«Estuvimos ocho meses de luna de miel»

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Su viaje no ha durado 80 días, sino unos cuantos más. Con mochila o sin ella, estos gallegos son como Phileas Fogg y han cumplido el sueño de recorrer el planeta de una punta a la otra. ¿Cómo lo han conseguido estos aventureros?

11 may 2019 . Actualizado a las 16:45 h.

Adrián y Gosia se conocieron en Escocia en el 2005 y el flechazo se transformó enseguida en un largo viaje porque a los dos les apasionaba eso de coger la mochila y recorrer mundo. El primer viaje juntos fue definitivo para unirlos en lo que es ya una forma de vida. En esa ocasión descubrieron durante cuatro meses todo el sudeste asiático, pero también que había personas que llevaban uno o dos años viajando sin parar. Ese estímulo fue tan fuerte que, de regreso a España, este vigués y esta polaca cambiaron sus trabajos como diseñador gráfico y como camarera por otro modo de vida. «Creamos el blog Viajar Mola en el 2008 con la idea de contar nuestras experiencias, porque aún las redes sociales no estaban tan al alcance como ahora; y el blog era también una manera de que mi madre se quedara tranquila -bromea Adrián- y supiera dónde estábamos en cada momento».

Con los ahorros que fueron consiguiendo y el patrocinio, aún muy pequeño, de algunas empresas decidieron que su luna de miel sería distinta de esos destinos de pulserita con todo incluido. Se echaron la mochila a la espalda e iniciaron su primera vuelta al mundo. «Si por eso entendemos ir por un lado y volver por el otro, porque recorrer todos los países es imposible», indica Adrián, que insiste en que su luna de miel fue low cost. Desde la India recorrieron China, el sudeste asiático, Australia en autostop, Nueva Zelanda con un transporte muy peculiar: recolocando caravanas, y de ahí se fueron a la costa Oeste de Estados Unidos y después Nueva York, desde donde regresaron a casa. «Nos gastamos 6.400 euros cada uno, fueron ocho meses increíbles», asegura. Su segunda vuelta al mundo llegó poco después, cuando su hija Daniela tenía año y medio, porque querían demostrar que con un niño también se viaja sin problemas: «Es fácil, y no recuerdo ni un solo día que estuviera enferma; eso sí, tomas otras precauciones y te preparas el viaje mucho más, no duermes en casas de desconocidos... En esa ocasión estuvimos cuatro meses».

Ahora, con un hijo más de 2 años, Óliver, siguen de ruta cada poco tiempo; su blog se ha convertido también en un canal de YouTube (el más seguido en España en temas de viajes) porque se han enfocado sobre todo en EE.UU., en ofrecer trucos para entrar gratis en algunos sitios, recomendaciones de los mejores restaurantes, los mejores hoteles... «En eso no nos vendemos a nadie, somos muy escrupulosos buscando la información para que sea real y útil para los viajeros, es nuestra credibilidad la que está en juego», apunta Adrián, que no recuerda ningún momento de angustia durante los viajes: «Al principio teníamos dudas de que pudiéramos dedicarnos a esto, vivir de esta manera...». ¿Y los niños, no van al colegio? «Por el momento son pequeños y, si nos vamos 15 días, no hay problema, con el tiempo iremos viendo; ahora muchas veces viaja mi suegra con nosotros y también nos echa la mano con los niños, si nosotros tenemos que desplazarnos.Viajar es más fácil de lo que parece», concluye.

«Yo di la vuelta al mundo»

MARCOS MÍGUEZ

Antonio Amenedo, además de cocinero del grupo Coruña Cocina y propietario del Pazo Santa Cruz de Mondoi en Oza-Cesuras, también es conocido como el Phileas Fogg coruñés debido a un viaje culinario por el que dio la vuelta al mundo para comer en algunos de los restaurantes más afamados del planeta. No fueron 80 días, pero sí más de 80 platos los que probó durante el mes que duró su travesía y donde pudo degustar los más impresionantes que le pusieron en locales de la talla del Noma en Copenhague o el Alinea, en Chicago.

