Óscar, tras un año de teletrabajo: «Yo sería el primero en volver a la oficina»

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MARCOS MÍGUEZ

Las opiniones se dividen entre quienes se quedarían así eternamente y los que arden por recuperar la rutina. Óscar y Ángel enfrentan posturas desde sus despachos... en pleno salón

21 mar 2021 . Actualizado a las 21:53 h.

«Tengo el salón que parece la torre de control marítimo», dice Óscar Valcuende. El arquitecto y fundador de 080 Arquitectos, expresidente también de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Galicia (AJE), lleva un año teletrabajando y no puede tener más ganas de recuperar el pulso de la rutina. «Ante la opción de volver a la oficina, yo sería el primero», señala Valcuende, que ha visto cómo la pandemia también ha encerrado en casa a su suegro enfermo de alzhéimer, que desde hace un año no puede acudir a su centro de día: «Tiene una dependencia del cien por cien, por lo que no se puede quedar solo, y han coincidido las dos cosas. No puede ir porque se mueve en silla de ruedas y no lo recogen en el autobús, ya que no quieren que compartan un espacio tan reducido». La casa, independientemente de esta situación personal, le pesa. «Y eso que soy arquitecto y puedo salir a las obras», apunta.

Lleva desde el 14 de marzo del año pasado trabajando en ella, también desde su salón, por lo que echa mucho de menos tener su trabajo y su vida personal en espacios separados. «Terminas de trabajar y, por ejemplo, te pones a ver un partido de fútbol, que yo soy muy futbolero, y pasas al sofá que está al lado de tu mesa de trabajo en medio segundo», comenta el arquitecto, que al igual que Ángel, por las mañanas se viste como si fuera a salir para la empresa, dado que además es posible que tenga que hacerlo en cualquier momento para revisar cualquier proyecto, «y me digo: ‘No estoy en casa, sino en la oficina».

Trabajo más horas, ahora a las nueve o diez de la noche aún estoy con el ordenador encendido

Distanciar la vida del trabajo no es lo único que echa en falta Valcuende. «Por nuestra forma de trabajar, las dificultades para contactar con el cliente nos perjudican, porque supone una pérdida de calidad. Es importante contactar con ellos, fundamental, y muy a nuestro pesar hemos tenido que reducirlo por las restricciones, hacer reuniones a distancia y buscar otras fórmulas», añade. Incluso los operarios se han visto obligados a cambiar su manera de trabajar, indica el profesional, que asegura que desde casa trabaja más horas: «Claro que hemos aumentado el número de horas, ahora estamos con el ordenador encendido a las nueve o diez de la noche».

Pero si tiene que decantarse por lo que más extraña de todo, lo tiene claro: «La caña de los viernes al final de la jornada, esa reunión de final de semana, de análisis y de poner ya casi en marcha la siguiente». Para él, que está deseando volver físicamente a su trabajo, resulta frustrante que su vuelta no solo dependa de los datos epidemiológicos. «Estamos pendientes de la vacunación de mi suegro, y espero que cuando la complete pueda volver al centro de día. Ese sería realmente nuestro punto de partida para la vuelta a la normalidad», indica.

MARCOS MÍGUEZ

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NOELIA SILVOSA

Cada mañana, Ángel se ducha, se afeita, se viste, les da los bocadillos a sus hijos para ir al colegio y después se pone a trabajar. «Hago mi rutina exactamente igual. ¿Qué ha cambiado? Que ahora es más cómodo, porque ya no tengo ni que coger el coche para ir a la oficina», resume Ángel Fernández Vidal, informático y responsable de desarrollo de un equipo de cinco personas en una entidad bancaria. Ha encontrado en el teletrabajo la fórmula perfecta. «Mi equipo y yo ya trabajábamos a distancia, cada uno estaba en una ciudad. Yo en la oficina veía a otra gente, eso sí, y mi equipo y yo quedábamos una vez al mes o cada dos para vernos. Eso sí lo echo de menos, pero por las limitaciones que trajo la pandemia en sí, no por el teletrabajo. El poder quedar para tomar una caña, para comer... ¿Pero por el trabajo? No, yo ahora estoy más a gusto», insiste el profesional, que añade que su perspectiva de la semana le ha cambiado completamente: «Toda mi vida, el domingo por la tarde era el peor día para mí, porque ya pensaba en que el lunes por la mañana empezaba la semana. Desde que trabajo en casa esa sensación ha desaparecido, porque sé que ya no me tengo que mover».

