José Carlos Ruiz, filósofo: «El deseo le ha ganado la batalla al placer»

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«Los extrovertidos le salen muy rentables al sistema», asegura el autor del éxito «El arte de pensar», que ofrece una vacuna filosófica para la fatiga pandémica. «Estamos perdiendo el atractivo de lo real, mandan las ceremonias virtuales», advierte

17 may 2023 . Actualizado a las 14:27 h.

La filosofía no es ajena a la realidad, advierte José Carlos Ruiz, experto en pensamiento crítico que invita a revisar la amistad, el amor, la edad, las tendencias, el TikTok y las marcas de nuestro tiempo en Filosofía ante el desánimo, «una vacuna contra el agobio y la tontuna», reseña Carles Francino.

-Llama la atención que la filosofía sea útil frente al desánimo.

-Tú has dicho «frente»; yo uso «ante»: Filosofía ante el desánimo. No es «contra», porque si lo fuese me metería en el terreno de la autoayuda, y no. La filosofía te da unas claves para que los problemas que tienes los entiendas. Dos personas miran un mismo paisaje y no ven lo mismo. La filosofía te ayuda, digamos, a ampliar la capacidad de entender ese paisaje que ves.

-Hablas de un mundo de hiperrelaciones, de hiperamistades... ¿Cómo es?

-Lo híper es lo excesivo, y estamos en un mundo excesivo en casi todo. Hacemos una asociación entre libertad y opcionalidad. Si hay opciones, te sientes libre, pero, en un mundo en que la opcionalidad se ha multiplicado hasta el infinito, esa libertad se ve amenazada y pesa. Esto puede angustiarte y acabar llevándote al desánimo.

-¿Nos está venciendo el desánimo?

-Se está filtrando por los poros de la identidad de mucha gente, y si no pones un poco de análisis crítico lo interiorizas casi sin darte cuenta.

«La bulimia es una enfermedad que se está trasladando a las emociones»

-¿Qué es la «bulimia emocional»?

-Es una de las señas de identidad del XXI. La bulimia se está trasladando a las emociones. Estamos en una sociedad que pone el peso de la identidad en acumular. Pasamos del consumo material al emocional. Ese consumo genera una adicción: se trata de consumir experiencias con el fin de vomitarlas en redes. No te das tiempo ni de digerir lo que vives. ¿Cuál es el problema? Haces una cosa y ya vas a por la siguiente. Y no dejas que el organismo tenga el nutriente de esa experiencia. ¿Para qué quieres entonces experimentar tantas emociones?

-¿Para presumir ante otros?

-No lo sé. Pero hay un «deber de mundo». La gente ha interiorizado un código de felicidad y va detrás de manera inconsciente. Imagínate que tienes una buena experiencia, que te gusta... y en vez de repetirla ya estás pensando en tener otras... El deseo le ha ganado la batalla al placer. Hoy se trata de mantener el deseo constantemente. Antes el placer dominaba, activabas el deseo justo para conseguir placer. Había una pedagogía del placer, que hacían nuestros padres. Mis padres me llevaban al restaurante una vez al mes con la familia. Disfrutaba de la rutina de ese placer. Hoy se huye de la rutina.

-El que te cuenta siempre la misma película aburre. ¿Hay que buscar un equilibro entre sorpresa y rutina?

-Pero la rutina es necesaria para afinar la singularidad de la persona. Hoy perdemos las rutinas porque participamos más en las ceremonias del mundo digital. En vez de estar en el hogar, estás conectado a la Red preocupado de tu papel en esas ceremonias virtuales. No te interesan los que están contigo, sino cómo das el mejor perfil en las redes. Cada vez te interesa menos la mirada del otro, en parte porque en realidad no la puedes controlar como en el mundo virtual, no puedes editar lo que ven de ti. Hace años, mis alumnos, al menos tres cuartas partes, sabían cómo se habían conocido sus abuelos. Hoy solo lo saben un cuarto. El interés por el pasado desaparece. Pero sí, alguien que siempre te cuenta lo mismo es cansino, como todo en exceso. Con la repetición me refiero a una configuración de la identidad con múltiples factores.

«Ahora tenemos más fotos que nunca, y en cambio nunca volvemos a ellas. Llevamos vidas sin biografía»

-¿Un ejemplo?

-El álbum de fotos era un relato familiar. Ahora tenemos más fotos que nunca, y en cambio nunca volvemos a ellas. Llevamos vidas sin biografía.

-Ni en las casas se ven marcos o álbumes de fotos en los estantes...

-Sí. Y al final, la impersonalidad provoca desorientación. Y desánimo.

-Hablas de una presión por ser perfectos que borra nuestra identidad.

-Hoy tienes que hacer la mejor compra en el súper, con lo que tienes que conocer todos los ingredientes de todos los productos. Y esa intensidad la pones también cuando eliges la mejor actividad extraescolar para tu hijo. Y en el trabajo, en la pareja, ¡hasta en el tiempo libre! Si no eliges la mejor serie, sientes que estás perdiendo el tiempo... Es agotadora esta autoexigencia en todo.

