«Supe que tenía VIH tres meses después de que mi padre muriese de sida»

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MARCOS MÍGUEZ

Ariel es un ejemplo visibilizando una infección que, asegura, no le limita para nada. «Esto no tiene que ser un estigma ni un tabú. Tomo mi pastilla y llevo una vida normal. Prefiero tener VIH que diabetes», señala la gallega

17 may 2021 . Actualizado a las 19:52 h.

El VIH persigue a Ariel desde que nació. Llegó a este mundo con la carga viral que le transmitieron sus padres, adictos a las drogas. Sin embargo, con el tratamiento adecuado, los médicos lograron eliminar el virus de su cuerpo. Creció libre de él y jamás imaginó que a los 19 volverían a diagnosticárselo. «Tengo 21 años, nací en el 2000, generación Z. Y soy de Coruña de toda la vida». Así se presenta ella, que relata con una normalidad apabullante un relato que libera de toda carga dramática. Quizás porque esta joven es también una mujer transexual acostumbrada a no ocultarse ante nadie y a hacer oír su propia voz. La voz con la que hoy ofrece su experiencia como voluntaria en el Comité AntiSida de A Coruña (Casco) para que otros descubran que esta infección no es un estigma, ni una vergüenza, ni un tabú.

Alegre y despierta, Ariel está orgullosa de sí misma. Se quiere y vive la vida como cualquier chica de su edad. Pero la crudeza con la que arranca su historia es innegable. «Nací con VIH. Mis padres biológicos eran PUDI, usuarios de drogas inyectables, y todo eso vino para mí. Mi padre falleció de sida en agosto del 2019, y a los tres meses me detectaron a mí el virus», narra Ariel, que muy pronto decidió que no iba a dejarse vencer por las circunstancias: «Empecé con la medicación y lo hice público».

Con la medicación haces vida normal, y practicas relaciones sexuales sin riesgo de transmitírselo a otra persona

Ese mensaje en Instagram decía así: «Hace un mes me diagnosticaron VIH y tenía pánico a hacerlo público, pero no me tengo que esconder de nada ni de nadie. Si me vas a criticar por tener esta infección, infórmate primero y luego si tal, hablamos. P. D. La hache de VIH significa humano, y todos tenemos sentimientos». Esta fue la forma en la que lo compartió, con la muerte de su padre aún muy reciente. «Me dolió mucho porque yo vivo con mis tíos, con la hermana de mi padre biológico y con su marido, desde que tengo 18 meses. Y es una situación complicada, porque son personas mayores y no me entendieron en el sentido de que creían que era algo que no tenía que saber nadie y que tenía que llevar dentro. Pero yo me sentía en la situación de volver a estar encerrada en el armario, de no poder expresarme como soy y ser libre. Exploté», cuenta. Pese a todo y a todos, Ariel decidió apostar por ella misma.

EL RECHAZO INICIAL

Cuando volvió de esas vacaciones de Navidad a su formación de estética, se topó con el rechazo de algunas compañeras. «No querían hacer trabajos conmigo, como manicuras y pedicuras, por si te cortas con unos alicates y tocaban la sangre o algo. Yo me sentí muy mal y lo que hice fue acudir al centro de Sex Point de Casco. Un compañero me dio un pendrive con información sobre el virus. Después, di una charla informativa en mi academia con los compañeros, la subdirectora y el director, y a la semana vino el compañero también a dar otra. En ese momento decidí hacerme voluntaria», indica Ariel, que siempre le dice a la gente que los primeros tres meses son los más difíciles, hasta que la medicación consigue remitir la carga viral.

«Después ya puedes hacer una vida normal sin privarte de nada, y practicar relaciones sexuales sin riesgo de transmitírselo a otra persona. Yo hago lo mismo que cualquiera de mis amigos, lo único que tengo que hacer es tomar mi medicación diaria, que igual a finales de este año cambio y paso de la pastilla a la inyección cada tres meses. Y vida normal, es que esto no es nada del otro mundo», insiste. Sus últimos controles confirman que su carga viral es indetectable.

Este segundo contacto de Ariel con el virus no tiene ninguna relación hereditaria, y sospecha que se lo transmitieron durante la celebración del Orgullo LGBT en Madrid, cuando se fio de las personas equivocadas. «Es que es algo que le puede pasar a cualquiera, una chavalita piensa que esto es ‘tomo la píldora y me olvido'. Y no, hay que usar el condón, tanto para el VIH como para no coger cualquier otra infección», apunta la joven, que dice que el virus le trajo, incluso, beneficios: «Conocí a personas maravillosas a raíz de esto. Te toca y lo tienes, pero no es un estigma. Es como tener los ojos marrones o el pelo oscuro. Tomo mi pastilla una vez al día y punto, como el diabético de tipo 2. Pero yo prefiero tener VIH que diabetes. Estoy superorgullosa de quién soy y no me avergüenzo de nada». Ese coraje ella lo traslada a todos los ámbitos de su vida. Porque este virus no le impide presentarse ante una posible pareja tal y como es: «Yo lo digo abiertamente. Si me aceptan bien, y si no, también. Hay quien no quiere arriesgarse y quien sigue adelante. Yo siempre fui muy a lo mío, vestida como quise por la calle. Si no me cohibí en eso, ¿por qué voy a hacerlo ahora con mi infección?».