Vietnam, una sinfonía para los sentidos

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F. Balado

Hay que visitar el país antes de que se masifique por culpa del boca a boca transmitido por los viajeros, que regresan encantados. Un destino seguro, bonito y barato

14 dic 2016 . Actualizado a las 00:42 h.

Dos cosas llaman la atención la primera vez que uno pisa Vietnam: los agresivos olores de los puestos de comida y el zumbido de los scooters. Hay millones de motos. La arrancan para desplazarse desde el portal 14 hasta el 16 de la misma calle. Uno llega a plantearse que si un vietnamita tuviera que escoger entre sus piernas y su destartalada moto, no dudaría en quedarse con las dos ruedas. Resulta inevitable que se colapsen unas carreteras en las que los semáforos son solo decorativos, y algo tan cotidiano como cruzar la calle se convierte en una ruleta rusa. Un inicio nada prometedor. Sin embargo, al rato la nariz y el oído empiezan a familiarizarse con el olor y el ruido, el cerebro se despeja y empieza un viaje inolvidable. 

F. Balado

Ciudad Ho Chi Minh (HCM) es un derroche de vitalidad y energía. Recorrer los caóticos callejones de la antigua Saigón es la mejor forma para que el paladar conozca nuevos sabores. También es obligado perderse en sus mercadillos; aunque uno tenga pensado regresar únicamente con un imán para la nevera de casa, a la vuelta acabará facturando una maleta a mayores por culpa de las compras. El arte del regateo y los precios, tan asequibles ya de salida, constituyen una invitación difícil de rechazar.

Desde HCM vale la pena atravesar el Delta del Mekong y cruzar en barco hasta Phu Quoc, acariciando Camboya, para dejar de esquivar motos y subirse a una, la mejor forma para alejarse de los complejos turísticos y lanzarse a explorar esta isla en busca de pescado fresco y playas vírgenes de agua turquesa.

En Hue, en el centro del país, conviene no entretenerse e ir directo a las ruinas de su majestuosa ciudad imperial, en proceso de reconstrucción tras haber sido severamente castigada por las bombas. A cien kilómetros, tres horas largas de bus, está la deslumbrante Hoi An.

F. Balado

ROPA A MEDIDA

Hoi An fue un importante centro de comercio en la Edad Moderna para los navegantes españoles, portugueses, japoneses y chinos, que intercambiaban materias primas y manufacturas en este puerto natural en plena ruta de la seda. En el XIX el río Thu Bon perdió profundidad, volviéndose inservible para acoger embarcaciones de calado, por lo que la ciudad fue abandonada en favor de la vecina Da Nang. Paradójicamente, esa fue su gran suerte, ya que su centro histórico permaneció intacto. Hoy está protegido por la Unesco. Es una delicia recorrer sus coquetas calles repletas de farolillos de papel y disfrutar de sus restaurantes (Vy, una suerte de Ferrán Adriá asiática, regenta aquí cinco negocios; cada cual, más sabroso). Si tiene la suerte de visitar Hoi An no debería desaprovechar la oportunidad de darse un capricho y elaborar alguna prenda de ropa a medida. Sus precios son muy tentadores. Los sastres de esta localidad son famosos por su precisión y su rapidez. En Yaly, la casa más prestigiosa, confeccionan en 24 horas cualquier encargo, bien de sus catálogos o directamente fusilado de una fotografía o patrón que se les muestre. Trajes, camisas, calzado, bolsos, vestidos... Tras una agotadora jornada de compras, pocos sitios mejores para desconectar que la mítica China Beach, un extenso arenal en el que los soldados americanos cargaban pilas antes de regresar al frente.

Toca seguir hacia el Norte, en donde todavía aguardan una mágica ruta a través de los campos de arroz de Sapa y el obligado crucero por la bahía de Halong, para el que conviene reservar al menos dos noches (escoger una en bungaló).

HOANG DINH NAM

El epílogo lo pone Hanoi, ciudad en la que uno empieza a darse cuenta de que cruzar la calle resulta hasta divertido, y que pronto el ruido de los motores de las motos pasará a ser almacenado en la memoria como una sinfonía.