Me enamoré de Galicia y me quedé

La Voz ANA ABELENDA, YOLANDA GARCÍA, PATRICIA GARCÍA, CÁNDIDA ANDALUZ

YES

ANGEL MANSO

THEY ARE TAN GALEGOS COMA TI Llegaron por azar y se quedaron por amor al mar, al estilo de vida, al pulpo á feira. Un irlandés, un holandés, una finlandesa... Las naciones unidas ya están en Galicia. YES!

22 may 2017 . Actualizado a las 16:18 h.

Matthew Ward es muy del Norte, viene de Omagh, una ciudad de Irlanda a unos cien kilómetros de Belfast. De ahí partió uno de los mejores viajes de su vida. «Mi primo y yo cruzamos Europa en bici, 6.000 kilómetros en ocho semanas. Escocia, Inglaterra, Bélgica, Holanda... y terminamos en Fisterra». Su primo siguió rodando, pero Matthew se quedó y empezó aquí en el fin el principio de una historia de amor. ¿Qué le atrapó de Galicia? «Me sentí como en casa. Me gustó la gente, las playas, tener el mar tan cerca, el clima, los horarios», dice quien se sorprende aún de la inflexibilidad para comer. «Aquí hay que comer a las dos de la tarde. Es sagrado». No sé si podría rebatirlo... pero en lo que coincidimos es en el apego a los vientos do demo del litoral de Ferrol. «Me encantan las playas de Valdoviño y Esmelle -declara-, pero también Ancoradoiro, en Muros. No sé si es real o tengo la impresión de que siempre hay cinco grados más que en Coruña». El verano es más cálido en San Francisco... de Louro, of course!

El hogar de este «irish teacher» es hoy A Coruña, su mujer y la hija que han tenido hace unos meses, Erin, que mezcla las dos culturas celtas, cuspidiñas en lo esencial. Hoy, desde Riazor, Matthew recuerda su apartamento en la avenida de Finisterre, tan castiza y mestiza de por sí. «En ese piso llegamos a vivir dos irlandeses, un mexicano, dos franceses, luego uno de Venezuela... Aprendí mucho, cada persona era un mundo y la mezcla funcionó muy bien. Solo yo me quedé, pero aún mantenemos el contacto. Eran como una especie de Naciones Unidas en la avenida de Finisterre».

Todos los caminos de Matthew Ward parecen conducir aquí. En un bar de la Ciudad Vieja, cuando llevaba dos años instalado dando clases de inglés, conoció a la escritora Érica Esmorís. Y el corazón le dio otra razón, esta con E, para quedarse. ¿Cómo os conocisteis? «Ella estaba con una amiga riéndose... y yo no entendí el chiste», cuenta. El amor tiene su gracia cuando la cosa va en serio. Por WhatsApp y en redes se espabiló el contacto, y pronto músico y novelista empezaron a compartir el gusto por los deportes de agua y a funcionar como un tándem creativo. «Yo creo que ella me inspira más a mí...», confiesa.

A él le privan los sabores de la tierra. Más cervecero que de «viños», Matthew Ward aprecia el pulpo á feira, las navajas, y moito moito la cocina de su suegra. Un gusto. «Es que en su cocina todo está rico, no he probado nada que no me gustase, a mí me ayuda a sostenerme, sobre todo cuando las semanas se complican», asegura este afinador de la sensibilidad.

Matthew Ward ya viene del Norte, de un clima y un humor muy como el nuestro, aunque a veces le dé «morriña» de allá.

Viene de una familia de músicos donde se vive cantando. Y tocando el acordeón, la guitarra, el banyo, el bodhrán («una especie de pandeiro», explica). Hasta que la Matthews coruñesa cerró, allí se podía ver a Matthew haciendo honor a su nombre y a su origen en la sesión vermú. Desde el 2004 él es el acordeón del grupo Böj, grito de guerra de los estados balcánicos (en galego, como sabéis, buxo), que el año pasado ganó el Certamen Runas de Ortigueira. Ya pueden oír su primer trabajo en solitario en Spotify, The Lighthouse. Y suena a esta Galicia donde se encontró.

