Conchi Cotos, primera gallega divorciada: «A los tres días de casarme ya sabía que no quería pasar mi vida con él»

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BASILIO BELLO

En 1981, cuando se aprobó la Ley del Divorcio, Conchi Cotos salió corriendo al juzgado. Fue de las primeras gallegas en romper legalmente su matrimonio. Así lo recuerda 40 años después

04 sep 2021 . Actualizado a las 23:07 h.

Hace 40 años que Conchi Cotos se presentó en los juzgados para «volver a ser libre». No quiere pensar en lo diferente que habría sido divorciarse hoy en día, sin embargo, para ella, ser de las primeras mujeres que rompieron legalmente el matrimonio no fue un acto de valentía. «Era morirme o marchar», señala al mismo tiempo que agradece que sus padres la ayudaran a tomar la decisión. «Mi madre para aquellos tiempos era una campeona, una mujer muy feminista, y me ayudó porque yo estaba atravesando una depresión tremenda, entonces no se sabía, pero ahora, pensándolo, debía de tener una anorexia nerviosa que me quedé en 43 kilos».

Seis años antes se había casado con la persona equivocada. «No estaba enamorada, pero me di cuenta a posteriori. Me casé porque de aquella nos casábamos por tener libertad de los padres, que nos tenían bastante protegidas, por lo menos los míos, y querías salir y decir: ‘Cuando me case voy a hacer esto y lo otro', y resulta que te casas y es peor», explica Conchi, que reconoce que con 21 años en aquellos tiempos no tenía madurez suficiente para tomar una decisión de este tipo como se tiene ahora. «A los tres días de casada dije: ‘Yo no me muero con esta persona', pero tampoco tenía una personalidad suficiente para dejarlo. Pienso que fui una sufridora por inmadurez», señala.

Habían pasado muy pocas horas desde que se dieron el sí quiero, cuando Conchi se dio cuenta de que no le gustaban las formas de la persona que estaba destinada a ser su compañero de vida. «Fui virgen al altar, no sabía lo que era nada, y a los tres días estaba hecha polvo -relata-. Un día me levanté de la cama y sin querer tiré con el pie una botella de Cocacola que estaba en el suelo. Me empezó a llamar tonta, me decía que no sabía lo que hacía... Todas esas cosas fueron el primer maltrato que yo tuve». Y continúa: «Yo fui maltratada psicológicamente a tope, me doy cuenta ahora y después, pero no en el momento. No te das cuenta del sometimiento, no te das cuenta de lo que te hacen para forzarte a que hagas lo que ellos quieren».

A pesar de cómo se planteaba el futuro, tuvieron que pasar seis años hasta que sus vidas tomaron caminos separados. ¿Cómo se resiste? ¿Cómo se aguanta día a día con una persona a la que no quieres? «Eran otros tiempos, teníamos otra mentalidad, y uno se casaba para siempre. Fue hace 40 años... La sociedad imponía», confiesa. Aun no siendo plenamente feliz, en estos primeros compases del matrimonio, en ningún momento se le pasó por la cabeza abandonar. Es más, al año siguiente tuvieron un hijo, aunque la paternidad no sirvió para encauzar la relación de pareja. «No congeniábamos, éramos como el día y la noche. Yo intenté por todos los medios hacerlo feliz. Fui cediendo en cosas, hacía para que no se enfadara o que no le pareciera mal algo, medía mis palabras... Llegó un momento que casi no hablaba para no meter la pata delante de la gente, porque yo era una ‘inculta', ‘él era muy guapo y yo fea...'».

LA PAREJA PERFECTA

Conchi nunca compartió con nadie lo que estaba viviendo. A la vista de los demás eran un matrimonio feliz. «Estábamos casi siempre enfadados, pero como él hablaba poco, no se notaba tanto», señala Conchi, que hizo todo lo posible para que sus padres no se enteraran del infierno que estaba viviendo. «Llegó un momento que él mejoró muchísimo económicamente, de decir: quiero una mujer en casa y un hijo, y yo ando por ahí con todas. Un día le encontré una carta, que decía que se iba a ir a Alemania con una mujer, que por cierto, aún no se fue hoy... pero bueno esa carta fue la gota que colmó el vaso. Pensé: ‘No soy feliz, él no me quiere, yo no valgo nada, no soy nada...' y enfermé», recuerda Conchi. La mala situación por la que estaba atravesando se hizo evidente, y su madre se presentó en Ferrol para traerla de vuelta a casa junto a su hijo de 5 años. «Me llevó a la fuerza, yo no quería marchar, quería morirme allí», explica mientras recuerda lo que le dijo su madre: «Cuando sanes, vuelves. Mientras, te vienes para A Coruña».

