Si se va el papel

YES

LightFieldStudios

08 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La élite tecnológica del planeta educa a sus hijos en entornos analógicos. Es una alerta flagrante que no estamos considerando a pesar de que es un indicio brutal de por dónde avanza la dominación en el siglo XXI. Los creadores de los nuevos entornos mantienen a sus hijos ajenos a las pantallas mientras reclutan ejércitos de personas dependientes para quienes un apagón significaría la muerte ciudadana.

A través de esos artefactos no solo controlan la información que reciben sino que administran la memoria colectiva, depositada en nubes digitales que si un día se apagan se llevarán buena parte de lo que somos.

Nos contaron que nada era más seguro que un disco duro y que el papel pronto sería un vestigio del pasado con tendencia a convertirse en polvo. Pero visto lo visto, hay que empezar a reclamar la certeza de lo físico. Ese papel en cuya desaparición tanto nos hemos afanado no es una reliquia que debamos confinar en un museo sino un agente revolucionario. Contra el olvido; contra el control tecnológico de la información; contra la frialdad de una pantalla; contra la dependencia de las élites digitales; contra la manipulación de lo que nos gusta; contra las ciudadanías estancas; contra la ausencia de diversidad, contra la desaparición de los olores y del sonido amortiguado de las hojas de un libro cuando avanzas sobre él.

Las pantallas ya nos han arrebatado algunas cosas. El álbum de fotos que manoseábamos los domingos por la tarde y que era un creador de recuerdos y un agente de identidad familiar; el encuentro inesperado con un periódico viejo que era una transbordador hacia el pasado y una evidencia de las siete vidas que tienen las noticias, que empiezan como información y acaban siendo literatura; las cartas en el buzón; la escritura a mano y el papel doblegado por la presión de un boli Bic; las discusiones eternas sobre un dato imposible de comprobar; las notas de papel desde el pupitre de atrás; las colas en las cabinas telefónicas y esos desplegables maravillosos llamados mapas colocados en las rodillas mientras cruzabas las rectas de Castilla; las esperas en una esquina sin saber por qué tu cita se retrasa y el alivio íntimo de ver cómo al fin dobla la esquina.

El botón nuclear ya no pone en marcha una escalada suicida de misiles con cabezas de uranio empobrecido. El control lo ejerce hoy el que reparte pantallas y te conmina a quemar libros que se resisten a arder. El papel es como el viejo camarada en el que solo encuentras certezas, un compañero leal que nos ha instruido, aliviado, aseado, emocionado y agitado. Y hoy asoma como una alternativa a la espiral de las pantallas, una desobediencia a la dependencia colectiva del teclado y al discurso único que tantas veces se cuela entre buscadores. Larga vida al papel.