-Tendemos a pensar que es ciego, pero el amor es inteligente, dices.

-Sí. El «amor filia», que es el que profundiza en el conocimiento del otro. Pero hay gente que está reduciendo el concepto de amor a «mi manera de amar». «Si no amas como quiero, no me vales». Y con eso cierras la posibilidad del conocimiento y la aventura. La capacidad de conocer al otro requiere un nivel de inteligencia. Este amor pone el foco en el otro como centro de aprendizaje.

 «El amor nace de la oportunidad y de la tristeza. Pero hoy, en muchos casos, firmamos un contrato del amor hedonista»

-Hoy está mal visto sufrir por amor.

-¡Es que no se trata de sufrir! Cuando nos juntamos tenemos que ver cuáles son tus señas de identidad del amor y cuáles las mías. Y luego edificar una nueva en la pareja. Si somos inteligentes, sabremos dónde sacrificar. Pero el conflicto es inevitable. Platón lo cuenta en El banquete: el dios Poros (el de la oportunidad) estaba bebiendo ambrosía, la diosa de la tristeza se acuesta con él y de ahí nace Eros. Es decir, el amor nace de la oportunidad y de la tristeza. Hoy, en muchos casos firmamos un contrato del amor hedonista. En el concepto de relación de Tinder, el encuentro está prefabricado por medio del algoritmo, con lo que la aventura pierde emoción.

-¿Qué dirías de los que se sienten mejor tras el covid, liberados de una inercia social y laboral impuesta?

-Significa que recuperas la jerarquía en la vida, que antes te dejabas llevar por sinergias externas que no te iban bien. En eso el confinamiento nos ha dado la oportunidad de revisar la vida, de jerarquizar de otra manera. No tiene por qué ser exclusivamente negativo. Puedes pensar «Mi situación ha mejorado» y ser capaz a la vez de empatizar con el malestar de otros.

 «El ego no es malo, la egolatría sí. Es bueno tener un ego bien usado»

-¿Estamos muy enfermos de ego?

-No lo sé. Pero el ego no es malo, la egolatría sí. Es bueno tener un ego bien usado. Para ponerte en valor, con autocrítica. Pero el de las redes es un ego hiperbólico, que siempre busca su mejor perfil, con filtros. Separar ese avatar del yo real es muy importante.

-¿Somos paradójicos?

-Sí, queremos adelgazar, ¡pero luego no lo hacemos! Sabemos cómo sacar un 10 o dejar de fumar, ¡pero no lo hacemos! Porque no controlamos la voluntad. La voluntad la hemos entrenado a esprints, a corto plazo. Tu idealización de la vida va por un lado y la voluntad por otro, y esto genera una violencia interna que te lleva al desánimo.

-¿Somos ahora más frágiles?

-Somos más dispersos. Vivimos en la hiperacción, en una exigencia continua. No creo, como dicen, que estemos infantilizándonos. Creo que el nivel de agotamiento es tal que hace que, al final del día, solo busquemos algo primario que no nos agote más.

-¿Estamos potenciando una «sociedad de idiotas y de imbéciles, que no son lo mismo»? Explícanos...

-No, no son lo mismo. El idiota clásico es alguien que considera que lo público no le incumbe. Luego está el efecto Dunning-Kruger: el idiota contemporáneo es alguien que considera que tiene un criterio y además bien formado por haber leído dos articulitos de Internet. Se lo creen. Son peligrosos. El imbécil es distinto, es alguien que ha perdido el bastón en la vida. El interés del idiota es reafirmar sus creencias, que ve importante hacer públicas. El idiota ha perdido la capacidad de escuchar al otro.

-No hay edad para las tendencias: cuarentones en TikTok, la adolescente vestida igual que la señora de 60...

-Sí. Las generaciones han pasado a ser mentalmente coetáneas y este es un truco maravilloso del sistema, que ha conseguido imponer la tendencia sobre la moda. Ahora todo el mundo puede estar dentro de la tendencia, y esto es lo importante para ser visibilizado. ¿Consecuencias? ¿Y lo que no se ve, lo que no es tendencia? Te pierdes la oportunidad de dejar un legado consciente. La herencia, la maestría, se quedan en un segundo plano. Hoy son los mayores los que tienen que aprender de los jóvenes para ponerse al día...

-¿Hace mucho daño la «industria de la felicidad»?

-¡Si es una industria, imagínatelo! Si tienes dinero la puedes comprar, si no, no... El tema es ¿qué concepto de felicidad se vende? El placer ha perdido, como decía, hegemonía sobre el deseo. El deseo es mucho más fácil de controlar que el placer. Podemos hacer que todo el mundo desee las mismas cosas. Te venden que el deseo es necesario para el progreso. Hoy, el dolce far niente, la calma chicha, es una forma de rebeldía contra el sistema, que necesita hiperactivos, que alimenten la rueda. Porque el extrovertido le sale muy rentable al sistema. Las cosas como son.