Antonio Pampliega: «Desde el secuestro no volverá a dejar un 'te quiero' para después»

Carol Domínguez González-Besada

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CEDIDA

Reportero de guerra de corazón, lleva diez años cubriendo conflictos en Irak, Líbano, Afganistán o Siria entre otros. Se convirtió en un «yonki de la guerra», pero un secuestro le cambió la vida. Escribir a su hermana Alejandra fue lo que le dio fuerza para no hundirse en los casi diez meses que duró la pesadilla

08 sep 2018 . Actualizado a las 19:54 h.

Antonio Pampliega (Madrid, 1982) es periodista desde hace diez años. Consiguió entrar en Siria once veces, pero la última vez fue secuestrado por Al Qaida. Autor de En la oscuridad, este es el relato de esa terrible experiencia. Dentro de poco comienza Pasaporte Pampliega, un programa de Cuatro donde lo que desea es enseñar a la gente lo afortunados que somos sin darnos cuenta.

-Ya hace más de dos años que acabó tu mayor pesadilla, un secuestro que duró 299 días, ¿el miedo desapareció?

-Siempre tienes miedo, ese miedo estaba antes, no se te quita nunca, pero sí que se puede intentar combatir con ayuda tomando las cosas con calma y distancia. Si he ido cien veces a una zona de conflicto y me han secuestrado una, tengo un 1 % de posibilidades de que me vuelva a pasar. Pero el miedo no se va y es bueno, porque hace que no hagas tonterías.

-¿Qué fue lo más importante que aprendiste de esa experiencia?

-Que mi vida es más importante que cualquier tipo de reportaje. Es una lección que no quiero olvidar.

-Cuando decidiste volver a meterte en otro conflicto en Irak, tus sensaciones ya no eran las mismas, ¿no?

-Después de volver de Irak mis sensaciones eran diferentes, estaba muy reciente el secuestro. No es que no hubiera empatía, sino que no me fiaba de ellos, porque me habían secuestrado. No ellos directamente, pero sí su gente... Te fastidia mucho ser así, y creo que lo más correcto que hice en ese momento fue dejar de ir a zonas como Irak o Siria. Dos años después de mi liberación no sé si estoy preparado para volver, pero me gustaría intentarlo. Pero a Siria no voy a volver nunca más porque se lo prometí a mi familia, no porque yo no quiera.

-En tu libro, «En la oscuridad», cuentas que los papeles donde escribiste el diario de tu secuestro te los quitan al pasar la frontera, pero al final vuelven a ti, ¿cómo los recuperaste?

-Lo que conseguí pasar fue una novela que escribí a mi hermana durante el cautiverio. Tuve la suerte de que los papeles me los quitaron los turcos en la frontera, y no Al Qaida, y a los ocho meses de la liberación, me los devolvieron.

-Al entrar en Siria se te paró el reloj y eso te puso en alerta porque eres supersticioso...

-Cuando entré en Siria se me paró el reloj literalmente; la noche antes, vamos. Además durante todo el secuestro tuve una especie de rosario que me regaló un soldado sirio, los 299 días. El 8 de mayo del 2016 en el momento que abrazo a mi madre, el rosario se rompe. Recogimos todas las bolitas, o casi todas, mi madre me lo volvió a hacer y se volvió a romper. Entonces no lo he vuelto a tocar. Ser supersticioso forma parte de mi personalidad.

-«En la oscuridad» ¿te sirvió como desahogo o querías contar tu historia?

­-Sí, escribir durante el secuestro a mi hermana fue mi balsa. Gracias a eso no me hundí. No solo porque sea periodista, sino porque me gusta. Cuando mi hermana era muy pequeña le escribía cuentos y siempre he tenido ese vínculo con ella y con la escritura.

­-Entre tanta oscuridad lo más bonito fue que convertiste a tu hermana, Alejandra, a la que le llevas 16 años, en la luz que te mantuvo en pie, ¿cómo reaccionó ella al saberlo?

­-Con mi familia no hablo del secuestro... Ella se leyó la primera parte de mi libro y dijo que no quería saber nada, igual que mi padre. Alejandra sí que ve las entrevistas de la televisión y le gusta que la nombre y que diga que ha sido mi fuerza. Ella siempre me dice: «Me haces rabiar, pero también me demuestras que me quieres mucho».

-¿Siempre has sentido el apoyo de tu familia?

