los bomberos ya estaban entrando en el edificio e intentando subir con los equipos para rescatar a la gente que se había quemado o quedado atrapada». Una de esas personas era una compañera suya, que les dijo que prefería esperar porque no podía respirar. «La dejamos con dos bomberos que nos prometieron que iban a cuidar de ella. No consiguió salir. Durante el primer aniversario del atentado, los padres me preguntaron por qué la habíamos dejado allí, es que fue decisión de ella. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, no la hubiera dejado», señala.

A partir del piso 11, ya se caminaba más rápido. Cuando por fin llegaron a la planta principal estaba completamente deshecha. La escena era dantesca: había fuego, sistemas de agua que habían empezado a funcionar de manera automática, y entre la humareda, gente, mucha gente herida. Entre todos, dos chicas con lesiones graves en las extremidades superiores a las que el personal de una ambulancia estaba tratando de evacuar en sillas de ruedas. Y ese detalle, las sillas de ruedas, fue el que hizo que José salvara su vida. «A las chicas se las llevaron a la ambulancia por la salida de la izquierda, y como en ese momento vimos que había más gente hacia ese lado, el otro supervisor y yo decidimos salir por la derecha. Esa es la única razón, pero gracias a Dios. Perdimos a cuatro colegas que salieron por la izquierda porque se les cayó la segunda torre encima. Nosotros ya habíamos salido, habíamos cruzado, y cuando estábamos fuera, la vimos caer», relata este gallego que lleva afincado en Estados Unidos desde los 4 años. Desde aquel 11S en su vida solo rige un mantra: «Go right!».

La llamada a su mujer

Pasaron casi ocho minutos hasta que, ya en la calle, consiguieron ver algo entre la intensa humareda. Pidieron un poco de agua a los bomberos y policías y se limpiaron la cara. Entonces empezó a caminar hasta que llegó a Brooklyn y un mecánico le dejó pasar a su taller para desde el teléfono fijo -los móviles no funcionaban- poder llamar a su mujer. Su esposa llevaba cuatro horas intentando localizarlo, después de que su hijo pequeño, que ese día se había quedado en casa porque estaba enfermo, la avisara al ver por la televisión el ataque. «Mami, mami, ¿daddy no trabaja ahí?», le dijo el niño a su madre, que enseguida se lanzó sobre el teléfono. No hubo suerte, en ese momento José estaba intentando contactar con las autoridades para ver qué hacían, así que no fue hasta las doce y pico del mediodía que el teléfono sonó en casa de los Salgado. «Soy yo, estoy bien, estoy de camino a casa, cuando esté en otro sitio más cerca, te vuelvo a llamar», le dijo José a su mujer.

Después de caminar durante horas rumbo a Nueva Jersey, donde residía, una vez lejos del epicentro de la tragedia, su mujer lo fue a recoger en coche con una amiga. «Al llegar a casa, mi familia estaba esperando por mí. Mi primo tenía una botella de vino para celebrar, aunque yo no sabía muy bien qué estaba pasando. Me estuvieron contando y después mi mujer me dijo que tenía que llamar a España, porque mis padres estaban de vacaciones en Galicia, y mi madre había llamado varias veces. Mi mujer y mi hermana le habían contado, pero ya sabes cómo son las madres, que hasta que no hablan contigo no se creen nada. Le explicaban que estaba bien, pero no se lo creía», cuenta José recordando aquel fatídico día.

El objetivo era escapar, correr, alejarse de la zona, y en ese afán de huir de la tragedia y perseguir la vida, uno no tiene tiempo para reaccionar. «En un primer momento pensé que era un helicóptero perdido o una avioneta, pero nadie creía que era un ataque. De camino a casa, mientras íbamos caminando, ya nos enteramos de que habían atacado las torres, pero quién sabía qué era Al Qaida...».

A pesar de estar sano y salvo, y rodeado de los suyos, fue por la noche cuando empezó a aterrizar en la cruda realidad. «Yo conocía a todos mis compañeros, llevaban años trabajando conmigo, pero con una de las chicas había empezado a la vez. Por la noche me llamó su marido preguntándome dónde se había quedado, si creía que había salido... Ese fue el primer choque para mí, el no tener una respuesta que darle. Solo le dije que fue todo tan rápido que no había tiempo para pensar», señala.

Miedo a los túneles

Los meses siguientes no fueron fáciles. Además del equipo de psicólogos que les pusieron a disposición, y con los que estuvo trabajando tres meses, el gran pilar de José fue su mujer, que cogió el timón de la familia. «Los primeros dos años trató de tirar ella con los niños, el trabajo, siempre me intentaba ayudar, o cuando yo no estaba tranquilo y necesitaba mi espacio para pensar, me dejaba hacer...», confiesa José, que pasado algún tiempo quiso volver al lugar para hacer el recorrido que ese día le salvó la vida.

Al principio, confiesa, tuvo bastante miedo de las personas que llevaban bolsos y mochilas en los trenes y autobuses. «La gente se volvió muy desconfiada -apunta-, pensabas que te podía pasar algo en cualquier lado. El primer año cuando entraba en un túnel contaba las luces que faltaban para salir, tenía miedo a que entrara agua o cualquier otra cosa y no poder escapar». Pero tiró para delante, poco a poco superó lo vivido, aunque no olvida, y a día de hoy disfruta de sus tres hijos, uno casado y otro con planes para hacerlo, y de su nieta de 10 meses. «Te pones a pensar en todo lo que hubiera perdido, si no hubiera tenido la suerte de salir, no solo yo, también mi familia. Siempre pienso que podía haber hecho algo diferente para ayudar a los colegas, que por qué no fueron con nosotros por la derecha», suspira.

A nadie, o casi nadie, se le va a olvidar aquel 11 de septiembre del 2001. Quien más y quien menos piensa, cuando se acerca la fecha, dónde estaba o qué estaba haciendo. «Pues imagínate para mí, todavía es más difícil», concluye.