Javier Rey: «Cuando toca adelgazo, y luego, ¡xa me dá miña nai o caldo!»

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LARDIEZ

Javier está viviendo algo más que una buena racha. Con tres estrenos en el cine y una nueva serie a la vista, irrumpe este viernes en la cartelera con «El silencio de la ciudad blanca» y un éxito que se consolida. Su madre, que suplió con creces las ausencias paternas, tiene gran parte de la culpa. «¡Mucho carácter hay ahí!», bromea Javier, que lleva a Noia en el corazón. «Echo tanto de menos todo eso...», confiesa con la morriña propia de un buen gallego en Madrid

26 oct 2019 . Actualizado a las 09:35 h.

Javier Rey (Noia, 1980) ya era el rey de las series, pero ahora también va camino del ser el del cine. Al estreno de El silencio de la ciudad blanca, un thriller que protagoniza junto a Belén Rueda, le esperan otros tantos que han dejado varios guiones destrozados. Maniático confeso, su tierra sigue siendo su remanso de paz y ese lugar al que siempre está deseando volver. «Me encanta ver a mi pandilla y hacer cosas tan sencillas como tomar unas cañas y sentarnos todos juntos alrededor de una mesa. Y aunque gracias a las nuevas tecnologías nos pongamos al día por teléfono, me gusta al menos poder vernos las caras y contarnos cómo estamos», cuenta antes de despedirse con un «Bicos, que teñas bo día». «Llevo el acento en la sangre», asegura.

-Eres un experto en perfiles criminales que esconde una tragedia.

-Sí, sí. Es Unai, Kraken, un personajazo la verdad. He tenido mucha fortuna de hacer a este personaje con un pasado que no es capaz de soltar. Ese pasado le atormenta y es el único motor prácticamente que le hace mirar hacia adelante, pero de una manera un poco enfermiza. Es un tipo que medio se autolesiona haciendo deporte por las noches para no pensar, y es una personalidad que me atrae muchísimo como para sumergirme en ella. La verdad es que me dio mucho placer el interpretarlo.

-El apodo de Unai es Kraken. ¿Cuál era el tuyo?

-Bueno, durante una época a mi hermano y a mí nos llamaban los de Boer, porque jugábamos al fútbol juntos y en aquella época había unos gemelos en el Barcelona que se llamaban los hermanos de Boer, así que durante una época nos llamaron así. Pero no fue algo constante, nunca he tenido un apodo la verdad.

LARDIEZ

-¿Qué tal trabajar con Belén Rueda como pareja?

-Es un lujazo, porque es una actriz que admiro, que conozco su trayectoria, y poder trabajar con ella de manera continuada y verla trabajar es un subidón. Más que un trabajo, es un premio.

-Últimamente te tocan personajes con una carga profunda.

-Sí, pero bueno, me gustan. Debe ser que al final en la vida las cosas se te ponen delante porque las has pedido. Siempre he dicho que a mí me gustan mucho más los personajes que tienen una complejidad, que no van en una sola dirección. Personajes incorrectos, que tienen una carga lo suficientemente grande como para que yo incluso como actor no sepa por dónde pueden salir. Será que lo he deseado tanto, tanto, tanto, que ahora los personajes me vienen con unas complejidades mentales bastante importantes, ¡ja, ja! Pero lo disfruto mucho.

-Bueno, lo deseabas tanto, tanto, pero tú ibas para enfermero.

-Sí, iba para enfermero. Que al final ni siquiera llegué a hacer Enfermería porque esto se me adelantó, se cruzó y me cambió la vida. Yo hice al final en Coruña una cosa que era Técnico en laboratorio, con la idea de acceder a Enfermería porque no me daba la nota, y no llegué nunca a hacerla porque se cruzó el teatro, la interpretación, y ya me mudé a Madrid.

-¿Cómo fue ese momento en el que dijiste: '¡Qué carallo! Me voy a Madrid'?

-Ja, ja. Fue bastante inconsciente afortunadamente, porque si sé lo que es no lo hago, esa es la verdad. No vine con una idea a Madrid de 'quiero ser actor'. Vine con la idea de aventura y de querer aprender una cosa que me estaba picando la curiosidad, pero como nunca pensé realmente que yo me podría dedicar a esto, o que tenía talento, tampoco vine con una ambición desmesurada, ¿sabes? Mi idea era estar tres años aquí en una escuela y aprender para luego volver a Galicia. Pero la vida no me dejó volver.