Lo que no ha cambiado en absoluto es su percepción sobre la carga de trabajo, uno de los puntos más polémicos de un sistema que posibilita la conexión permanente. «El que trabaja, trabaja igual en casa que en la oficina, y viceversa. A mí se me pasa el tiempo más rápido aquí, porque no te molesta absolutamente nadie. Al principio, durante unos meses, sí me pasó que por ejemplo, al mediodía, no era capaz de cortar -su horario es partido, de 8.30 a 14.00 y de 16.00 a 18.30 horas-. Ahora ya corto sin problema cuando toca. Y por otro lado, ni mis compañeros ni yo hemos notado para nada que la gente trabaje menos. Es más, percibo que se atiende incluso mejor que antes», señala Ángel, que también pone el foco sobre algunas situaciones de presencialismo previas al covid que, a su modo de ver, eran difíciles de entender. «Yo trabajo en A Coruña, y tengo una compañera que tenía que venir todos los días desde Ferrol para estar en una oficina enfrente de la mía, sin poder vernos. Ella estaba en ese otro edificio porque es una subcontrata. Ahora, lo raro sería que se le haga venir desde Ferrol para no verme», apunta el jefe de equipo, que considera que el grueso de los profesionales volverán a incorporarse de forma presencial a sus puestos cuando lo permita la alerta sanitaria: «Creo que la inmensa mayoría volveremos, pero con muchísima más flexibilidad ante una situación de tener a un familiar enfermo o cualquier problema».

Trabajar desde casa es un lujo, es que no hay color

Con un dispositivo digno de ver en el salón, entre pantallas y dispositivos TPV, el informático asegura que no le satura el hecho de que su trabajo y parte de su ocio se entremezclen en el mismo espacio. Tampoco le pesa todo este tiempo de semiencierro con la familia, sin cambiar de escenario para trabajar y a pesar de todas las restricciones de los últimos meses para la reunión con no convivientes. «No me satura en absoluto. La verdad es que estoy muy a gusto con mi mujer. Ella trabaja en el comercio, por lo que lo hace de forma presencial. Nos vemos para comer y después, cada uno tiene su espacio. Yo leo, ella ve sus series y los niños ya son mayores e independientes, con sus deberes y demás. Si fuesen pequeños la situación sí que cambiaría, porque haría falta contratar a alguien para atenderlos para poder trabajar. Además, salgo a hacer deporte tres veces por semana y he sido siempre muy casero», dice Ángel, que no obstante subraya que cuando su empresa lo reclame, acudirá igualmente contento. «Yo no voy a solicitar quedarme en casa permanentemente, y considero que las decisiones de las empresas hay que respetarlas al máximo. ¿Pero si me dan la opción? Me quedo en casa encantado de la vida. ¿Que hay que volver? Pues también», zanja.

Ángel no acaba de entender por qué otra gente está deseando volver a la oficina. Lo achaca a que, quizás, muchos no han experimentado en sus carnes la dureza de un trabajo de otro tipo. «El primer trabajo que tuve en mi vida fue el de camarero, con 18 años. Libraba lunes y martes y trabajaba el resto de la semana, domingos incluidos. Entraba a las cinco y media de la tarde y salía a las tres y media de la madrugada. Estuve seis meses, me adapté bien, pero el horario era criminal. Porque tú estabas trabajando cuando los demás se estaban divirtiendo. Así que después de tener ese trabajo más joven, cualquier horario, ya simplemente no tener que trabajar el fin de semana, me parece una maravilla, porque sé lo que es currarlos. Mi mujer, que trabaja en el comercio y los sábados, lo tiene mucho peor que yo. Con esos condicionantes, trabajar desde casa es un lujo. Es que no hay color. Ahora, claro, a la gente que igual no ha tenido esos trabajos más fastidiados, es posible que esto les pueda afectar más y que no aguanten en sus casas».