Estos perros llevan a los niños al quirófano

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MARCOS MÍGUEZ

Aquí todos quieren operarse en miércoles. Nana no habla, pero conecta como nadie con los niños que van a quimio o a pasar por una cirugía. Es un perro de terapia capaz de distraer la espera y espantar temores en el Teresa Herrera

09 mar 2020 . Actualizado a las 23:25 h.

Nana come hasta con cuchara cuando Clara, en pijama de hospital, le acerca al hocico una golosina. Le cepilla los dientes, el pelo, juega a las casitas… y hasta al pilla-pilla. Veinte minutos son un derroche de imaginación en la tercera planta del materno coruñés, donde esta golden de mirada tierna hasta vacila con la pequeña de 6 años para que no le agarre su pelota.

En el Teresa Herrera, los niños quieren operarse en miércoles. Ese es el día que Nana relaja los nervios, distrae la enfermedad y vuela el tiempo para entrar al quirófano. «Se porta mejor que Leo», dice la niña pensando en su mascota de casa. A Clara los médicos le van a arreglar una hernia en el ombligo que, por salirse de su sitio, ha empezado a llamar la atención hasta entre sus compañeros del cole. «A veces le tiran de ella; ella misma empezaba a pedir que se la quitasen», explican los padres, Pepa y Guti, recién llegados de Ferrol. «Esta mañana, su primera reacción fue que no quería venir, estaba inquieta». Nada que ver ahora, prendida su atención hacia la terapéutica compañera de juegos. «No sabíamos nada, y nos encontramos con esto… nos parece fantástico», valora Pepa, que sabe de esa especial capacidad para comunicarse que tienen algunos animales. Sin necesidad de ladrar.

«Al llegar ya nos llamó la atención el aspecto del hospital, las pinturas, los muñecos… y lo de la perra ha sido una sorpresa», apunta el papá. «Todo lo que sea romper la rigidez, que la espera sea más amena y se olvide un poco de por qué está aquí es estupendo», subrayan.

CON PEQUEÑOS AUTISTAS

El trabajo de Nana, y el de otros compañeros de cuatro patas, no es nuevo en el hospital. «Hace tres años empezamos un programa en rehabilitación infantil», explica Jerónimo Pardo, jefe de Pediatría del Chuac sobre la labor de estos animales con niños con dificultades, como el autismo. Desde abril, esta particular patrulla canina amplía su acción y acompaña también a niños, algunos oncológicos, que tienen que someterse a pruebas, recibir quimio, a los que van a ser operados e incluso a algunos ingresados. Solo es necesario tener permiso del médico. «Estar con un perro de terapia les reduce el estrés», resume Pardo sobre un programa auspiciado por las fundaciones María José Jove y Novoa Santos y la Universidade da Coruña. «La percepción del personal sanitario es que es muy favorable, para los niños y para los padres», añade. Los pequeños lo demuestran casi con cada visita: cuando no preguntan por tan apacible acompañante, le traen un dibujo. «Les relaja, el tiempo pasa más rápido», dice sobre una de las actividades más vistosas y agradecidas del plan de humanización del centro.

Para confirmar con datos lo que a primera vista parece claro, Adriana Ávila, responsable de la Unidad de Investigación de Terapia Ocupacional de la UDC, lleva a cabo un estudio científico. «No hacemos una búsqueda, se hace al azar, no conocemos a los niños», explica. Ella, que a través de los perros pudo llegar a ganarse la confianza de los niños de la calle de Colombia, cree en la capacidad de conexión de estos animales, «pero tenemos que ser realistas y prudentes, hay que confirmarlo con un estudio riguroso», recalca. Ha evaluado ya a 90 pequeños de entre 2 y 16 años antes y después de compartir hospital con los animales. Antes de cada sesión, se realiza un test a los padres y a cada niño, con caras dibujadas cuando es muy pequeño, para conocer «cómo está, si está nervioso, preocupado, si se relaciona con los demás...». Y al finalizar, en otra entrevista se recaba su opinión y propuestas de mejora. «Queremos comprobar si capta emociones, si expresa las suyas, si le sirve para olvidarse del entorno», explica Ávila, que siente como un gran logro el simple hecho de ver el rostro de los niños y sus padres y resume el objetivo final de esta iniciativa: humanizar el hospital.

«No solo les mejora el ánimo y les baja la ansiedad, también les cambia su idea sobre el hospital, después vuelven con menos miedo», explica Daniel Ramos, terapeuta de Increscento, firma de terapia canina que guía la sesión. «Sí, ves realmente un cambio en los niños», confirma José Luis García, monitor de Montegatto, centro donde adiestran a los nueve perros que trabajan en el materno. Él lo ve cada miércoles y atesora experiencias reveladoras: «Tuvimos un pequeño de 4-5 años al que tenían que sedar hasta para pincharlo para un análisis; con la ayuda de los perros, pudimos sacarle sangre sin que se diese casi cuenta», recuerda. En ese preciso momento, para el chiquillo enfermo era más importante la emoción de darle de comer a Nana que su aterrador miedo a las agujas.