Además del vino que sirven, blanco del país, albariño y tinto, en este furancho también triunfa el pincho moruno, por encima de todo. Aunque la empanada, la tortilla, el chorizo y los pimientos también son muy demandados. Las vistas, al valle y a la ría de Marín, la conocida palmera -aunque se haya secado por la plaga de hace unos años que afectó a estos árboles-, el hórreo y las mesas en la terraza de esta casa hacen que en cuanto la gente sabe que está abierto no pierda la ocasión para ir. Aunque Jacobo opina que el gran bum de los loureiros fue hace diez años más o menos: «Antes era demasiado, pero tamén era porque se podía abrir en xullo e agosto. Agora nunca hai tanta xente», y reconoce que así está todo más controlado. Desde que hay un decreto que los regula, los furanchos no pueden estar abiertos más allá del 30 de junio, aunque tanto este año como el pasado se han dado prórrogas para el mes de julio porque la pandemia les impidió abrir antes. Jacobo calcula que acabarán el vino a mediados de ese mes y, a partir de ese momento, tendrán que cerrar hasta el año que viene. Pero mientras eso no pasa, brindemos, que todavía hay tiempo para disfrutar.
EN VILABOA
Una casa de piedra con cruceiro es el lugar elegido para el furancho Casa Martínez, también conocido como el de los guardias civiles, porque los hijos del dueño son agentes del cuerpo armado. Está en Coruxeiro, en Vilaboa (Pontevedra), y abre todas las temporadas desde hace 17 años. Lo abrieron como todos, por deshacerse del excedente de vino que tenían: «Surgió porque no se vendía la cosecha del año y mi madre tuvo la idea de montar un furancho. Fue la manera de que las cubas no quedaran llenas de un año para otro y dar salida a ese excedente», explica Jorge Garrido, hijo de Manuel que es el que está al frente, y uno de los guardias civiles por lo que es conocido este furancho.