Elsa Punset: «Confundimos la felicidad con el placer»

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Elsa Punset ofrece un GPS para la felicidad y dice que el bienestar emocional de una persona puede medirse por cómo reacciona a un atasco de tráfico. No hay receta pero sí falsos aliados, advierte, y una regla del 5 para multiplicar lo positivo

05 may 2018 . Actualizado a las 19:56 h.

Prueba a saborear los pequeños y sencillos placeres, propone Elsa Punset (Londres, 1964), que ayuda a aumentar el bienestar, a gestionar momentos difíciles en el día a día y a entrenar el cerebro para aprender a potenciar las emociones positivas sobre las negativas. «Los niños ríen y sonríen una media de 300 veces al día; los adultos, ¡solo 17!», advierte. ¿Reaprendemos? La felicidad incluye placer, dice, pero a largo plazo no se limita a eso, quiere raíces, algo más. ¿Es cierta la nueva máxima que apunta que «Para ser egoísta hay que ser feliz»? «No, la felicidad pasa por compartir y ayudar», responde Elsa rechazando el fast food.

-¿Por qué sentimos que se nos resiste la felicidad? Hoy que nos cansamos de oír que lo tenemos todo... ¿pedimos demasiado para sentirnos bien?

-Creo que en el fondo todos sabemos que la felicidad no es una foto fija edulcorada y sin fisuras… Todos, en cualquier época y circunstancia, transitamos vidas complejas, vidas llenas de retos, pérdidas y decepciones. Tal vez sea una suerte porque, como decía Leonard Cohen, «por las grietas se cuela la luz». Y en esa búsqueda y esa lucha vital es donde encontramos conocimiento y sabiduría.

-¿Existe una receta para ser feliz «a mi manera», como plantea «Felices»?

-No existe una receta para ser feliz, pero sí que es fundamental y una piedra de toque comprender algo básico: que todos tenemos un cerebro programado para sobrevivir, al que no le importa demasiado que seas feliz. ¡Le importa que llegues vivo a la noche! Por eso el cerebro exagera tanto el peligro y las amenazas, y nos es más fácil desconfiar y recordar agravios que ser, simplemente, felices...

-Nos has descubierto que la felicidad es algo que se puede aprender.

-Sí. Cualquier persona puede aprender a entrenar su cerebro en positivo, ¡basta con ponerse manos a la obra cada día!

-Podemos lamentarnos y llevar en redes una felicidad paralela. En Instagram solemos ser más guapos y felices, ¿ayuda a ser feliz verse feliz, esforzarse en componer esa imagen?

-No, al contrario, la felicidad impostada no sirve. Por eso yo le hago esta pregunta al lector: en una escala del 0 al 10, ¿qué nota le pones a tu felicidad? ¿De verdad? Si no haces nada para mejorar esa nota, probablemente no cambie a lo largo de toda tu vida. Se puede aprender a ser más feliz, incluso mucho más feliz. Pongamos que la vida es un viaje. Cuando viajas, ¿verdad que resulta útil preparar el itinerario, tener un plan B, estrategias de supervivencia y una brújula o GPS para guiarse? Eso no te garantiza un buen viaje, pero sí mejora tus posibilidades de lograrlo.

-Suele hacernos felices compartir, estar con nuestra gente, quedar con amigos, disfrutar en pareja... Adviertes de que las relaciones tóxicas nos acortan la vida, y que las buenas, en cambio, aunque sean pocas, la hacen más óptima, más feliz. ¿Por qué la felicidad parece estar tan en función de la calidad de nuestras relaciones, por qué suele ir tan de la mano de los demás?

-Sí. ¡Es impresionante hasta qué punto somos dependientes del afecto y de la aceptación de los demás!... La calidad de nuestras relaciones con los demás es el indicador más importante de salud física y mental, de longevidad, de memoria… Lo es casi todo. Y es lógico que así sea.

-¿Por qué?

-Porque somos una especie frágil, interdependiente, y estamos programados para vivir en grupo y sentirnos bien cuando esa convivencia es exitosa.

