Ángel y Michelle: «Nunca fuimos novios, pero llevamos 50 años casados»

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VÍTOR MEJUTO

Toda una vida juntos. En la víspera de San Valentín, tres parejas nos cuentan cuál es el secreto para que el matrimonio supere el medio siglo. Ellos sí que saben cómo mantener la chispa de la vida (y del amor)

08 feb 2023 . Actualizado a las 13:14 h.

Me citan a las 11.33 horas, y aunque acudo puntual, me acompaña una intriga que se desvanecerá minutos después. Desde la entrada ya se intuye que en esa casa se habla francés. Michelle es natural de Suiza, adonde emigró Ángel en 1959, con tan solo 26 años. Ella es maestra y él profesor de Matemáticas y Física, una formación que le ha valido para tener una mente privilegiada todavía hoy con 88 años. «Cuando terminé el servicio militar, y en vista de que en España no había porvenir, le dije a mi madre: ‘Me voy a Suiza’», señala este ourensano de Maceda, que conoció a su mujer durante un curso de inglés en la universidad.

Corría el año 61 cuando se vieron por primera vez. «Él se me acercaba siempre. Me gustaba como un buen amigo, pero no pensaba en casarme con él. A mí me encantaba la Física, pero las ciencias se daban en alemán y yo no sabía lo suficiente como para manejarme en clase. Él se había ido un verano a Alemania a aprenderlo para poder seguir sus estudios y se ofreció a ayudarme», explica Michelle, que finalmente cejó en su empeño, entre otras cosas, porque su padre enfermó y tenía que seguir trabajando en el Instituto Internacional. Cada uno siguió su camino, «yo tenía que ocuparme de mis estudios y de mis hermanos , ya que siete de ellos siguieron mis pasos y emigraron a Suiza» -apunta Ángel-, aunque seguían manteniendo contacto. Un día él, ya con los billetes en el bolsillo, le soltó: «Me voy a Canadá». Una vez instalado, le escribió para invitarla a pasar unos días. «Teníamos una amistad sincera, nada más, pero como tenía vacaciones en la escuela, acepté. Fue el gran escándalo para mis padres, que me fuera sola y a Canadá. Ya tenía 26 años, pero las cosas no se veían como ahora», cuenta Michelle mientras relata que fue durante un paseo ya en Quebec cuando Ángel, que es muy bromista, le dijo: «¿Quieres casarte conmigo?». «Al principio -dice ella- lo miré como diciendo: ‘¿Te estás burlando de mí?’», pero después de hablarlo detenidamente terminó aceptando. «Siempre fue un hombre que me gustó, porque me decía a mí misma que iba a aprender mucho con él, y a mí me gustaba aprender y abrir el espíritu a la vida», confiesa.

«Nunca fuimos novios», asegura Ángel, que destaca que pasaron por el altar a una edad avanzada para la época. «Me decía a mí mismo: ‘Si a los 40 no encontré con quién casarme, me rindo y me dedico a ayudar a mis hermanos’». Sin embargo, dos años antes de agotar el plazo encontró a su alma gemela. «Como buen matemático, había hecho una lista, que yo nunca he visto, porque ya le había echado el ojo a dos o tres chicas», explica Michelle .«Había tres niveles -detalla Ángel-. En el A estaban las cualidades que tenía que tener sí o sí la mujer de mi vida; en el B, las deseables; y en el C, por si acaso. El A eran tres condiciones: que fuera de la misma religión que yo, que si yo faltara, ella pudiera ser capaz de sacar a la familia adelante, es decir, que tuviera un trabajo, y que tuviera buena cultura. Ella las reunía todas», confiesa.