En su particular vuelta al mundo, Amenedo salió de A Coruña y de ahí se fue a Dinamarca, luego a Dubái, donde probó la comida del espectacular restaurante Burj al Arab, que está bajo el agua. De ahí se fue a Singapur para sentarse en la mesa del Marina Bay Sands, tres días antes de que falleciera el conocido chef Santi Santamaría. Siguió por Sídney, donde tuvo la ocasión de degustar la cocina del japonés Tetsuya Wakuda, y Nueva Zelanda, donde le enseñaron cómo cocinar los alimentos con piedras volcánicas, aunque a él le supo todo a tierra. También llegó a Tahití y Bora Bora, para aterrizar después en Los Ángeles, Las Vegas, el Cañón del Colorado, Chicago y terminar en Nueva York.

Pero este no fue el único peregrinaje gastronómico que hizo. Su maleta ha recorrido más de 40 países en los que no solo quiere descubrir la alta cocina de los mejores locales del mundo, sino que también le gusta empaparse de lo que él llama street food. Esa comida que se vende por la calle y que le permite realizar descubrimientos importantes para aplicar en sus fogones. Eso fue lo que le sucedió en México D.F.: «Fui a los mejores restaurantes de la ciudad que son el Pujol y el Quintonil, pero disfruté mucho más de la comida callejera. Allí probé los tacos mexicanos, pero los de verdad. Los que prepara una señora con una tortita y tiene allí los aderezos para montarte. De hecho, uno de los aperitivos del pazo que aún sigo haciendo son los tacos galaico mexicanos. Me di cuenta de que la zorza gallega encajaría perfectamente combinada con las tortitas mexicanas y aderezada con los productos de allí. Es uno de los aperitivos que más gustan», dice este chef aventurero que siguió su viaje por Costa Rica, un país que le pareció «alucinante» y que describe sus playas del Pacífico como «un auténtico paraíso terrenal», junto con las del sudeste de Tailandia. Y continuó por Panamá, donde logró bañarse por la mañana en el Atlántico y por la tarde en el Pacífico.

EN EL AMAZONAS

Otra de las veces que cruzó el charco, lo hizo para conocer Perú y su cocina. Cuzco, el Machu Pichu e Iquitos, la ciudad más grande del mundo a la que no se puede acceder por carretera y a la que solo puedes ir en avión o a través de un barco fluvial porque se encuentra en el Amazonas. Antonio aprovechó el viaje para visitar Brasil y allí aterrizó en el restaurante Dom, de São Paulo. Alquiló un coche y conoció también el interior del país carioca hasta llegar a la ciudad de Santos y a Río de Janeiro: «Allí las favelas y los barrios ricos están muy cerca, está todo como muy mezclado. Y una noche que subía para mi hotelito con encanto, situado en una de las colinas, me di cuenta de que me estaba metiendo en una favela. Y entonces mi coche iba metiéndose por las calles que cada vez se iban estrechando más. Llegué a un punto que ya no podía seguir y había un montón de chavalitos y pensé: ‘Aquí me van a quitar hasta los calzoncillos’. Al salir del coche, les dije: ‘Perdínme’ y les debió de hacer gracia porque se echaron a reír, me cogieron el coche que era muy pequeño, y empezaron a darle la vuelta arrastrándolo, casi por el aire, hasta que pude seguir por la favela hacia abajo. Fue una experiencia graciosa», asegura este intrépido coruñés.

Por desgracia, también tuvo alguna mala experiencia; como cuando llegó a la India durante el viaje que hizo por el sudeste asiático, y a las orillas del Ganges se puso tan malo por una gastroenteritis que pensó que allí se quedaba: «Tenía que coger el vuelo a Vietnam a los tres días y me decía: ‘Bueno, Toño, aunque sea a rastras tienes que cogerlo, porque aquí a los que se mueren los queman y van por el Ganges abajo’», comenta con cierto aire cómico.

