Benjamín Rodríguez, gallego que vive en el extranjero: «Si vienen a mi pueblo a veranear, se olvidan del Mediterráneo y de sus playas»

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Aquí está su lugar. Benjamín elige año tras año su pueblo como destino recurrente para pasar sus vacaciones. Tranquilidad y un entorno inigualable en la naturaleza son algunas de las razones que tiran de él

15 ago 2021 . Actualizado a las 13:18 h.

Fue a los cinco años cuando Benjamín Rodríguez dejó atrás el lugar en el que había comenzado a coleccionar historias. Muchas habrán volado ya de su mente. Sus padres, que como sus abuelos se dedicaban al sector de la agricultura y ganadería de subsistencia, lo vendieron todo y pusieron rumbo a Madrid. Le dijeron adiós a su pueblo, que está en el municipio ourensano de San Xoán de Río, aquel que había dado cobijo durante más de 150 años a su familia. Fueron los veranos los que lo llevaron de vuelta a sus raíces.

Casi 30 años después, Benjamín está de nuevo en el pueblo. Como cada período estival, pone rumbo a un enclave que se rige por la cultura de la tranquilidad y donde se practica cierto aislacionismo. Precisamente las dos cualidades que mejor definen lo bueno y lo malo de un destino como este. Y las razones que responden a que prefiera mantener la privacidad del lugar y no mencionar su nombre. «Mi primera idea todos los veranos es pasar como mínimo unos días en Galicia, en mi pueblo. Lo demás es completamente aleatorio. Siempre que esté mi familia, vendré», explica. Después de vivir en ciudades como Londres, Manchester, Holanda, Luxemburgo y Ámsterdam, lo que busca es el plus de la calma y el sosiego. Escapar, en cierto modo, de la inmediatez de las grandes urbes.

«Lo mejor de veranear aquí: la tranquilidad, el contacto con la naturaleza y la vuelta a las antiguas costumbres. Lo peor: la falta de gente»

Y no lo hace solo. Su padre, madre, abuela, tío y tía también pasan el verano -e incluso más meses fuera de la temporada estival- en el pueblo. Durante un tiempo fueron ellos los únicos que habitaban el lugar. El resto de los vecinos, al pesar la edad, tuvieron que asentarse en otras localidades en las que tuvieran garantizados servicios las 24 horas. Algo que no ocurre en el pueblo de Benjamín, del que tienes que desplazarte para ir a comprar, a tomar una caña o visitar al médico. «Es lo bueno y lo malo del aislamiento. Estamos muy lejos de todo, y algunas veces si es una urgencia o necesitas algo... Todo te queda como mínimo a siete kilómetros. Esa es la peor parte», relata. Pero ahora vuelven a tener compañía: un matrimonio y su hijo han apostado por lo mismo que descubrieron ellos cuando hace más o menos 15 años decidieron comenzar a restaurar las casas que tenían para poder pasar más tiempo en ellas. «Ya sabes, se estropea el tejado y lo arreglas. Luego otra cosa, y al final la reforma va creciendo. Han sido diez años de obras constantes», señala Benjamín.

VUELTA A LAS RAÍCES

Siempre ha sido durante las vacaciones, pero la pandemia ha propiciado que el reencuentro de Benjamín y su pueblo se prolongue. Ha acelerado el proceso aún más. Y es que hace un año que decidió vivir un verano muy, muy largo. Más o menos. «He aprovechado la situación para teletrabajar. Nuestro alcalde ha abierto un centro de trabajo, que me permite trabajar y pasar las vacaciones», señala este abogado fiscalista con base en Ámsterdam.

Quizá sea esa, la conexión a Internet, la asignatura pendiente de las pequeñas localidades. Y la solución a los problemas de despoblación.

¿Y cuál es la mayor ventaja de veranear en un pueblo? Benjamín lo tiene claro: «Tranquilidad, contacto con la naturaleza y vuelta a las costumbres. Todavía conservo algunos amigos de la infancia aquí y todo me lleva a recordar los veranos que pasé en mi pueblo. Y por supuesto volver a las raíces de mi familia. Para mí es importante recordar y valorar». Y la desventaja, la gente: «Echo en falta más gente. Con la despoblación masiva se pierden muchas cosas. Los recuerdos de mis padres siempre son con gente alrededor, ayudándose unos a otros. Y eso lo perdemos. Hay muy pocas personas, y me gustaría que eso cambiase».

Un día normal en el pueblo, explica Benjamín, se organiza en función de las ganas de trabajar que tenga su padre. «Siempre está haciendo cosas, y en lo que pueda ayudarle, como cortar leña, levantar una pared caída, limpieza de matorrales... Lo hago cuando tengo la oportunidad», comenta. Otro plan que no falla es pasear: «Aquí las vistas son impresionantes». O salir con los amigos de ruta por el monte en moto.

Su pareja llegará en unos días para disfrutar por tercera vez de un verano en el pueblo. Ella, que es francesa, también ha sabido valorar el carácter especial del lugar.

¿Qué le diría a quienes no veranean en el pueblo? «Les diría que si vienen aquí se van a olvidar del Mediterráneo y de sus playas. Veranear con fresquito...», apunta.

Aquí está su lugar. Su verano eterno.