Aquellas mujeres que estuvieron antes que nosotras

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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27 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribe Carlota García del Real: «En el momento en que comienza mi relato el ambiente en nuestro país era de inquietud, las cosas no marchaban por cauces tranquilos, pero nosotros estábamos llenos de ilusiones».

Escribe Fernanda García del Real: «Después de una conferencia de mi padre [Eduardo García Real] sobre la historia del baño vamos a casa de tía Carmen, donde los ánimos de todos están sobreexcitados. Discutimos. Se siente en uno mismo la fuerte tensión eléctrica que baña el ambiente».

Los dos fragmentos con los que arranca este texto fueron escritos por dos mujeres liberales, demócratas, laicas y republicanas para describir lo que sentían en el entorno del 18 de julio del año 1936. La sublevación de Franco en Marruecos cogió a Carlota en Panticosa y a Fernanda en Madrid, una circunstancia que determinará el increíble relato que ambas realizan de aquellos días terribles y que ahora conocemos gracias al asombroso trabajo de rescate y contextualización que han hecho los historiadores Lourenzo Fernández Prieto y Gustavo Hervella y que se nos acaba de revelar en el libro Historia de la guerra civil contada por dos hermanas (Comares Historia). Es este uno de esos regalos con los que a veces te recompensa la vida, una especie de bofetada íntima, de zarandeo, como si las piezas de un puzle generacional y personal encajaran de golpe. El enfoque que Carlota y Fernanda dan a lo que sucedió aquellos días y el contexto que Lourenzo y Gustavo le conceden convierten estas «memorias de golpe, revolución y guerra» en un descubrimiento personal e intransferible que compete a todas las mujeres de mi generación.

Las nacidas en los últimos años del franquismo, las mujeres que pudimos votar en cuanto cumplimos 18 años, fuimos jóvenes sin referencias femeninas de modernidad. Nuestras madres habían sido sometidas por una dictadura que despojó a las mujeres de derechos y las convirtió en vulgares figurantes. El ambiente opresor incumbió a toda la sociedad pero con las mujeres la dictadura se ensañó. Obligadas a ser el «descanso del guerrero», aleccionadas por la sección femenina y por los consultorios radiofónicos, infantilizadas y apartadas de la instrucción, la cultura y la modernidad, las últimas madres del franquismo habían tenido unas vidas que sus hijas no queríamos para nosotras. Lo certificamos cuando empezamos a viajar y constatamos que por ahí fuera, en las democracias, las mujeres de los años cuarenta, cincuenta y sesenta habían tenido vidas parecidas a las que nosotras queríamos tener. Una especie de euforia presuntuosa inducida por los directores de la Transición nos convenció de que fuimos las primeras en esto de ser modernas; las primeras que votamos, las primeras que decidimos sobre nuestra sexualidad, las primeras que trabajamos, las primeras que teníamos el control de nuestras vidas. Probablemente a alguien le interesaba ese relato. La enorme aportación de la historia de Carlota y Fernanda es precisamente reventar ese mito. Claro que hubo otras antes que nosotras. Mujeres liberales, demócratas, laicas y republicanas; mujeres políticas e independientes. Mujeres con ideas propias. Mujeres contemporáneas que viajaban y conocían el mundo. Como dice Lourenzo Fernández Prieto, ellas son lo que las jóvenes de la Transición creímos que no existía antes que nosotras. Y añade: «Ellas representan aquello que los jóvenes de los cincuenta, sesenta y setenta no conocieron ni pudieron conocer durante el franquismo salvo fugaz, doméstica y fragmentariamente. Ellas son las que nos libran del supuesto adanismo fundador de la democracia española hace ahora cuarenta años nos cuentan una historia ignorada, la de la burguesía republicana de izquierdas que sobrevivió a la guerra. Su historia y la de sus valores».