Alejandro Sanz: «A mí se me conquista con el silencio, vale más que mil palabras»

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Está preparando La Gira que lo traerá a Santiago. A sus 50, se siente cada vez más cómodo: «Son muy liberadores, ya no soy responsable de la felicidad de los demás, sino de la mía». «Y si me dan caña, yo me tomo una caña», bromea

20 may 2021 . Actualizado a las 15:58 h.

Pocas veces se da la carambola de que un artista como Alejandro Sanz te abra las puertas de su casa, pero Sanz tiene esa altísima capacidad de ser un tío normal, de los que te reciben con un abrazo enorme, como si te conociera de toda la vida, y te enseña sin ningún tipo de complejo su finca de Jarandilla de la Vera (Cáceres) donde está encerrado con sus músicos preparando La Gira, que patrocina el Banco Sabadell, que favorece este encuentro. Alejandro Sanz se parece cada vez más a Alejandro Sánchez Pizarro; despojado de todo tipo de ego, comparte bajo una carpa enorme que tiene instalada en su finca su ensayo con los 12 músicos (6 mujeres y 6 hombres) -todos muy jóvenes- de su banda. «Me gusta arriesgar y cambiar a los músicos, descubrir talentos, como la chica que toca la batería, que es una crac, viene de Berkeley, es dominicana, y me la recomendaron Michel Camilo y Juan Luis Guerra. Mezclar a los músicos, que sean de distintos sitios y que convivan conmigo en casa, ayuda a crear ese clima que luego sale en los conciertos», apunta Alejandro, mientras se enfunda su guitarra y se arranca a cantar. Qué privilegio.

Va vestido con vaqueros negros, cazadora de Dsquared y zapatillas blancas, y se complementa con pulseras y un enorme anillo. Pese a haber cumplido los 50, parece un chaval. «Mi hija Manuela cumple este año los 18 -confiesa-, se gradúa en Guadalajara (México) dentro de nada y este año se lo quiere coger sabático... Bueno, es que se ha echado novio», bromea mientras levanta la ceja de padre. Sanz es tan campechano que mientras relata que sus ovejas se llaman Machín, Celia Cruz y Copla invita a una cerveza y «algo para picar, ¿no?».

Sus tíos son los que se encargan del cuidado de la casa, y enseguida empiezan a sacar platos de queso, ensaladilla, las cerezas del Jerte y en esa mesa acogedora el cantante muestra el orgullo del sabor del campo: «Yo estaría aquí siempre, es una maravilla esta tranquilidad», revela, justo antes de sacarle punta al locus amoenus: «¿Has visto que me han robado las letras del nombre de la finca? ¡Lo mismo ya las han vendido por Wallapop!», se ríe restándole importancia. «Le he llamado El Sueño de los Parrales porque Los Parrales era el nombre de la de mi tío, donde nos juntábamos toda la familia, y este sitio es para ellos, para que tengamos donde reunirnos todos, también cuando yo no esté».

En ese ambiente idílico, los músicos hacen un descanso y ya tienen la mesa puesta, después algunos se tumban vestidos en la zona de la piscina: «Llevamos aquí desde el 18 de abril y estaremos hasta que empiece la gira el 1 de junio, estamos a tope, solo paramos para comer y cenar», indica Sanz, que mueve 13 tráileres en cada desplazamiento. «Me llevo todo lo que tengo aquí, también la mesa de sonido que tengo metida en el establo, ¿la has visto?». Le respondo que sí con el entusiasmo de palpar que efectivamente la música, las ovejas, y el heno se funden en Jarandilla con la misma naturalidad que le pone el artista a cada movimiento, a cada frase. «Me vine a este pueblo porque me habló de esta finca Pepe Barroso, aquí todo el mundo me cuida. Hace poco vino un paparazi y sé que llamó a su redacción diciendo que los vecinos no soltaban ni prenda: ‘Parecen de la familia’». Con esa gracia innata, Alejandro imita la voz de Equipo de Investigación de La Sexta: «¿Qué pasa en Jarandilla? ¿Qué tiene Alejandro Sanz escondido en su finca?», relaja guasón antes de que yo pueda arrancar oficialmente la entrevista. A ver cómo consigo mantener el tipo. Sanz me ha desarmado.

-Tengo diez minutos. ¿Cómo se te conquista a ti en uno?

-Con música [se ríe]. A veces con el silencio también, un buen silencio vale más que mil palabras.

-Arrancas gira, nuevos conciertos, tienes más de 20 Grammys: ¿qué es el éxito para ti ahora mismo?

-Para mí el éxito es poder hacer esto. Traerme mis músicos aquí, tener la tranquilidad de tener los tiques vendidos, que los conciertos van a estar llenos y poder subirme al escenario a disfrutarlo.

-Después de tantos años, ¿le sigues poniendo la misma intensidad o va a más?

-Sí, sí. A más. Yo soy muy peleón, soy muy competitivo, sí es verdad que alguna gente llega a mi edad y se relaja, pero a mí me gusta lo que hago y creo que es una buena oportunidad para vivir intensamente, ¿no? Le debo a esta profesión mucho y quiero devolvérselo y ser honesto con lo que hago.

-¿Ha habido algún momento de flojera en tu carrera, de decir basta?

-Sí, sí. Y aún ahora digo: ¿será esta la última gira? Pues no sé, no sé...