XAIME RAMALLAL

ENNO Y CEES, HOLANDESES: «La casa era fea, pero era precioso el lugar»

Si tuviese varias vidas como un gato, ¿dónde le gustaría vivir? ¿Donde lo hace ahora, quizás en un lugar paradisíaco, buscando la iluminación en el Himalaya o disfrutando de la ciudad más cool? Desde hace años, los holandeses Enno Paulusma y Cees Lans, ambos de Amersfoort, ciudad de los Países Bajos con más de 150.000 habitantes, decidieron que la suya en común transcurriría en un pequeño rincón de Galicia al que yo, gallega al cien por cien, he querido llegar con mi cuatro ruedas... ¡y no he sido capaz!

Pasada la iglesia de Bravos empecé a subir por una carretera de monte... y más monte y más monte y ni rastro de San Pantaleón (Ourol). Me vi obligada a deshacer medio trayecto y pedirles que me «rescatasen». Llegaron derrochando simpatía en su todoterreno verde como el paisaje que les rodea y ahora adoran. Charlamos en un ultramarinos donde Paulusma y Lans ya son considerados de la tierra.

La búsqueda de otra residencia les llevó por Italia y Grecia, pero Internet les cambió la trayectoria. «Cuando era niño ?dice Paulusma? yo tenía algo con España, por una vecina. A mí no me gusta lo de matar toros, pero me gusta el carácter y la música».

UNA IMAGEN MUY DISTINTA

En un libro leyeron que «en Galicia había mucha lluvia y que la gente era cerrada», pero en su periplo, por pura casualidad, se encontraron con una imagen distinta y no tan negativa. Las fotos que les mostraba una inmobiliaria de una casa, a media hora de Viveiro, eran más bien «de una casa fea, pero cuando llegamos allí era precioso el lugar». «En dos horas tuvimos todo listo», señala. Lans tuvo que hacer de albañil para restaurarla porque el viento y el agua hacían estragos en la antigua edificación, pero a veces recupera su profesión de enfermero para ayudar a sus vecinos, cuenta. Paulusma, pintor y poeta, los plasmó en varias ocasiones en sus cuadros. «A uno no le gustó porque lo pinté de campesino», dice. Su compañero añade: «Para nosotros, los vecinos son como nuestra familia. Galicia es especial». Paulusma reconoce su pasión por la Semana Santa viveirense. Por cierto, ganó su último concurso de carteles. 

VÍTOR MEJUTO

MARIKA KETOLA, FINLANDESA: «Pensaba que aquí era todo calor y olé»

Llegó a Galicia hace 17 años, cuando aún no había cumplido los 18. «Recuerdo que el año que vine fue uno de los más lluviosos de la historia. Y aún así ¡me quedé!», confiesa Marica Ketola, finlandesa de nacimiento y gallega de adopción. Salió de Turku, la antigua capital de Finlandia, porque «quería viajar» y acabó en A Coruña de au pair. Vino «con los ojos cerrados»: «No tenía ni idea de cómo era. Incluso pensaba, como muchos extranjeros, que en España todo era calor y olé». De su primer día en A Coruña tiene una imagen que nunca olvidará: «Bajé del coche cerca de donde está ahora el Millennium y vi que estaba lleno de gallinas. Pensé: ‘¿Dónde me he metido?’». Pronto se puso a estudiar y a trabajar en una tienda de Inditex. «Durante mucho tiempo lo único que sabía decir en español era ‘¿cuántas prendas llevas?’», sonríe. Al poco de llegar conoció al amor de su vida, se enamoró «y nos embarazamos». Aquí tuvo a sus dos hijos y formó su hogar. «Me gusta Galicia, pero también, desde que estoy fuera de Finlandia, valoro más mi cultura y a veces siento un poco de morriña. Por eso intento mantener algunas tradiciones de mi país, como la decoración nórdica, las manualidades, la repostería o llevar el desayuno a la cama con flores el día de la madre. Y, por supuesto, la Navidad, que en mi casa es una fiesta!». Además de su familia, también comparte sus tradiciones finlandesas con el resto de los gallegos desde su negocio en la calle del Orzán, Eventos Ketola. Marica cuenta que de A Coruña le gusta «poder vivir al lado del mar y salir a cenar con las amigas, es un lujo. En Finlandia es todo más caro!». También la gastronomía: «Aprendí a beber vino, a comer jamón y a tomar pulpo, ¡es mi plato favorito!». Desde que llegó hace 17 años han cambiado muchas cosas. «Cuando vine poca gente conocía Finlandia. Ahora, como en las noticias se habla de su sistema educativo y del respeto en el trabajo, en Finlandia tengo amigos que incluso me preguntan por qué vivo aquí si en mi país tendría una vida mejor. Pero este es mi hogar, me encanta Galicia, me encanta vivir en A Coruña y aquí me quedo».

