Roger Michell, director de Notting Hill, ha tenido el enormísimo acierto de sentar a una mesa a cuatro señoras a tomar el té y una copita de champán. Son cuatro mujeres determinadas, cuatro damas del imperio británico con méritos artísticos notables y carreras que rozan lo mitológico, pero lo bueno de Nothing like a dame es que en ese cuarteto mágico formado por Judi Dench, Maggie Smith, Eileen Atkins y Joan Plowright es fácil reconocer a todas esas grandes señoras que se juntan a tomar café y a poner al mundo en el sitio justo en el momento adecuado de sus vidas.
Se ha teorizado poco sobre esos grandiosos encuentros en los que un grupo de mujeres en la edad en la que la ira ya ha dejado paso a la ironía se sientan y hablan. Señoras a las que la vida ha tratado bien, mal o incluso fatal pero que se citan en una cafetería y analizan el mundo a la distancia justa en la que se ubica la sabiduría.
Hay nostalgia, tristeza y un inevitable olor a despedida en este grandísimo documental de cuatro octogenarias inglesas que hablan, pero por encima de todo lo que comparten estas señoras emerge su brutal sentido del humor y una ironía implacable que barniza cualquier acontecimiento del pasado, del presente y hasta del futuro, con la muerte más cerca que nunca pero más irrelevante que siempre. Michell le pone la cámara a estas divinas para que recorramos con ellas cuatro biografías impresionantes, pero apuesto a que disfrutaríamos igual si en lugar de esas magníficas actrices el objetivo se detuviera en cuatro amigas sentadas en una cafetería de la calle Real.
Porque esas damas son nuestras madres y las amigas de nuestras madres, esas señoras a las que a veces ves a través del cristal del café del barrio, concentradas en sus vidas, opinando sobre sus maridos, sobre los hijos, sobre el alcalde y el presidente de la Xunta, sobre la boda de la hija de Ortega, sobre qué las hace felices, sobre qué las pone tristes. Muchas han disentido entre ellas durante sus vidas anteriores o llevaban existencias contradictorias, pero han llegado a la vejez con un sosiego metafísico que les permite entenderlo casi todo aunque sus convicciones sean más profundas que nunca y su seguridad, inapelable. Esas tertulias en cafeterías casi siempre sin pretensiones son una muestra conmovedora de la sororidad que hoy reclamamos, una prueba del material del que está hecha la relación entre las mujeres, un ejemplo de cómo se conmaterniza. Si tienes la suerte de observarlas desde cerca, si te permiten sentarte a su lado y escucharlas, solo deseas que los años te concedan esa forma tan sabia de entender la vida y, sobre todo, de reírte de ella. Nothing like a dame.