-Nos revelas un recurso de tu hija para dormir bien, que consiste en apoyar la cabeza en un cojín y pensar que pinta un arcoíris. ¿Por qué los niños puntúan más alto su felicidad que los adultos, son ellos, los niños, unos buenos profes de felicidad?

-Los niños tienen el cerebro fisiológicamente más preparado que un adulto para estar centrados en el presente y disfrutar, sin tantas preocupaciones ni memorias. Los niños ríen y sonríen una media de 300 veces al día, y los adultos, ¡solo 17! Decía la psiquiatra Elizabeth Kubler Ross que tenemos que enseñar a nuestros hijos a elegir entre el amor y el miedo, es decir, entre abrirnos al mundo, o desconfiar y cerrarnos. Amor y miedo son los dos grandes polos emocionales.

-Pero no siempre podemos elegir qué sentimos... ¿no? ¿No es irreal?

-A veces, lógicamente, gana por goleada el miedo porque necesitas protegerte, pero el precio que pagas, en lo físico y en lo mental, es siempre alto. En el libro Felices he reunido muchas estrategias para potenciar la felicidad cotidiana. Allí cuento alguna de mis favoritas, que nos ayuda a ser más como los niños de cara a la felicidad… Por ejemplo, prueba a saborear, es decir, a hacer el esfuerzo de centrarse en el presente y disfrutar con mayor intensidad de cualquier cosa, como una taza de café.

-A veces parece que ser feliz se iguala con estar siempre alegre, de buenas, con ignorar o negar la tristeza, el miedo, otras emociones. ¿Hay, inevitablemente, una parte de dolor en la felicidad?

-¡Pero si eso es vida!... la mezcla de emociones diversas que nos habitan, a menudo contradictorias y difíciles. La clave no está en reprimirlas o ignorarlas, sino en entender que podemos aprender a gestionarlas, para ser, como decía Shakespeare, dueño, y no esclavo, de tus emociones. Esa es la base de la inteligencia emocional. Un mundo donde todos fuéramos felices no sería un mundo plano, 100 % poblado de emociones agradables, sin dolor… sino un mundo poblado de personas optimistas y activas que viven y conviven con más alegría que pena. John Gottman, el prestigioso psicólogo norteamericano, ha definido una relación excelente como una relación donde las personas intercambian hasta 5 veces más emociones positivas que negativas. ¡Así que podemos aplicar esa regla del 5 a nuestro mundo feliz!

-Hay quien sostiene que para ser feliz hay que ser egoísta...

-Es una falsedad. De hecho, los estudios muestran sin lugar a dudas que necesitamos compartir y ayudar para ser felices. Pero nuestra sociedad de consumo confunde a menudo la felicidad con el placer. No son lo mismo...

-Dices que en la gestión de las pequeñas contrariedades se ve nuestra capacidad para ser felices. ¿Por qué?

-Somos buenos gestionando grandes pérdidas y catástrofes. Pero ¿qué pasa con lo pequeño, con las peleas con la pareja, o los nervios en el atasco de coches? ¡Allí en general somos un desastre!... Y sin embargo, si quieres saber cómo es alguien de feliz, fíjate en cómo gestiona esas pequeñas frustraciones… Por eso decía la escritora Maya Angelou: «He aprendido que puedes descubrir mucho acerca de una persona si te fijas en cómo se enfrenta a estas tres cosas: perder el equipaje, un día de lluvia y una ristra enredada de luces de navidad».

-¿Qué nivel de felicidad nos pueden dar cosas pequeñas en el día a día?

-Hay gestos como comprar y distraerse que proporcionan un tipo de felicidad rápida (parecido a lo que sentimos cuando consumimos grandes cantidades de grasa y azúcar, como en la comida basura). Pero comprar es adictivo, el cerebro se acostumbra a ese placer fácil, y cada vez necesita más. Para recuperar la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas, deja durante un tiempo de hacer algo placentero unos días y verás como, en pocos días, vuelves a disfrutarlo con más intensidad.

-El gran enemigo de la felicidad es...

-Estar desconectados. De lo que somos, de lo que sentimos, de los demás, de la naturaleza, de nuestros valores profundos. Son una hoja de ruta para la felicidad.