La familia

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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ENRIQUE CALVO | Reuters

07 abr 2018 . Actualizado a las 09:39 h.

El manotazo de Leonor a su abuela Sofía es el primer gesto espontáneo que tenemos de la futura reina de España. A partir de ahora vendrán muchos más, porque es imposible controlar siempre el encuadre y el tiro de cámara como han hecho hasta ahora y como hicieron en aquel vídeo en el que Felipe VI comía acelgas con sus niñas. Ese gesto hipnótico de una cría que avanza firme hacia la adolescencia nos tuvo el martes dándole al rewind hasta el infinito. Cuanto más anormal es una familia más normales son sus comportamientos. El desaire de la infanta a su abuela es de una normalidad vulgar, una de esas normalidades extremas que las familias normales tratan por todos los medios de evitar. Lo que en las estirpes corrientes es mala educación, en los grandes linajes es originalidad. La extravagancia es un plus en las dinastías con abolengo. Lo que en nosotros es vandalismo, en ellos es rebeldía; lo que aquí es grosería, allí es personalidad; lo que aquí es vagancia, allí es pura bohemia. Como cuando Ernesto se meó en el pabellón turco de la Expo de Hannover y apareció en el Hola! en lugar de encabezar un parte de atestados.

España tolera la monarquía desde un republicanismo existencial que asoma con cada contratiempo histórico. Se entiende que la única forma de soportar una extravagancia institucional que consagra la desigualdad justo en la jefatura del Estado es exigiéndoles que sean como nosotros. Es un pacto de aceptación basado en una mentira, porque la familia real es de todo menos nosotros. Cuando trascendió el chiringuito de Urdangarin, el duque vino a decir que se limitó a hacer lo que veía en casa. Mientras el palacio tuvo muros infranqueables, opacos al ojo público, las cosas transcurrían como siempre. Pero la crisis tensó a la sociedad y la monarquía se quedó con las vergüenzas al aire. Solo una abdicación le dio minutos de prórroga. Y una abdicación siempre es un problema, porque los reyes se acumulan en vida y cada uno mantiene intacta su convicción de que es el único y el verdadero y el legítimo. Es como si Rajoy tuviera que presidir con el cuerpo presente de Aznar en el despacho anexo, el de Felipe en el sótano y el de Zapatero en el palacete de caza.

El vídeo de la catedral de Palma es hipnótico porque evidencia el barullo que reina en la Zarzuela. Tres reinas dándose manotazos y dos reyes observando atónitos la coreografía. Antes las luchas dinásticas se resolvían con un par de guerras. Ahí está la de Sucesión que sentó en el trono de España a Felipe de Anjou, el primer Borbón. Ahora las tensiones sucesorias se ventilan por Twitter, un arma republicana tan poderosa como el himno de Riego.