Ana, 33 años: «Salí del armario siendo lesbiana, pero ahora me considero bollera»

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marcos míguez

Ana ha salido dos veces del armario, primero con su orientación sexual y luego con el género. Desde pequeña tenía el runrún, incluso llegó a pensar que quería ser un chico, también que si era trans, hasta que de repente las piezas del puzle encajaron

28 jun 2021 . Actualizado a las 12:19 h.

Cuando Ana García (A Coruña, 1988) admitió, tras varios años de lucha interior, que era lesbiana tenía 17 años. La sensación fue similar a la de resolver un puzle, al entender por fin muchas cosas que le perturbaban desde que era una cría. Nunca nadie le dijo que no tenían que gustarle los chicos, como tampoco que había algo más que ser hombre o mujer. Con veintipocos, ya en Madrid, adonde se fue huyendo del bullying que sufría en su ciudad natal, aprendió a vivir libremente y descubrió que no tenía que ser una persona binaria. «Me di cuenta de que cosas que yo había sentido o pasado desde que era muy pequeña, tenían su base en que el género que a mí me habían asignado al nacer no correspondía con el que realmente era», confiesa alguien a la que poco le importan los pronombres, porque para ella no la definen.

 —¿Te consideras no binaria?

—Me considero no, es lo que soy. He tenido el privilegio de poder llegar a entenderme, a conocerme y a saberme. Soy una persona no binaria, hace 10 u 11 años salí del armario en ese sentido. Era otra época, de esto no se hablaba en los medios, ni en ningún lado. Yo llegué a través de la teoría feminista Y queer, empecé a leer textos sobre género y feminismo, entonces me di cuenta de que un montón de cosas que no me encajaban desde que era muy pequeña, empezaron a tener sentido. Dije: «¡Hostia, es esto!».

—¿A raíz de tu orientación sexual, descubres que eres no binaria?

—Al principio salí del armario con mi orientación sexual como lesbiana a los 17 años, que fue cuando por fin lo admití, lo del género vino mucho después. Me mudé a Madrid, empecé a vivir de una manera más libre y entré en contacto con muchas personas, con discursos, a leer sobre feminismo, sobre política... y esto ayuda mucho a abrirte la mente. Ahondé en lo que era el género, lo que significa, en todo lo que nos habían metido en la cabeza de los roles de género, y mi cerebro empezó a explotar. Era un puzle que tenía que encajar, y este fue el detonante. Me di cuenta de que cosas que yo había sentido o pasado desde que era muy pequeña tenían su base en que el género que a mí me habían asignado al nacer, no se correspondía con el que realmente era. Toda mi vida ha sido siempre una constante entre soy un chico trans o no soy un chico trans. Pero, de repente dije: «Es que no tengo que ser una persona binaria», y nadie me había hablado de ello. Lo mismo me pasó cuando creía que era la única lesbiana del planeta. Nadie me había hablado de que no tenían que gustarme los chicos.

—Pero no fue hace tanto, ¿no?

—Tengo 33 años. La primera vez que escuché la palabra homosexual de una manera mínimamente positiva fue en El diario de Patricia. Yo tenía 12-13 años, y dije: «Esto tiene que ver conmigo», pero el matrimonio lo aprobaron cuando tenía 17... Yo vengo de una casa con unos padres bastante conservadores en ese sentido. Parece que no, pero yo me marché de A Coruña porque me hacían bullying, me fui a Madrid para poder vivir mi vida y desarrollarme libremente. No fue hace tanto, pero hace mucho. En estos 16 años, a nivel político y social, el país ha avanzado muchísimo.

 —¿En qué no te sentías mujer?

—Son cosas muy abstractas y muy difíciles de explicar, muy arraigadas a tus vivencias, a tus procesos emocionales, a cómo tú te relaciones con el mundo y el mundo contigo, a los roles... Que me trataran como la niña bonita, que me prohibieran hacer ciertas cosas porque eran de niño, eso me confundía mucho, porque yo decía: «Entonces quiero ser un niño...». Es muy difícil, es algo que nunca he llegado a explicarle bien a la gente. Los roles que nos imponen, a mí me ha ocurrido, y eso que tengo una madre moderna en ese sentido, que le parecía absurdo que jugara de forma pasiva con muñecas y prefería estimularme intelectualmente con juegos. Esto puede ser un punto de partida, cuando empiezas a ver que tienes que decidirte entre ser una niña o un niño. Te obligan a jugar con una cosa, ya están colocándote en un binario. Y empieza con los juguetes, pero sigue con los roles sexuales: cómo se supone que tiene que comportarse una mujer en la cama. Siempre tienes que estar dentro de un binario, y yo nunca he estado dentro de lo que tiene que ser una niña. Cuando fui un poco mayor, me preguntaba si sería un chico, pero en el fondo también pensaba: «No, no quiero serlo». Lo que dice mi círculo más cercano es: «Tú simplemente eres Ana, no te pueden definir de otra manera». Mucha gente dice que no puede hablar de mí como mujer, aunque la lectura social que se hace de mí por la estética, el pelo o la ropa, es que soy una mujer, pero cuando me conoces entiendes que no tengo nada que ver con eso, que hay algo más allá de ser hombre o mujer.

—Dentro de no binario, que es un término paraguas, no compras ninguna de las etiquetas, ¿no?

—No es que no las compre, es que tampoco las necesito. Yo hace 10 años que salí del armario y ni siquiera existía el término no binario, ni los pronombres neutros, por lo menos en España... Siempre digo que utilizo los femeninos porque tampoco tuve otra opción, yo estoy cómoda con los femeninos porque para mí, pero cada persona tiene una experiencia, el pronombre no me define, no define mi género.