UN VIAJE ATROPELLADO

Decidieron casarse al año siguiente, así que ella regresó a Suiza hasta el día de la boda, la primera vez que se vieron desde la petición. Con motivo del enlace, la familia de Ángel se iba a reunir después de 20 años (nunca habían vivido juntos porque cuando nació el pequeño, la mayor ya había emigrado), y mientras él ya estaba en Maceda ultimando los detalles, Michelle se desplazó desde Suiza hasta Galicia en un dos caballos junto a su madre y su hermana. Todo iba bien hasta que se desviaron por una carretera, cuando todavía faltaban kilómetros para llegar a Casasoa, la aldea de Ángel. «No había móviles, pero antes de salir me dijo: ‘En el kilómetro 141 coge el desvío a Maceda’. No entendí bien y cuando vi Maceda, unos 20 kilómetros antes, me metí». El tramo final del viaje fue muy atropellado, tanto que su madre y su hermana se bajaron del coche antes de llegar al destino. Finalmente, el 13 de mayo de 1971, Ángel y Michelle se dieron el sí quiero. Después de la luna de miel por el sur de España, él volvió a Canadá y ella a Suiza a finalizar el curso escolar. A su regreso, a Ángel le concedieron una beca para hacer el doctorado en Lyon, «como era cerquita de Suiza, -explica- le dije que se quedara, porque tenía muy buen sueldo, que yo me acercaba los fines de semana».

En 1975, la familia, que ya era de tres, se mudó definitivamente a Canadá, donde nació su segundo hijo y donde residieron hasta que él se jubiló. «Estuve 30 años exactos. Me fui un 8 de julio y regresé un 8 de julio», dice alguien que no puede dejar correr un número sin buscarle asociación. Michelle no quería vivir en Ourense, quería estar cerca del mar, y así es como recalaron en A Coruña hace más de veinte años.

Dicen que la clave del matrimonio es no pelear y respetar siempre al otro. Y viéndolos, me atrevo a decir una más: reír. Se conforman con otro medio siglo juntos. Por amor no será. Él, que nació en 1933, se despierta puntualmente todos los días a las 8.41 horas (la fecha de nacimiento de Michelle) para darle un beso.

  

«Foi un frechazo. Cando casamos el tiña 25 e eu 15 anos»

MARCOS MÍGUEZ

Luis y María celebrarán su 65 aniversario el próximo noviembre. Desde que echaron el primer baile en las fiestas de su pueblo ya nunca más pudieron separarse. Ahora ella tiene casi ochenta y él está a punto de cumplir los 90.

SUSANA ACOSTA

Luis Iglesias y María Porto llevan 64 años sin separarse ni un minuto el uno del otro. Porque desde que él se atrevió a sacarla a bailar en las fiestas de Erboedo, en A Laracha, ya no hubo manera de que tomaran distancia. Por aquel entonces Luis debía de estar cantando todo el día aquello de Quince años tiene mi amor porque esa era la edad exacta de María cuando echaron aquel primer baile juntos. Ella no lo había visto hasta ese día, pero él ya le había echado el ojo mucho antes: «Era moi boa moza, tiña moi bo corpo e moi traballadora. Se non me gustara xa non lle dicía nada, porque eu á que non me gustaba non lle daba nin palabra», comenta guasón Luis mientras le entra la risa floja cuando su mujer le dice que siempre afrontó la vida con alegría. «Sempre lle gustou moito a farra. É moi alegre», y aclara que no tuvieron hijos, pero que tienen unos sobrinos maravillosos.

Muy poco tiempo después de aquel primer baile ya se casaron: «O cura díxonos que tiñamos que casar por despacho, que era que casabamos sen que ninguén o soubese e cando a xente se enteraba xa estaba feito. Antes era así, supoño que era porque eu era moi nova. Foi un frechazo. El tiña 25 e eu 15 anos e medio», comenta Maruja con una sonrisa mientras cuenta que el enlace tuvo lugar por difuntos: «Foi o 1 de novembro. Entón non se facían vodas coma as de agora. Fixemos unha comida na casa e listo». Pero así, con esa sencillez y naturalidad, sellaron un amor que dura ya más de seis décadas.

«Houbo tempadas boas e tempadas malas, pero non por nós, senón pola vida e o traballo», asegura Luis que dice sin dudar ni un minuto que Maruja «é o amor da miña vida». A ella le falta poco para cumplir 80 y el, que cumplirá los 90 a mediados de marzo, está ahora preocupado por saber si le renovarán el carné de conducir: «Maruja xa me está a dicir que se acabou iso de conducir. Ten medo de que me pase algo», pero el aún se resiste y por lo menos irá a probar suerte.