Cuenta que se fue con lo puesto, ni siquiera se llevó consigo ropa para el pequeño. «Económicamente, él vivía por todo lo alto, pero yo no tenía cartera, me dejaba x dinero encima de la mesa de la cocina y tenía que estar contando lo que podía comprar. Una cosa que me quedó muy grabada, y que es difícil de creer, es que un día se olvidó de dejarme dinero para comprarle leche al niño, y le tuve que dar una zanahoria con una patata pisada, que no me la quería y me la echaba por fuera, y así hasta que vino....», confiesa Conchi que se llegó a culpar del fracaso del matrimonio. «Estaba todo día pensando: ‘¿Cómo vendrá hoy? ¿Me hablará? ¿No me hablará?'. No me dejaba relacionarme con nadie porque eran todas unas... Un sometimiento que ahora lo pienso, y digo: ‘¿Cómo podía soportar eso?'. Pues lo soportas porque eres inmadura, porque nos educaron para casarnos una vez en la vida, y porque en mi familia no había nadie separado ni divorciado...». «Yo me separé porque enfermé -asegura-. El médico me dijo que la solución pasaba por dejar a mi marido». Siguiendo la recomendación de su doctor, Conchi se llenó de valor para plantearle la situación a su marido, que como era previsible no lo encajó de la mejor manera. Nunca quiso recuperarlos como familia, y cuando apareció «fue para amenazarme con sacarme el niño».

SALIR ADELANTE

Antes de que llegara la Ley de Divorcio en 1981, Conchi materializó la separación en los juzgados, unos trámites que recuerda como «horrorosos». «Fue muy traumática. Primero dictaron medidas provisionales, pero hubo errores, porque no había experiencia. Me pusieron una pensión para el niño porque yo renuncié a la mía, caducaron las medidas, y cuando salió la sentencia no se contempló. También por eso me divorcié después rápidamente, porque mi hijo no tenía ningún derecho. Entonces, cuando se aprobó la ley, los abogados me dijeron: ‘Tienes que corregir esto'».

Con 28 años tuvo que renacer en todos los sentidos para salir adelante con su hijo. Se sacó el graduado escolar, el carné de conducir y empezó a hacer cursos de confección y sanidad para encontrar un trabajo mejor. Se fue de casa de sus padres, primero compartió piso, luego su tía les dejó una casa y finalmente consiguió comprarse una. «Yo no me sentía educada, como para educar a un niño de 6 años. Fue terrible, los de ahora no saben cuánto les allanamos el camino. Y sigo diciendo que ahora las parejas tardan mucho en hacerlo, todavía se convive muy mal. A la gente le cuesta mucho, se sufre mucho pensando en que las cosas se van a solucionar, y no se solucionan solas. Yo si algo gané fue tiempo de mi vida para hacer muchas cosas: estudiar, sentirme valorada... Si espero a divorciarme a los 60 años, ¿qué me queda? A los 27 se superan muchas cosas, porque te da tiempo. Cuando pierdes el tiempo porque estás tranquilo y relajado, me parece muy bien, pero cuando estás incómodo en tu casa, no hay un diálogo, se acabó todo, ¿a qué se espera?».

Si la recuperación económica fue dura, la emocional no fue menos. Le costó muchísimo tener contacto con otros hombres, porque consideraba a todos «unos cerdos». No creía que las parejas pudieran llegar a ser felices y le costó años cambiar el chip. Llegó a rehacer su vida, pero tampoco salió bien. «Durante muchos años tuve la espinita de no encontrar a nadie, pero ya me la saqué. Ahora pienso que no habría nadie que me aguantara», señala Conchi a los 70 recién cumplidos. Está plena, atraviesa una de las mejores etapas de su vida, y sin ninguna esperanza en el terreno sentimental. «Yo digo y hago, soy dueña de mi vida. Aunque encontrara a la mejor persona del mundo, yo ahora sería insoportable. Estoy muy bien sola, mando en mí, me levanto por el lado de la cama que quiero y si estoy en el medio es igual...». Solo hay algo que lamenta: no haberse separado a los tres días de la boda. «La pena que tengo es no volver a vivir, no volver a empezar, porque desde luego tan sufridora no iba a ser».