El templo de la tarta de té

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

Dolores Fernández, heredera de una saga de panaderos y hosteleros, es la responsable de las pastelerías El Molino de Vigo. Su famosa creación de chocolate no se retiró hace treinta años gracias a una boda

20 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hablar de El Molino en Vigo activa en el cerebro las conexiones neuronales que hacen que los interlocutores sientan la necesidad de paladear alguno de sus famosos bocados dulces. Son muchas las posibilidades de variar y pocas las de equivocarse. De que eso no ocurra nunca se ocupa desde hace algo más de 40 años Dolores Fernández. La empresaria creció rodeada de harina y olor a pan caliente, ya que procede de saga familiar con más panaderos y hosteleros por rama en su árbol genealógico. Sus abuelos fundaron Lavandeira en Teis y sus padres, Ricardo y Lola, la pastelería y panadería Lavandeira, en la calle Tomás A. Alonso, que llegó a tener 70 empleados. Su otro abuelo, Benigno Alonso, fue el dueño del restaurante del monte O Castro, «considerado en su época de los mejores de Galicia», recuerda. El hijo de este también regentó el restaurante El Castro en el Paseo de Alfonso XII, y entre tíos y primos, podrían protagonizar un mapa de Vigo marcado de chinchetas señalando establecimientos como las panaderías Santa Rita o Casablanca, y otras que ya no existen, como La Unión en Bouzas, La Moderna en Urzaiz, Lavandeira en el Paseo de Alfonso y Bellavista en Los Caños, en Teis.

Ella fusionó ambas inclinaciones laborales en una, y creó un pequeño imperio que combina el dulce a través de las cuatro pastelerías de El Molino en Vigo, y la hostelería a través de la empresa de cátering del mismo nombre, con sede en Redondela, y a cargo de dos de sus cinco hijos, Bárbara y Fernando, que ha jugado un papel esencial: «Gracias a ellos y a su apoyo constante, yo sigo aquí», reconoce.

Dolores Fernández es una empresaria de éxito, pero no fue fácil. Aunque gateaba por el obrador familiar y subida al mostrador las clientas le enchufaban el biberón —«yo no lo recuerdo, pero eso dicen»—, cuenta, sus aspiraciones iban por otro lado. Su hermano mayor, el corredor de ralis y galerista, Beni Fernández, se iba a quedar con el negocio de sus padres y a ella le tiraba la economía. «Estudié Empresariales y luego preparé oposiciones al Banco de España, que aprobé. Estaba trabajando en Madrid cuando murió mi madre con 48 años, y me vine. Ahí el gen tiró de mi y pensé que había que cuidar aquella herencia», relata. El sector lo conocía, pero tras estar un par de años con su padre, empezó casi de cero al hacerse cargo de El Molino, su primer establecimiento era del pastelero Julio Sobrino. Estaba en Colón, 22 (no en el pequeño que cerró hace un par de años, sino en un enorme y precioso salón de té) y fue el inicio de una historia propia, que respeta la tradición, se apoya en el trabajo artesano y en la excelencia del producto, pero está atenta a las últimas técnicas, a la estética y a las novedades.

«Hemos pasado por momentos difíciles, pero siempre hemos estado ahí», afirma. En el aspecto laboral destaca la formación continua, el buen producto (Valrhona es su chocolate de cabecera) y la importancia de que su plantilla esté a gusto: «Si en igualdad de condiciones hay uno que es muy buen profesional, pero otro es mejor persona, me quedo con quien es mejor persona», asegura, porque sabe que va a salir lo mejor de un ambiente agradable y lo peor de uno tenso.

Su inspiración ha sido siempre la pastelería francesa. Sus cruasanes no tiene nada que envidiar a los galos. Dolores salió a aprender a Barcelona con maestros como Baixas, que la «adoptó», pero cuando descubrió el escaparate de cinco metros de semifríos de Fusson en París, se dijo: «Esto es lo que quiero». No olvidarse de los pasteles de siempre, las cristinas, milhojas, petisús, bollos de leche, etcétera, pero sumarles la elaboración de pastelillos finos, fue un bombazo. La innovación en tartas fue otro. La de té (que lleva té de Ceilán), la Top One en su empresa, tuvo unos inicios desastrosos. «No se vendía. Estuvimos a punto de retirarla», revela. Pero la salvó una gran boda hace 30 años. «Entonces se hacían en el Club de Campo y una novia no quiso de aquellas de pisos, nos pidió la de té», cuenta. A partir de ahí llegaron muchas más.

Premios y mujeres  

La Federación Empresarial de Turismo y Hostelería de la provincia (Feprotur) acaba de premiar la trayectoria de la empresa viguesa. No es el primer galardón ni será el último. El penúltimo, un Solete Repsol que luce en sus escaparate como garantía de calidad y buen hacer. Dolores recuerda que el espíritu de empresa y de negocio era el de su madre. Y por eso no resultó raro ser la heredera del negocio ni que apostara por un obrador lleno de mujeres cuando no había ninguno (porque según cuenta, aducían los hombres la presencia femenina les distraía de su labor» ni que fuese en su día presidenta del sector.  Dolores apunta que Vigo siempre ha sido un referente en el sector, con pastelerías como Las Colonias, Arrondo, Marbella o Ramos, entre otras que se recuerdan a través de generaciones.