«Un bebé que va con el móvil en el carrito se está perdiendo el mundo»

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«Queremos que los niños sean adultos muy pronto, y es peligroso», advierte el autor de «Niñ@s híper». Este es el retrato de una generación muy competente pero frágil, hiperconectada, adicta al estímulo, con más conocimientos que experiencias. «Hemos poblado el universo infantil de gadgets que aplastan la curiosidad», asegura

28 oct 2018 . Actualizado a las 21:35 h.

La infancia pasa siempre muy rápido, pero hoy la estamos acelerando como nunca, apuntan los psicólogos Marino Pérez Álvarez y José Ramón Ubieto, autores de Niñ@s híper. Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas. La hiperpaternidad que describió Eva Millet asoma en este nuevo retrato de la que llaman «generación L’Oréal», bonita y frágil, precoz en casi todo eso que antes era exclusivo del mundo de los mayores, pero capaz de desintegrarse al contacto con un problema. «Los adultos estamos colonizando la infancia por la vía de lo híper. Si tradicionalmente se adoctrinaba a la infancia en nombre de los ideales, hoy a los niños tratamos de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto», aseguran. ¿Qué está pasando con la infancia, por qué dejan nuestros niños de serlo tan pronto? «Hay una paradoja en relación con la infancia. Por parte de la sociedad, de los adultos y de los padres. Por un lado, queremos que los niños sean adultos antes de tiempo. Aspiramos a que sean excelentes en la escuela, y no solo ahí, sino en la vida, en todo. Hay muchos niños apuntados a un montón de actividades no solo para que estén ocupados y aprendan cosas a través del juego, que es lo que les toca, sino también para que sean buenos en eso. Un niño no tiene que rendir. La infancia debe ser un tiempo para jugar, para divertirse, para aburrirse», plantea Marino Pérez, que responde a las preguntas de esta entrevista. «Hoy existe una hiperinfancia. Y por otro lado, y ahí está la paradoja, la sociedad y los padres ven la infancia como una etapa vulnerable, en la que parece que hay que proteger a los niños de cualquier riesgo», completa.

-¿Nos puede el miedo, por eso les allanamos el camino?

-Sí, pero si evitamos tropiezos los niños no se caerán, y entonces no aprenderán a levantarse. Hay una sobreprotección que hace a los niños más vulnerables de lo que de suyo son. Esta es la paradoja, niños muy competentes pero a la vez muy vulnerables. La dependencia se prolonga y hoy estamos viendo una Universidad infantilizada.

-¿Ejercemos los padres mucha presión o es el sistema, que obliga?

-Hay presión en los padres, y esto es un reflejo de una sociedad competitiva e individualista. Se espera que el niño sea no solo competente, sino competitivo en su relación con los demás.

-¿Competimos los padres a través de las cualidades y méritos de los hijos?

-Hay una sobreexigencia de los padres que se proyecta de adultos, acelera las etapas de la vida y hace que en el camino se vayan perdiendo formas de desarrollo, como que los niños jueguen al aire libre, a los juegos de siempre, con otros niños. Los adultos estamos siempre pendientes donde antes los niños jugaban entre ellos y resolvían sus conflictos, a veces con empujones o peleas tras los que, generalmente, continuaba la amistad. Antes los niños subíamos a los árboles, teníamos espacio, una forma de vivir más libre y propia de niños. Hoy hay una sobreexigencia por un lado y, por otro, una sobreprotección que merma el desarrollo, que desprotege para la vida. Hoy la infancia y la adolescencia están aceleradas, y a la vez, la vida adulta queda pospuesta. Tener una vivienda, un trabajo estable, ser padres, formar una familia son cosas que se retrasan.

-En «Niñ@s híper» habláis de la pasión por la etiqueta y de la «Macdonalización de la infancia». ¿Qué significa?

