Depardieu vuelve a lo grande

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MARSELLA SOY YO Tras años de papeles más que discretos o ajenos al gran público, marcado aún por el escándalo del autoexilio en Rusia, la televisión ha devuelto a los franceses a uno de sus símbolos. La grandeur ha vuelto.

28 may 2016 . Actualizado a las 06:25 h.

La inmensa mole en la que se ha convertido Gérard Depardieu resurge de sus cenizas para el gran público de la mano de la pequeña pantalla. Tan pequeña que su enorme cuerpo apenas respira entra las cuatro esquinas de la tele, donde Netflix lo ha hecho aterrizar convertido en el alcalde de Marsella, en la serie del mismo título. Él, que huyó del sistema fiscal francés, él, que pasó de la grandeur a los brazos de Putin, él, que renunció a su pasaporte galo y se hizo ciudadano ruso. Él, que asegura que no es duro con Francia sino con los políticos franceses, se ha convertido en uno de ellos. Robert Taro, veinte años atado al trono de la segunda ciudad de Francia, cocainómano, astuto, pero cuyas huellas no encontrarán jamás en el tarro de las galletas.

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 VALOR SEGURO

Marsella es la primera producción francesa de Netflix, que con ojo de publicista ha puesto al frente a Depardieu como valor seguro. Doscientas películas a sus espaldas, dos premios César, una copa Volpi en Venecia, un Globo de Oro. El talento de quien ha trabajado con Alain Resnais, Téchiné, Truffaut, Bertolucci, Jean Becker, Godard, Chabrol? y de quien a sus 67 años protestaba en una entrevista en la radio asegurando que lo que la gente sabe de él es que «me hice pis en un avión, que soy ruso y que escribí una carta de queja al primer ministro». Y todo es rigurosamente cierto. Como también lo es que en los últimos años no es que haya dejado ningún papel tan memorable como para que hablemos de su trabajo tanto como de sus polémicas. Porque él mismo se reconocía excesivo: «A pesar de mis excesos, mi apetito y mi amor a la vida, soy un ser libre, señor». El «señor» era el primer ministro francés, Jean Marc Ayrault, jefe del Gobierno de François Hollande en 2012, y que había calificado de miserable al actor cuando se supo que este se había mudado a Bélgica para evitar la tasa del 75% a las rentas más altas que imponía entonces el ejecutivo socialista. En aquella famosa carta, y en un gesto digno de sus mejores papeles, Depardieu envío su pasaporte y su tarjeta de la seguridad social. Y con la misma, cogió toda su grandeur y se fue a Rusia. «Ya no tenemos la misma patria», le dijo a Ayrault, y en enero del 2013 en el Kremlin, Vladimir Putin le entregó su nuevo pasaporte.

Atrás quedaba Francia, los mejores años de su carrera, la imagen de bon vivant, los kilos de más ganados a fuerza de apetitos y excesos, la divina Carole Bouquet con la que formaba aquella extraña pareja.

APETITOS DESMEDIDOS

Años después de su ruptura, en una entrevista en The Independent, ella reconocía que esa gula (en todos los sentidos) de Depardieu tenía que ver con descubrir que has alcanzado tu sueño? y que el sueño no es suficiente. «Solo tienes que echar un vistazo físicamente para entender ciertos aspectos de su carácter», decía Bouquet, «esos hombres son ogros. Sus apetitos rara vez son satisfechos. La vida no les satisface. El exceso apenas les satisface. En el momento en que triunfan, el triunfo pierde todo su significado».

Una vida de apetitos desmedidos, regados con vino de sus viñedos, un accidente de moto, una operación cardíaca, el descenso a los infiernos y la muerte de su hijo Guillaume (que tampoco perdona a las autoridades francesas)? han dado forma al inmenso cuerpo actual. A ese rostro a veces desfigurado, pero en el que todavía brillan los ojos de quien es uno de los mejores (si no el mejor) actor de su generación. A cada paso que da en Marsella, el espectador puede pensar que en cualquier momento se quedará sin respiración, sufrirá un ataque y caerá redondo. Claro que con los varapalos que le ha dado la crítica de su antiguo país, como para infartar. Pierre Sérrisier, crítico de Le Monde, ha dicho que, hablando en plata, la serie «es una bosta».

En las últimas décadas se había convertido en una parodia de sí mismo, tanto en su papel de Obélix como en la secuela de 101 dálmatas. Abel Ferrara le dio la oportunidad de redimirse en la muy oscura Welcome to New York... curiosamente interpretando a otro político francés, un sosias de Dominique Strauss-Kahn, más excesivo y escandaloso que él. El exceso interpretando al exceso. A toda máquina, como siempre ha vivido. Como un ogro.