CON MÁS PICANTE

En ese viaje a Amenedo le interesaba más que la alta cocina, la comida callejera: «Tenía mucha curiosidad por saber quiénes eran más brutos con el picante: si los mexicanos o los asiáticos. Y yo creo que donde más me picó la comida fue en la India. Cuando te dicen que no pica, te lloran los ojos. Es una brutalidad», comenta.

Otro de los países que también le encantó fue Japón. De allí destaca el respeto absoluto que tienen por el producto de calidad. Se arrepiente de no haber podido ir a comer al mítico Jiro, en Tokio, uno de los mejores restaurantes del mundo de sushi, pero también uno de los más difíciles de reservar, porque el local es una barra de bar con apenas una decena de comensales al día. Cuando le ofrecieron la oportunidad de ir, se encontraba ya en Hiroshima y no cayó en la cuenta de que el tren bala lo llevaría a Tokio en apenas tres horas: «Me di cuenta más tarde», confiesa fastidiado. Pero en ese viaje tuvo la ocasión de visitar Seúl, «donde hay paneles enormes interactivos en las estaciones de metro que te llevan adonde quieres, y al lado tienes unas máscaras antigás por si ataca el majara del Norte».

Incluso llegó hasta la frontera con el país vecino: «Dicen que no se podían hacer fotos de Corea del Norte, yo las hice y me metí por los túneles que utilizaban para escaparse. Fue toda una experiencia», añade. Aun así, y a pesar de haber viajado «por más de 40 países», Amenedo sigue pensando que «como en Galicia, no se come en ningún sitio»: «En marisco no he encontrado nada que se asemeje a lo nuestro. Y luego, tanta diversidad, el pescado tan bueno, la carne tan buena, las verduras tan buenas, las patatas... Galicia es uno de los mejores sitios del mundo para comer sin ninguna duda», sentencia.

«Llevo 7 años viviendo aventuras increíbles»

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«Llevo siete años viajando por el mundo y viviendo aventuras increíbles», apunta Luis Molares Alegre, que ha hecho una pequeña pausa para regresar a su casa, a Pontedeume, pero solo por unos días. Con 19 años, y tras vivir durante una larga temporada en la Rioja, se fue a Londres, con la idea de afianzar su inglés. Su afición al buceo y los ahorros tras casi un año de duro trabajo en la capital británica le dieron alas para irse al Caribe a hacer submarinismo. Eligió como destino Honduras, y allí su vida cambió de rumbo. «Allí descubrí mi pasión, conocer mundo, y desde entonces vivo y trabajo con el objetivo de marcarme retos y conocer lugares mágicos a los que no llegan turoperadores». Luis trabaja por temporadas y, en cuanto logra tener lo suficiente ahorrado, vuelve a viajar. Sus buenas dotes como buceador le llevaron a México, a un resort de Playa Carmen en donde también estuvo trabajando. Le sirvió de base para lo que vendría después. Chile, Argentina... Ha atravesado desiertos, subido montañas y con 26 años después de recorrer parte de América del Sur y Asia compaginando trabajo y aventura hace una pausa para marcar nuevos objetivos.

Surgen momentos de duda

En Nepal ha vivido su última aventura por el momento. Casi siempre viaja en solitario y recuerda un momento especial que vivió caminando desorientado entre la nieve que le llegaba casi a la cintura y en el Annapurna. Hubo un instante en el que le surgió la duda y llegó a preguntarse qué hacía allí tras horas caminando sin tener muy claro si se había perdido. De modo increíble un perro se cruzó en su camino y le marcó la ruta para ponerlo a salvo. Ahora es una anécdota, pero fue de esos momentos que dejan huella.

Luis Molares tiene su propio canal de YouTube al que sube vídeos de sus viajes. Uno de ellos refleja la dureza de una avalancha que vivió en primera persona en plena cordillera del Himalaya. También, y a través de su cuenta de Instagram, comparte imágenes de todas sus aventuras. «La gente que me he encontrado es maravillosa, especialmente en Indonesia, ese país me marcó por lo hospitalarios y amables que son sus habitantes», asegura Luis. Ahora este joven pasará unos meses en Mallorca trabajando para «hacer hucha» y emprender tras el verano una nueva y sorprendente aventura.