Santi M. Amil

KELLY GORIS, HOLANDESA: «Me quedé por la mejor razón: el amor»

Llegó a Ourense de la mano de Amigos da Terra y de un programa de intercambio europeo sobre medio ambiente. Y, afirma, se quedó por amor. Lo dice convencida de que esa es la razón más grande para abandonar su Holanda natal. Es Kelly Goris y tiene 31 años recién cumplidos. «Vine a trabajar como voluntaria europea de Amigos da Terra. Era una estancia de diez meses y se acabaron», dice. Ahora busca trabajo. «Me quise quedar por la mejor razón: el amor». Lo encontró en la ciudad de As Burgas. Él es de Benavente, pero trabaja en la Brif de Laza. «Lo conocí porque estaba colaborando con su hermana en el centro de recuperación de As Corcerizas. Ella se fue un fin de semana a caminar por el Lago de Sanabria y me invitó», explica. Así empezó la historia de amor con David Núñez Gil. Ahora viven juntos. «¡No sé cómo las mujeres de España no se fijaron en él!», dice entre risas. Es más, explica que fueron tres días sin cambiarse de ropa, sudando, caminando: «Ya me vio de la peor manera posible y si no se fue... Qué mejor manera de enamorarse que caminando por las montañas».

Ahora Kelly Goris quiere encontrar trabajo, porque, dice: «Soy bastante ambiciosa». Su pasión es el medio ambiente y sería feliz si pudiera encontrar algo parecido: «Me gustaría hacer algo que tuviera relación con la naturaleza y los seres humanos, con la sostenibilidad. Me gustan los temas relacionados con los análisis de riesgos y sobre la salud». De formación es bióloga y toxicóloga, y cree que por esta parte puede que aparezca algo. De todas maneras, se dará un tiempo antes de decidir sobre su futuro si la vida laboral no le acompaña. Ya han decidido vivir juntos e incluso él ya ha viajado a Holanda para conocer a la familia de Kelly. «Mis padres lo entienden, conocen a David porque fue a pasar la Navidad conmigo, fue algo muy importante. Les cae muy bien, particularmente a mi madre. Es más, va a venir a visitarme en julio y dice que igual que a mí, viene a ver a David», se ríe.

Además de amor, encontró en Ourense una ciudad que le gusta. «Me encanta su gente, aunque a veces el gallego y yo andamos peleados. Es muy bonito, pero me ha costado tanto aprender el castellano para comunicarme con todos que, cuando acudo a cualquier jornada de formación y tengo que utilizar el gallego, me cuesta más. Lo entiendo perfectamente, pero no lo hablo», explica. Su lugar preferido de la ciudad son las termas de Outariz: «Son geniales. Hay un ambiente muy curioso en invierno. Casi siempre somos los mismos y se abren tertulias muy curiosas. Ya nos conocemos, es algo muy social. En el verano no tanto, hay demasiada gente», relata. La holandesa asegura que ya siente que vive en Ourense, que esta es su casa y que no está de paso: «Ya traje mi cazuela de hierro fundido y mi máquina de coser. Si esto no es un signo claro de donde es «hogar», ¡no sé lo que es!», subraya. Tiene su casa alquilada en Holanda, todavía, a expensas de que encuentre definitivamente un lugar en el que vivir y traerse su vida pasada a Ourense.