Desde aquel primer baile, hubo después muchos más. Tantos que no se perdían ni uno. Iban a todos los que podía: «Non son moi bailón, pero as verbenas gústanme e se había unha por aquí preto sempre iamos», reconoce Luis que está deseando que pase la pandemia para poder volver a mover un poco el esqueleto. Seguro que pronto.

Isaura, 69 años de amor con Valentín: «O segredo do matrimonio? Non facerlle caso ao meu home!»

Ana García

A punto de cumplir los 90, Isaura presume de marido, de 92: «Mírao ben, nin lle caeu o pelo e ten toda a dentadura». Han tenido 4 hijos, 12 nietos y 15 bisnietos

SANDRA FAGINAS

Isaura celebrará a su Valentín particular el próximo 14 de febrero, el 11 de abril hará 69 años que se casó con él, pero en realidad llevan juntos toda la vida, porque ya como vecinos, desde niños, se conocían. «Hai tanto tempo que xa nin me acordo», comenta Valentín con socarronería, porque aunque ya ha cumplido los 92, no deja de mantener ese tira y afloja con su mujer en una lucha de contrarios. Ella es todo energía, no pierde detalle de nada, y a sus casi 90 años, demuestra que es el motor de una familia en la que ha habido cuatro hijos (uno falleció), doce nietos y quince bisnietos. «Quedei embarazada, e a piques de cumprir os 20, casamos». Ella, con 15 hermanos, y siendo la mayor de las mujeres, a los 9 ya sabía encender el horno, «facer a brona» e atender a la recua «de nenos» mientras era los ojos de su abuela ciega.

 EL ALCALDE ALFONSO MOLINA

Con esa disposición, Isaura aprendió a cocinar rápido, primero tuvieron una panadería y un día «cando estaba facendo o caldo para nós, os da casa» apareció el alcalde coruñés Alfonso Molina por estas carreteras de Cee. «Viña cunha xente, ulía moi ben e dixéronme: ‘Póñalle un prato’», «e tan contento quedou Molina que ao día seguinte volveu comer», recuerda Isaura, que desde entonces y con ese espaldarazo, se puso al frente de Casa Valentín, que aún hoy sigue en pie con el reconocimiento de quien fue su cocinera y alma máter desde sus inicios. «Aprendín soa: facía a caldeirada, a carne asada, o caldo», apunta sin darse mérito Isaura que desde muy niña tenía una máxima: «Non me gustaba que riran de min, quería saber facer as cousas».

Ese tesón, ese empeño y ese cuidado Isaura se lo puso también al matrimonio. Que pensa agora da xente nova que se separa?, le pregunto. «Non entendo como estragan a vida así, tanto traballo como custa levantar unha casa para perdelo todo», dice ella mientras Valentín responde retranqueiro a si Isaura sigue conservando la belleza. «Antes algo máis guapa que agora era». Pero ella no atiende a sus aguijones. «O segredo do matrimonio? Non facerlle caso a meu home, non ho! Sempre escoitas algo de se fixo tal ou cal, pero eu non lle daba importancia», apunta Isaura, que sonríe cada vez que termina una frase. «Nunha ocasión un home recoñeceume na sala de espera dun médico e díxome: ‘Vostede é a de Casa Valentín’. ‘Son’, repondinlle. E logo como o sabe?’. Ía moito por alí porque había moito para quen mirar’», recuerda Isaura delante de su marido para hacerse valer. «Eu estiven moito tempo soa mentres el ía ás feiras, co gando, pero o único que fixen toda a vida foi traballar. Amor tívemolo sempre e non haberá quen leve unha vida mellor cá nosa», señala mirando a Valentín, que celebrará su santo al igual que su hijo, su nieto, y una bisnieta Valentina. «Mírao ben -me reclama ella-, nin lle caeu o pelo e ten toda a dentadura», presume Isaura de su marido. Él, para no perder el tiempo, la besa en los labios. Setenta años de amor dan para mucho.