-Es una imagen actual y cercana que debemos a un psiquiatra británico y se refiere a la tendencia a patologizar problemas normales de la infancia. Cuando los problemas normales de los niños son una molestia para los padres es fácil que se les ponga una etiqueta y se conviertan en una patología, con un diagnóstico correspondiente. Esto tiene el peligro de que conlleva una estandarización de los problemas, y de los niños. Los problemas no dejan de ser problemas, pero no por ello son enfermedades mentales.

-«La ciencia está ocupando el lugar del sentido común». Los padres hemos perdido intuición y ganado mucho aparato. Hoy parece que necesitamos todo tipo de aplicaciones. Vivimos entre artilugios que a veces nos desarman.

-Hay una pérdida del sentido común para afrontar las cosas de siempre, la crianza, la educación de los niños. Educar es poner camino, vallas, señales; y todo eso antes se hacía de forma segura. Las madres y las abuelas de los más jóvenes no tenían problema, y sí muchos hijos que criar. En cambio, madres jóvenes con una formación amplia se sienten desorientadas. Y esto puede deberse en parte a una confianza en la tecnología que ofrece soluciones técnicas para problemas que no son técnicos, sino de la vida. Hay modas que no están avaladas por la ciencia y costumbres inadecuadas, como el hecho de consultar a los niños como si fuesen adultos, como si pudiesen decidir qué deben comer o qué cama hay que comprar para su habitación.

-¿El hiperpadre es el resultado de la alianza de las soluciones tecnológicas con la falta de tiempo para dedicarse a los niños con calma?

-Los padres estamos sometidos a un ritmo, a una forma de vida, pero hay que priorizar. La crianza de los niños, que es lo más importante, queda en muchos casos en segundo plano respecto a otras dedicaciones de los adultos, como el trabajo o el ocio. Hoy en día, muchos niños quedan a expensas de las tabletas, que son como una «solución mágica» de los padres para que ellos se entretengan. Pero los niños tienen que aprender a estar solos. Las tabletas privan al niño de aprender a aburrirse, porque inyectan la necesidad continua de estímulos.

-La Asociación Española de Pediatría ya las desrecomienda antes de los 18 meses. Pero estamos muy habituados a ver a bebés con el móvil delante.

-Lo vemos en restaurantes y hoteles: bebés con el babero y la pantalla delante. O incluso en el carrito, y así van por la calle, no mirando a su alrededor, a la gente, sino al móvil... y se están perdiendo el mundo. Hay que jerarquizar. Los padres deberían valorar el tiempo con los niños, y los niños aprender a estar solos, pero la manera de estar solos no es conectarlos a las tabletas. Las tabletas pueden generar un tipo de personas que necesiten que las cosas ocurran de inmediato, sujetas a la presión del like. Una parte de los adultos nos hemos visto envueltos en este mundo tecnológico ya de adultos, pero nuestros niños llegarán a adultos inmersos en esta forma de diversión, que acelera etapas. Es curioso que los propios productores de estas tecnologías las excluyan del ámbito cotidiano de sus hijos. No es cuestión de proscribir y prohibir, pero sí hay que hacer un uso racional de ellas, limitar los accesos. Los padres tienen que ir un poco a contracorriente, marcando pautas; el problema es que los adultos han perdido un poco la autoridad ante sus hijos para poner límites. Los adultos han perdido hoy la capacidad de decir «no».

-¿Qué es la autoridad? ¿Qué le parece la propuesta de Podemos de incluir el cachete como forma de maltrato?

-La mejor forma de educación es a través del reforzamiento positivo, pero un cachete aplicado de forma muy puntual puede ser educativo. No puede usarse como método, porque sería la prueba de que no funciona.

-Polémico. Hiperactivos, hipersexualizados, hiperconectados. ¿Así son en realidad los niños de hoy?

-Sí. Lo híper es una característica propia de nuestro tiempo. Dentro de que existe y es así, y tenga su funcionalidad ser competente y excelente, no deja de tener consecuencias indeseables. La hipersexualidad de las niñas viene de atrás y preocupa a psicólogos e instituciones diversas. Hoy un niño o una niña de 11 años puede saberlo casi todo de las relaciones sexuales a través de la pornografía. Antes de tiempo.