-Entonces no te ves dentro de 20 años igual...

-A ver, yo lo que no quiero es estar despidiéndome más que Los Cinco [se ríe], no. En algún momento… A ver cómo va la gira, pero no sé si será la última que haré. Tal vez otra más. Pero no me veo con 70 años así.

-Tú tuviste mucha fe en ti mismo desde niño. Le dijiste a tu madre que serías ese artista entre un millón.

-Sí, sí, sí. Y eso que no tenía grandes facultades para cantar ni nada de esto. Pero sí, yo quería trabajar en la música como fuera, aunque fuera llevando cafés a los estudios, me daba igual. Y confiaba en que podía llegar. Sobre todo era lo que quería hacer; no estaba tan seguro en realidad, era una forma de tranquilizar a mi madre porque se ponía muy nerviosa cuando yo le decía que me quería dedicar a esto. Los padres de esa etapa eran muy conservadores, lo que querían era que fueras funcionario, que tuvieras un trabajo fijo… Mi madre estaba muy inquieta, pero en realidad era lo que yo quería, lo que deseaba.

-Te iba a apuntar a kárate en lugar de a guitarra, pero estaba cerrado. ¿Crees en el destino?

-La pobre lo que quería era quitarse de encima a los dos niños, que nos estaba criando sola, mi padre estaba trabajando fuera, y en esa época no había niñeras… Ahora somos unos privilegiados, los que pueden, claro. Pero de alguna manera todo el mundo tiene un tipo de ayuda, un familiar…; mi madre en Madrid no tenía a nadie, así que me quería apuntar a kárate, pero estaba cerrado y me apuntó a guitarra, fíjate si creo en el destino…

-¿A los 50, qué deseas? ¿Cómo te ves?

-Yo me veo bien, me encuentro cómodo en mi pellejo y contento, disfrutando de lo que hago, sabiendo lo que vale el tiempo. Los 50 son muy liberadores, es como que ya no tienes que disimular nada, no tienes que dar tantas explicaciones, te das cuenta de que no eres el responsable de la felicidad de los demás sino de la tuya. Siempre, por supuesto, siendo buena persona con los demás y no intentando hacer daño a nadie. Intentando ayudar a quien lo necesite, pero sobre todo sabiendo lo que vale el tiempo.

-En ese sentido de la responsabilidad, en el caso de alguien como tú, que tienes detrás a tanta gente, ¿la sientes en exceso? Porque si pinchas tú, pinchan todos.

-No, no. Yo lo que intento es que la gente que está conmigo, los músicos, todos los que están aquí vivan esto como una experiencia única, que es lo que es. Una experiencia increíble. Es gente que si no estoy yo van a trabajar con otra persona, con otro artista. Pero yo no siento esa tensión porque si no, no podría vivir.

-¿A esta edad te sientes también más libre para decir lo que sea en tus letras? A veces te dan caña.

-Yo lo de la caña… Cuando me dan caña me tomo una caña [se ríe], es una rima simplona. No hay que tomarse tan en serio nada; es que a veces esa dependencia o la egodependencia, lo que dicen de nosotros, lo que representamos para los demás, es ridículo, porque nunca va a llover al gusto de todo el mundo y tampoco somos nubes. En el fondo, lo que tenemos que hacer es vivir a gusto con nosotros y con lo que creamos alrededor. Eso es lo único que nos debe importar. Al final, si alguien te critica, realmente no tiene la menor importancia. Y alrededor de la crítica también siempre hay un sesgo de admiración, o de envidia, que es peor. Yo no leo casi nada de lo que escriben sobre mí.

-Espero que esto sí [risas]. ¿Cómo haces para estar siempre de tan buen humor? Tienes fama de que nunca te enfadas.

-Me da mucha alegría despertarme y ver que estoy vivo, ¿sabes? Yo creo que la vida es un regalo tan bonito que me levanto contento, luego a veces se estropea…

-¿Entonces sacas el genio?

-Sí, mala leche la tengo, sí. Bueno, a veces me enfado con cosas porque soy muy perfeccionista y quiero tenerlo todo bajo control. Y claro, me estreso porque no puede ser; tengo que delegar, tengo un buen equipo de gente y confío mucho en ellos. Pero como en todos los trabajos, siempre hay momentos.

-Han dicho de ti que eres «el reportero de la vida». Te has desnudado mucho en tus canciones y has conquistado a mucho público femenino. ¿Te consideras feminista?

-Fíjate que mis amigas feministas dicen que un tío no puede ser feminista, pero bueno, yo en cuanto a la definición de feminista sí pienso que lo soy: creo en la igualdad absoluta entre los hombres y las mujeres.

-¿Cómo sabes que una canción está perfecta? ¿Que ya está acabada?

-Hay un momento en que sí sabes que la canción es buena, porque hay un clic, sí. Pero que está acabada, uf, eso es muy difícil. Eso es como cuando pintas un cuadro. No sé si era Picasso el que decía que un cuadro no se termina sino que se abandona. Pues con la música es igual, tú una canción no la terminas, la abandonas. A veces dices: hasta aquí, porque si no la voy a estropear más. Lo bueno es que con la tecnología que hay ahora siempre puedes dar un pasito atrás. Antes grababas y ya. Hoy puedes grabar, y si quieres retomar la última versión que crees que era mejor, la puedes retomar.