-De momento, que aquí siempre acabamos volviendo.

-Sí, sí, eso también es verdad. Es que fue esa cosa como sin pretensiones, en el día a día, y al final me fueron ofreciendo trabajo por aquí, me quedé y estoy encantado de la vida. Esta es mi base, digamos.

-¿Alguna vez te visualizaste en Noia siguiendo la profesión de marino de tu padre?

-No, no, nunca se me pasó por la cabeza. Ese además es un trabajo durísimo. Mi padre ha estado en Angola, en Namibia, en Sudáfrica, en Chile en Brasil… Es un trabajo muy, muy duro, porque sacrificas tu vida en familia, entonces al final mi padre siempre nos decía: 'Dedicaros a cualquier otra cosa, pero si podéis evitar este tipo de vida, mejor'. No por nada, sino porque es muy duro, y yo siempre tuve claro que no me iba a dedicar al mar.

-Supongo que en el cole la pregunta típica era: '¿Cuánto le falta para volver a tu padre?'.

-Sí, básicamente. Porque a todos nos pasaba lo mismo. Fíjate, a un compañero mío con el que trabajé y al que llamábamos Cariño, porque es de Cariño, le pasaba lo mismo con su padre. Igual que con mi pandilla del cole. Todos veíamos con normalidad que nuestros padres estuviesen ausentes seis meses seguidos. Y sí que llorabas un poco, pero tampoco había un gran drama, porque era mi realidad. Yo pensaba que a todos los niños del planeta les pasaba exactamente lo mismo. Al final nos acostumbrábamos. Y sí, era eso. Decía uno: 'A mi padre le faltan quince días para volver'. Y todos: '¡Aaah, qué guay!'. Era un poco así.

-Y el gran mérito de que lo llevaseis tan bien es de las madres.

-Absolutamente. Yo siempre he dicho que la costa gallega, el lugar del que yo vengo, es un matriarcado. Y cuando lo digo no es por una cuestión del feminismo tal y como se habla ahora, porque no es así, pero sí que es verdad que son mujeres fuertes que han llevado la casa, la economía, la educación… incluso trabajando. Son mujeres todoterreno.

-La tuya era feminista sin saberlo, que ya os hacía coger la fregona a tu hermano y a ti de pequeños.

-Vamos, vamos. Eso ni lo dudes, ja, ja, ja. ¡Mucho carácter hay ahí!

-¿Qué es lo primero que haces al llegar aquí? ¿Cuáles son esas cosas que sigues echando de menos?

-Mira, voy tan poco tiempo, echo tanto de menos todo eso... Al final últimamente siempre hago viajes exprés porque no tengo la oportunidad de ir de vacaciones allí, así que economizo mucho el tiempo. Me gustaría hacer otras cosas, la verdad, pero lo que hago es intentar ver a gente, a mis amigos, tener quedadas. Lo que hago es ver a mi pandilla, y cosas tan sencillas como tomar unas cañas y sentarnos todos alrededor de una mesa. Y aunque gracias a las nuevas tecnologías nos pongamos al día por teléfono, al menos vernos las caras y contarnos cómo estamos. Ese es mi mayor placer.

Daniel Pérez

-Falta te hará sentarte alrededor de una mesa. Para Hache, el personaje de tu nueva serie en Netflix, te quedaste 'como o rabo da sardiña'.

-Sí, es que al final Hache es un personaje que es un adicto, que no es un yonki como tal, pero se podría acercar bastante. Entonces físicamente le queríamos dar también un porte. Tiene dinero y unas estructuras, pero le venía bien tener una delgadez, estar muy pálido… Y para eso me quedé flaquito, sí. Cuando toca adelgazo, y luego, ¡xa me dá miña nai o caldo!, ja, ja.

-También tienes pendiente de estreno las películas «Orígenes secretos», con Verónica Echegui, y «El verano que vivimos», con Blanca Suárez. ¡No paras!

-No, no paro. Aunque la verdad es que la gente me lo dice a veces en plan como asustada, cuando yo en realidad, en total, tengo más vacaciones al año que un mes. Yo lo llevo bien, me gusta mucho mi trabajo, tengo la fortuna de que me ofrecen personajes que me gustan y tengo también tiempo para parar. De momento lo llevo muy bien, pero cuando llegue el momento en el que me ofrezcan personajes que no me gusten tanto, pararé.