—¿Está preparada la sociedad para incluir a personas que no se consideran ni hombre ni mujer?

—Depende de qué sociedad. La española ha demostrado que «si queremos, podemos». Cuando el matrimonio homosexual se legalizó en este país, en la calle no había unanimidad, y al final hoy en día queda mucho trabajo por hacer, pero es algo que la gente tiene normalizado. Ahora mismo estamos viviendo una revolución sexual maravillosa en la que todos los colectivos oprimidos están reclamando tener su lugar, su voz y respeto. ¿La sociedad está preparada? Yo creo que sí, no estamos pidiendo que la gente se vaya a la guerra, sino que respeten la identidad de las personas, igual que ellos pedirían que se respeten sus pronombres y su identidad, solo que no tienen que pedirlo porque va implícito, y nosotros lo tenemos que luchar. Hay una frase que dice: «El radicalismo del ayer, es el sentido común del hoy», y lo que hoy es radical, es el sentido común del mañana.

 —¿Qué es lo más difícil del día a día?

—Para mí, tener que pelear por la simple idea de que me respeten. Que te estén diciendo todo el día que es una tontería, que te lo inventas para llamar la atención... porque llega un momento que te afecta. Esto lleva a unas dinámicas de ansiedad, y al final dices: «¿Y si estoy yo mal de la cabeza?». Llegar a plantearte estas cosas es muy duro. Tengo la suerte de tener acceso a terapia y a recursos que me ayudan a navegar con este tipo de situaciones, y le doy mucha importancia a mi salud mental, la cuido un montón, pero no todo el mundo puede hacerlo, y ahí aparecen los problemas.

 —Te criaste en una familia conservadora, ¿cómo es hablar de género? ¿Te ha costado?

—Directamente con mi familia no lo hablo, porque yo no le puedo pedir a mi madre de 73 años que cambie su estructura mental para entender el género como lo hago yo. Para mi madre siempre voy a ser su niña, y punto. Me ha llamado nena toda la vida, y me van a seguir llamando nena. Poco a poco se va hablando más abiertamente del tema y aceptándolo más. Es una concesión que yo hago, que mi familia me entienda de esa manera. Creo que lo llevo bien, pero a lo mejor dentro de un año, te digo que me he dado cuenta de que realmente me hace daño.

—Saliste del armario como lesbiana, sin embargo, ahora reniegas del término.

—Lo utilizo, pero soy de las que les gusta reapropiarse de los términos negativos, y me considero bollera. Yo tengo una forma muy concreta de ver todo esto, y para mí es algo cultural.

 —¿Qué matiz le ves que no te gusta?

—Son nombres más normativizados, y siempre utilizo maricón y bollera como la mayoría de mis amigas. Nos ayudan a reempoderarnos a raíz de un término que es un insulto y que es negativo. Lesbiana y homosexual a mí no me suenan bien y no los suelo utilizar en mi día a día de manera personal. Hay un componente cultural de todo esto, la cultura lésbica es una subcultura dentro de la cultura LGTB, y la llamamos cultura bollera. Yo culturalmente soy bollera, pero espiritualmente soy muy maricón, identitariamente soy una persona no binaria, y a nivel de orientación soy bisexual. Es un proceso muy intenso y muy bonito a nivel personal, y está en continua evolución.

—¿El que no se plantea nunca nada es que está en el género correcto?

—Siempre hay un detonante, a algunos les ocurre a los 15 o 20 años y otros salen del armario a los 60, tanto en lo que tiene que ver con la orientación sexual como con el género. Si entras en contacto con esas realidades y, sin más, no te llama la atención, no te paras a pensar en eso, tu cerebro no se activa en ese sentido, estás en donde tienes que estar, te han asignado correctamente. Pero si te queda algo por dentro, aunque tardes en darte cuenta, es que a lo mejor hay más. Es un privilegio no tener que plantearte tu identidad de género o tu orientación, perteneces a lo que la sociedad entiende por normal, por desgracia, y no vas a tener que pasar por una serie de experiencias. Si entras en contacto con este tipo de diversidad, y la dejas pasar, no tienes nada que plantearte. Pero cada uno somos un mundo, y no tiene por qué ser ese el momento correcto, igual llega dentro de un mes o 10 años.

 —Para ti el pronombre no es vital, pero para otras personas la «e», el lenguaje inclusivo, es clave.

—Sí, la «e» no porque sea la e, sino porque es el lenguaje neutro que se hace a partir de esa letra, y es superimportante. El ser humano ha ido creando los códigos de comunicación, y a medida que las sociedades han ido evolucionando, el lenguaje ha ido creciendo y hemos ido buscando términos para ponerle nombre a cosas. Con esto es lo mismo, es una realidad que no es que sea nueva, pero ha estado invisibilizada y fuera de los constructos sociales hasta hace poco. Entonces necesitamos lenguaje, ponerle nombre a las cosas.

 —Solo hay que ver como han ido creciendo las siglas del LGTB...

—Claro, es que hemos pasado del movimiento de liberación homosexual al movimiento gay, al colectivo LGTB... a ir visibilizándolo todo, porque lo que no se nombra no existe. Si no hablas de lesbianas, no existen, y no han existido hasta hace muy poco en el imaginario público. Y esto hace que llegues a tu consulta de ginecología y no tengan protocolos adaptados, y lo mismo ocurre con las personas bisexuales o trans.

 —¿A ti hay algún detalle que te haya dolido especialmente?

—Con mi padre fue muy complicado el tema, y esto ha sido muy doloroso en mi vida, el que no aceptara mi sexualidad.