ANGEL MANSO

ORELI PELLO, FRANCESA: «El pulpo es ‘number one’, y gráficamente muy interesante»

Oreli Pello (Brest, 1986) tiene retranca. Es el punto de acidez que se convierte, plop, en un poema visual. «El pulpo á feira es number one... y aunque asusta al principio, es gráficamente muy interesante», dice como la ilustradora que es.

Voy a su encuentro rodando, escuchando en la radio del coche a todo meter Una calle de París... En los Cuatro Caminos de A Coruña me espera esta chica de Brest muy de Montealto, el señor Barrio donde vivió tras dejar la Mariña lucense.

Ella hace maravillas con un lápiz o un rotulador en la mano. Leones, chefs, palomas de Picasso (con una llegó a ganar un premio). Suele dibujar en los bares: «Muchas veces les doy un dibujo por un café», ríe. Y entre sus rincones preferidos está un local «algo escondido», el Comarea Marina, justo donde el dique. ¿Quién necesita Google Maps? «Allí se puede dibujar casi con los pies en el agua», asegura. En el Papagayo también tiene su local, el Monty, «interesante por su concepto de arte y bar. Con obras de muchos artistas vistiendo las paredes. El propietario tiene una galería con el mismo nombre en Orillamar». ¿Vendrá Oreli de Orillamar? Más al sur, España es diferente, dice esta artista a la que el pescaíto andaluz no le pareció tan riquiño como el bonito de Burela. «Yo necesito el Atlántico. Y la influencia gallega y asturiana siempre se sienten en Bretaña». Esto es amour.

Ya que estamos, le pregunto por Macron. ¿Qué opina del nuevo presidente de Francia? «Era el candidato que más se acercaba a lo que me parecía mejor en este contexto, tras la victoria de Trump. En su día se esperaba mucho de Hollande e hizo poco; en Francia le llaman Flamby, es como un flan que se mueve y se deshace».

NADIÑA DE CASTRAPO

Esta apasionada del idioma español enseguida empezó a soltarse con el gallego. Aunque ella tiene también este carácter que al principio se abre poco para después darlo todo y más. ¿Qué palabras gallegas suele usar? Nada de bolboretas en el estómago... bajemos a la rúa más coloquial, por donde va y tropieza la gente. «Hablo castellano y gallego ¡pero no hago castrapo! ?dice con media sonrisa?. Y a veces digo cosas como morriña, vaiche caer o déixate de caralladas».

Independiente desde los 17 ?«era vital»?, estudió Artes Aplicadas y Filología Hispánica... y en Galicia se echó a lo suyo, dibujar. Y eso que el objetivo en principio era sacar una oposición. «Vine a Burela para opositar. Eso sí, quería Galicia fijo, porque sabía que tenía mucho en común con esta forma de ser». Le pusieron un lápiz en la mano y, casi sin querer, despuntó en la Escola de Arte e de Deseño Pablo Picasso. Oreli menciona, en especial, el apoyo de su profesor Javier Vila. Recibió el premio al proyecto de final de carrera haciendo un Poema 21 para añadir a los 20 de amor de Pablo Neruda.

Oreli tiene abuela. Una abuela que pinta sobre porcelana. «Yo siempre la vi pintando porcelanas. Y cuando voy a Brest me da un cursillo acelerado». Esta ilustradora también hace teteras. Me enseña una que es «un gaiteiro. Mi galeguiño». Es a la vez tetera y taza, y hasta tiene «calzoncillos». El arte de Oreli tiene un interior gallego. El humor está en el aire del Orzán.