-¿Cómo acaban tus guiones al final de un rodaje?

-Acaban rayadísimos, doblados, con manchas redondas de tazas de café, llenos de tinta negra de mi boli de rayar guiones, con apuntes míos que no entiendo porque los he escrito raro, de pie o apoyándome contra no sé que… Acaban de batalla. Yo prefiero el papel para trabajar.

-Tienes fama de maniático y de hormiguita.

-Sí, tengo muchas manías. Para el guion, por ejemplo, no me gusta el formato en A4, me gusta el que es la mitad, para poder llevarlo y tenerlo cerca cuando estoy rodando. Porque aunque no lo esté utilizando me gusta sentir que lo tengo cerca, y al ser pequeñito no llama tanto la atención y lo puedo tener debajo de un sofá, en la parte de atrás de un coche… Y me gusta rayarlo con ese boli que tengo ya para eso con una tinta negra que me gusta. Luego solo paso las anotaciones que sé que me van a ser útiles, pero al mismo tiempo escribo mucho, mucho, mucho sobre el personaje, de tal forma que tengo muchas libretas escritas con cosas de los personajes que acaban tiradas por ahí. Y al final lo paso todo a limpio en el guion, que es lo esencial que realmente quiero trabajar.

-Y también dicen que eres muy paciente, aunque como explotes…

-Intento comprender a los demás, pero supongo que tengo la misma actitud que intentamos tener todos. En un lugar de trabajo rodeado de mucha gente se generan muchas tensiones y cosas, por eso es importante ponerse en el lugar del de enfrente.

-Tu papel de Mateo en «Velvet» te elevó al perfil de sex symbol, y ahí sigues.

-Es cierto que fue mi primera interpretación como galán, pero yo creo que lo que me marcó fue que había trabajado mucho ya, y yo era el de Hispania, el de Isabel, el de La chica de ayer… Creo que Velvet le puso nombre y apellido a todos esos trabajos, y pasé a ser Javier Rey. Velvet fue un pelotazo enorme, mi personaje por lo que sea funcionó, y digamos que siento que la serie lo que hizo fue darle forma a una realidad que ya existía para mucha gente. Es un personaje al que quiero.

-Y que te enseñó mucho de moda.

-Pues sí, porque te ofrecen a un personaje que es un experto en moda, y claro, yo hice mi pequeño estudio de moda de los años 20 hasta la época del personaje. Pero luego me quedé ahí, me gustó y empecé a coquetear un poco con la moda, y a jugar y a aprender que es una especie de arte más. Al final, fíjate, hago un montón de colaboraciones con cosas, y le he pillado el gusto al asunto. Presumido no me volví, pero te das cuenta de que cuando se habla de elegancia o de moda, lo que aprendí es que mi propio gusto también tiene su punto y que no tengo que seguir los dictados de nadie ni intentar ser una copia.

-¿Cuesta digerir el hecho de pasar a ser tan deseado de un día para otro?

-Tampoco, porque las etiquetas las ponen los demás. Así como hay gente que me insultó por la calle cuando he hecho personajes malos, también hay gente que me enganchaba del cuello porque decían que era un tío de puta madre sin conocerme. Así que que me digan que soy más o menos bello no es algo que me cambie la vida, porque yo sé más o menos quién soy y cómo soy. Lo que tú simbolizas para los demás tampoco tiene que condicionar tu vida.

-¿Qué serie estás viendo?

-Pues ninguna, porque no tengo mucho tiempo.

-Así que el rey de las series, no ve series.

-No, ¡ja, ja! Es que me ha tocado época de promo, de rodar, de terminar, de preparar… Cosas que exigen mucho tiempo, y últimamente no estoy viendo nada. Pero en cuanto esté un poquitito más tranquilo y haya pasado esta vorágine de promocionar y solo esté rodando, me pondré a ello en cuanto llegue a casa de trabajar.

-Por cierto, no has perdido del todo el acento.

-Hombre, no lo pierdo porque ahora estoy hablando contigo, pero vamos, ¡que como no lo perdiese para rodar no me contrataban! Ja, ja. Pero no, es cierto, hablando no lo pierdo. Y cuando hablo con un gallego empiezo a canturrear bastante, no lo puedo evitar. Lo llevo en la sangre.