Ese periódico en el bar

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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MARTINA MISER

06 jun 2020 . Actualizado a las 07:02 h.

Una de las ausencias más clamorosas de Madrid es la de los periódicos en los figones de barrio. Cuando los ochenta iban cuesta abajo, el descubrimiento de esa privación se sumó a la larga lista de hechos diferenciales que es normal percibir con nitidez en cuanto se cruza la frontera de A Canda.

En una de aquellas primeras incursiones en una cantina próxima a Gran Vía, la recién llegada le reclamó al mesonero el periódico que en Galicia habitaba sin duda en todas las barras de todos los bares del país. Pero en Madrid la pregunta no fue saldada con una certeza si no con un desdén: el periódico, en el quiosco.

Es verdad. No hay cantina, bar, café, mesón, tasca, cervecería, taberna o merendero gallego que hurte al cliente uno de esos librillos formato berliner o midi impresos en un inconfundible papel reciclado y con letras de imprenta dispuestas en un orden y tamaño precisos según las buenas indicaciones de muchos años de prueba/error. Hay bares que apabullan con su oferta y otros que solventan la costumbre con una humilde e irrelevante hoja parroquial pero es extraña la cantina que afana al cliente la magia de revolver un pocillo de café con leche mientras se escruta la primera del periódico con esa paz confortable con olor a caramelo que solo es posible sentir justamente ahí.

UN CAMPO DE JUEGO

Hay una relación simbiótica y mágica entre un periódico y el mostrador de un bar por la mañana, un campo de juego con unas reglas precisas en donde el recién llegado se sienta y otea por dónde andan los objetivos hasta desarrollar una convincente mirada entre la ansiedad y la amenaza contra esas manos que se entretienen demasiado en la entrevista de la última. Una barra es un laboratorio impecable e implacable para domar la vanidad de quienes escribimos en los diarios: no hay verdad más despiadada que comprobar cómo el hombre que apura el cortado zambullido en La Voz ignora tu texto con una indiferencia insobornable.

Encaramarse a un taburete y escudriñar las lomas del bar para encontrar la cabecera que necesitamos responde al mismo impulso que empuja a nuestros ojos a devorar la composición química del champú mientras desalojamos nuestro cuerpo de residuos bien sentados en la baquelita fresca del váter. Nuestros ojos buscan letras.

En un bar, los periódicos libran una competición olímpica en la que unos están destinados a ganar siempre y otros a vivir de segundones, aunque también ellos pueden presumir de ser inductores de esa dicha dulzona que segrega el cerebro ante un periódico.

Todo este universo de sensaciones y estrategias quedó congelado durante Pandemia. Y hay quien en la Nueva Normalidad pretende impregnar al papel prensa de sospechas. No sucederá. Leer un periódico en el bar de abajo mientras la cucharilla tintinea en la taza y la cafetera bufa es uno de los grandes motivos para arrancar el día. Para arrancar la vida.