­-Mi madre me apoyó desde el primer viaje. Mi padre era un poco más reticente. Cuando fui la primera vez pensó que se me pasaría la tontería. He llegado a estar tres semanas sobre el terreno y mi padre se ha enterado a mi regreso. Y después del secuestro en ningún momento me dijeron «déjalo». Ellos saben que es lo que me gusta, en ningún momento me lo han reprochado y tienen motivos para hacerlo.

­-¿Cómo eres ahora con tu familia?

­-Cambias en cierta manera. Nosotros siempre hemos sido una piña, hemos estado bajo las faldas de mi madre, pero ahora hablamos mucho más por teléfono y nos decimos más veces «te quiero». Parecen tonterías pero te das cuenta del valor que tiene, sobre todo cuando no sabes si lo vas a volver a decir.

-De algo horrible salió algo bueno...

-El secuestro me trajo muchas cosas malas sí, pero muchísimas más buenas. Me he dado cuenta de la importancia que tienen determinadas cosas. Antes te decía que a partir de esa experiencia mi vida iba a ser mucho más que un reportaje. Cuando estoy aquí en España lo vivo a tope. Antes, por ejemplo, venía de Siria o de Irak o de Somalia, estaba aquí una semana y me quería volver porque sentía que aquí no encajaba, y eso ya no me ocurre.

-¿Qué hay de base en la «adrenalina del periodista de guerra»?

-Cruzar una calle con un francotirador que dispare, que suene un bombazo, ir a entrevistar a asesinos o ir al frente... es un chute de adrenalina que no lo consigues en Europa ni de broma. Eso te hace sentir vivo. Te sientes inmortal. Pero es una sensación falsa, nos convertimos en yonkis de la guerra. No podemos ir solo por el chute, porque al final te fastidian bien.

-Ser periodista en zonas de conflicto es muy duro, ¿qué fue lo que te motivó para seguir cuando empezaste?

-Contar una historia de un guardia de seguridad de la embajada de España en Irak, que tenía dos hijos y un día me dijo: «¿Me puedes hacer una foto a mis hijos y a mí?». Le dije que sí, por supuesto. Entonces uno de los muchachos, que tendría 12 años, no sonreía en la foto y le dije: «Sonríe, por favor», y me contestó: «No quiero sonreír, porque acaban de matar a mi hermano». Nadie había escuchado esa historia y yo la publiqué. Ahí me di cuenta de la importancia que tenemos, que si nosotros no vamos y no contamos este tipo de historias tan duras... no se saben.

-¿Nunca te arrepentiste de ser reportero de guerra?

-Nunca me he arrepentido. Me encanta. Yo hice Periodismo para trabajar en deportes, porque me gustaba. Pero cuando llegué allí me di cuenta de que no era mi sitio. Ni siquiera después del secuestro me he planteado cambiar de rama. A lo mejor sí me planteé dejar el periodismo pero no cambiarlo, ¡ni de coña! Me encanta estar tres o cuatro horas escuchando a una persona que te cuenta su historia delante de un té. Eso es algo que no puede hacer todo el mundo.

-Hay gente que dice que al estar lejos y no poder hacer nada, prefieren no ver esas cosas...

-Eso es cosa suya, pero que no lo quieras ver no significa que no exista. Que te pille lejos no significa que no te vaya a tocar. La guerra de Siria está a 4.500 kilómetros sí, pero que se lo digan a los familiares de las víctimas de las Ramblas de Barcelona, o en Manchester, o en Bélgica o en París... Todo nos afecta. Todo. Aunque queramos pensar que está muy lejos, no es así.

-Estás grabando «Pasaporte Pampliega», ¿qué quieres transmitir con este programa?

-Lo que quiero enseñar a la gente es lo afortunados que somos. Que vivimos en una burbuja, que Occidente no es el mundo. Que vean lo que hay más allá de nuestro país, la realidad de otras personas, y también intentar explicar de dónde huyen las personas que llegan a nuestras costas. Abrir una ventana, que la gente se asome, abran la mente y que sepan lo afortunados que son de haber nacido aquí.

-En octubre publicas «Las trincheras de la esperanza». ¿Puedes adelantar algo?

-Es la historia de Alberto Cairo, un fisioterapeuta italiano que lleva viviendo en Afganistán desde 1990 y trabaja para la Cruz Roja ayudando a amputados de guerra, y de toda la gente a la que ha ayudado. Vive la guerra entre los muyahidines y los soviéticos, la guerra civil entre los muyahidines y los talibanes, luego la OTAN y, por último, el Estado Islámico. Es la historia viva de los últimos 30 años de este país.