¿Y si los Stones también son machistas?

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

YES

10 dic 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Confieso el mismo desconcierto que hoy provoca Maluma la primera vez que en casa sonó «la unto el toto en momo y se lo chupo». El verso lo entona Pxxr Gvng, banda catalana de trap que engancha a los adolescentes en proporción inversa a la perplejidad que despierta en madres preocupadas por la educación en igualdad. El fenómeno es tan viral que hay quien ya se ha preocupado de traducir los mensajes del grupo, dejándolos en los clásicos populares de siempre con un disfraz chocante. Tiene hasta citas adaptadas de Séneca como esta de «cuando muramos se verá quién ha ganao. Quién estaba en la right y quién está equivocao».

El colombiano Maluma, responsable del sobresalto mediático de estos días, se mueve en el mismo espectro que los catalanes, incluidas letras sexualmente explícitas y misóginas y ese ritmo de reguetón que tanto rechina a la burguesía del rock y que acompaña a mensajes como «estoy enamorado de 4 babys. Siempre me dan lo que quiero. Chingan cuando yo les digo. Ninguna me pone pero...». Reproducida 180 millones de veces en Internet, este Cuatro babys es uno de los himnos de uno de los artistas latinos más influyentes del momento, que en España se enfrenta al reproche oficial de una sociedad que trata de entender por qué sigue habiendo violencia machista. Las letras de Maluma y de todo este universo musical están siendo entendidas como un fracaso colectivo, un retroceso que sitúa a los más jóvenes en un mundo en el que la mujer es sumisa y secundaria. ¿En qué hemos fallado para que las adolescentes entren en trance con mensajes semejantes?

Pero ¿y si siempre ha sido así? ¿Y si los himnos juveniles de quienes hoy nos persignamos con Maluma reproducían una sociedad parecida? ¿Y si repasamos clásicos como Under My Thumb y descubrimos lo que de verdad cuentan? ¿Y si en las letras de los más modernos de hace cuarenta años había apelaciones que hoy censuraríamos si las escucháramos desde nuestra conservadora madurez?

Empecemos por las drogas. La épica de las sustancias elevada a música. Un pequeño esfuerzo de recopilación mental apabulla. El vademécum musical de los narcóticos es infinito y tan variado como la oferta. Un pequeño flash: Placebo habló de la ketamina en Special K; Marilyn Manson del speed en The Speed of Pain; Suede dedicó su Animal nitrate al popper; la inspiración de la cocaína es inabarcable, incluido el Todo por la napia, de Siniestro o el Ponme una raya y llámame tonto, de Minipierna Extra. Por no hablar de todos los himnos, oscuros o luminosos, explícitos u ocultos, dedicados a la heroína, con el sublime Perfect day de Lou Reed a la cabeza. Con la Velvet, precisamente Reed escribió por vez primera un verso dedicado al trapicheo. Está en I’m Waiting for The Man y narra cómo se compraba caballo en 1967 en la esquina de Lexington con la 125.

No solo se ha incitado al consumo de todo tipo de drogas. En el rock y en el pop hay también grandes juglares de la misoginia. En I Used to Love Her, Guns and Roses sentencia: «Yo solía amarla, pero tuve que matarla»; en el Sí, sí de Los Ronaldos Coque Malla canta: «Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí» y en 1987, Loquillo y los Trogloditas cimentan su leyenda con La mataré. Vayamos incluso a los clásicos. Canta Mick Jagger en Some Girls: «Las chicas blancas son bastante graciosas, me vuelven loco… las negras solo quieren follar toda la noche». Inspiradores relatos que en su día convirtieron al grupo en «el más misógino de la historia» con una bola extra de racismo, según la crítica más observadora.

Así que puede que ese rock y ese pop que escuchábamos con devoción quienes hoy nos escandalizamos fuese más sexista y pendenciero de lo que estaríamos dispuestos a aceptar. Puede que simplemente nos hayamos hecho mayores y reproduzcamos la reacción escandalizada que a nuestros abuelos les provocaban las obscenidades líricas de los Jagger. Y puede también que, como hablamos de reguetón, una vez más aflore ese instinto de superioridad con el que desde Europa se filtra todo lo que huele a Sudamérica y chándal.