ESTO ES TOCAR EL CIELO Pueden decirlo quienes están «Up in the Air». Trabajo o placer, ellos se pasan la vida volando. Vente arriba. «El despegue es lo mejor, ¡es cuando se reza!», asegura el protagonista de una de estas tres historias a prueba de turbulencias.
03 nov 2016 . Actualizado a las 12:11 h.Que se prepare el cielo para medirse en azul con el azul azafata. El azul del uniforme que llevaba Ingrid Rubio en aquella película que nos hace viajar a los paisajes nevados de Ushuaia, en Argentina. Todas las azafatas van al cielo nos acerca a Vicky. «La vi embarazada... ¿recordáis lo que pasaba al final?», dice en un guiño cómplice sobre «la película de azafatas más bonita que he visto».
Con 39 años y dos hijos -Daniela, de 12, y Nacho, de 8 (en la foto)-, Vicky se pasa unos diez o quince días al mes en el aire, «¡y me encanta! A mí siempre me gustó volar». El otro medio mes disfruta de su hogar en tierra. «Volver es especial». Sigue siéndolo, dice, tras quince años volando como azafata con Air Nostrum. «Es mi pequeña gran familia, la otra familia que tengo. Son 15 años juntos», subraya. ¿No han cambiado las cosas en este tiempo, vuelas ahora de otra manera? «Sí, con los años ganas experiencia, relativizas las cosas. Cuando tienes pareja o una familia es más duro. Si no es vocacional, volar es algo difícil de llevar. Con familia, cómo lo lleves también depende de tus circunstancias». Las suyas, cuenta, son unos abuelos que ayudan mucho y un marido «involucrado. Él es terrestre. Es la ventaja: siempre está en la tierra». Ya vemos el cielo abierto.
TRABAJAR «SALTANDO»
«Me encanta mi trabajo. A veces se sufre, es así, porque no siempre es fácil irse de casa», dice esta coruñesa nacida en Asturias con base en Madrid. Sujeta a una jornada reducida al 50 %, suele cambiar de ruta y el número de vuelos al día. «Un día haces cuatro saltos, otro día uno o dos», cuenta. Plan de vuelo, variable. Como la nubosidad. Eso sí, de vacaciones, el cielo puede esperar. «Me encanta volar, pero, a diferencia de la mayoría, a veces en mi tiempo libre prefiero quedarme en tierra, disfrutar de mi casa. Mi ciudad. Mi familia. Mi gente». ¿Turbulencias? «Muchísimas. ¡Y hasta las disfrutas! Es como ir por una carretera general».
«Soy un mochilero con visa oro»
Ahora sí, ahora Adolfo puede tirar de tarjeta para hospedar en un buen hotel el cuerpo en el que desplaza su espíritu mochilero. «Ahora soy un mochilero con visa oro, y es distinto viajar así». Pero viajar ya viajaba de «pequeñito». Este coruñés se recuerda así, moviéndose con sus padres. No hay como el primer viaje en avión, las instrucciones de la azafata, la mesita desplegable, la bolsa para el mareo, la bolsa de cacahuetes y aquellos cubiertos de plástico azul que te guardaste en el bolsillo. ¿Por qué todos nos acordamos de eso?, dice Adolfo, que aún se recuerda con tres años en una piscina de Ibiza o recorriéndose Europa cuando empezaba a andar. «Aún tengo un Aviaco en casa. Pero de esos de goma que antes les regalaban a los niños», cuenta. Ahora hace, mínimo, un viaje de larga distancia al mes. Desde hace 20 años, y suma 41. Viajar le hace otro: «Aquí soy cerrado. De viaje, me gusta hablar con todo el mundo. Conocer otras maneras diferentes de pensar, de vivir», dice.
Hace nueve años el gusto por volar se convirtió en trabajo para él. Fue cuando Adolfo empezó con Zafiro Tours, hoy Atlantis, que nació de la búsqueda del codiciado viaje a la carta. «Nosotros no vamos por libros, guías o folletos. Viajamos. Somos los primeros en ir al destino. Allí buscamos hoteles, restaurantes, qué ver, qué comprar. No entiendo vender viajes sin vivirlos». Acaba de volver de Emiratos Árabes, adonde voló por placer, y ahora se va, por trabajo, a recorrer el interior y la Costa Este de Estados Unidos. Trabajando, Adolfo normalmente va de incógnito para elegir sin presiones «y si quiero ver la habitación me presento». En nueve años, quien al viajar siempre factura ha perdido solamente una maleta: «La mía. Se perdió en Israel ¡y no volvió!».
Si viaja por placer olvida. «Procuro dejar a un lado el mundo de los viajes. En mi maleta de placer solo van libros y un iPad con música y pelis. En la de trabajo, libretas, bolis y una cámara o un móvil». ¿Destino distinto recomendado? «Irán. Sin duda. Su gente es la más hospitalaria del mundo. Allí me preguntaron a qué sabía la Coca-Cola. Eso marca un viaje».
«Mi hijo ve un avión y dice papá»
Él es un avión. Pregunta, si no, a su hijo. Porque ya de muy pequeño, Fernando júnior señalaba al cielo diciendo «papá». «Es algo muy gracioso que hace cuando ve un avión [risas]». Con humor Fernando Puebla, director de obras y estudio de arquitectura en Pull&Bear, se deja romper el plan de vuelo para hacer esta escala en el recuerdo de 17 años en el aire. Media: 100 vuelos anuales. Ganamos altura y pedimos ventana. «Siempre ventana», dice quien viaja sólo con equipaje de mano y disfruta de las turbulencias como de una montaña rusa. Venga, adrenalina. «¡La cabeza no para y el cuerpo le sigue!», dice este chico de 47. En realidad, Fernando tiene 47 años de carné pero 33 porque sí, porque cuando llegó a 40 decidió rodar atrás. ¿Qué pasa a los 40?, pregunto. «Nada. Me pareció buena idea ir cumpliendo hacia abajo, jajaja». Esto empezaba sonando como Up in the Air y tiende a Benjamin Button, ¿no? «¡A los 80 espero estar celebrando mi nacimiento!».
Los años han cambiado su manera de volar, «al principio era un pipiolo, estaba todo el rato con los ojos abiertos, ahora no». Aunque el viaje sea por trabajo, para él es un placer: «El tiempo de vuelo, ya sea pensando, trabajando, durmiendo, jugando al Candy Crush o lo que sea, es de los momentos de mayor paz en el mundo, ¡en la tierra no hay quien pare!». Los mejores viajes, a la nieve con amigos.
Quién dijo miedo a volar («mira las estadísticas -repara-, el avión es el medio más seguro»). No le cuesta despegar. Ni despegarse de los suyos gracias a este otro punto de vista: «Cuando estoy con mi gente hago por disfrutar el triple». Cantando Sabor de amor cualquier incidencia a bordo se le pasa. Ahora lleva los vuelos con pelis y mucha agua, aunque tuvo su momento zumo de tomate (¿quién no?).
EL PRIMERO O EL ÚLTIMO EN SUBIR
«Yo soy el primero o el último en subir al avión». Si el vuelo va lleno, el primero, por no quedarse sin sitio para el equipaje. Si no, el último, «porque a veces puedes escoger un sitio mejor». ¿Despegamos? «El despegue es lo mejor. ¡Es cuando se reza! Yo siempre rezo un padrenuestro».