
Con 4 años, Delia Araújo cruzó el océano en barco para reencontrarse con sus padres, emigrados a Caracas; con 27, regresó a Vigo y montó junto a su marido la tienda de lencería Hobby's, donde lleva 33 años
01 mar 2025 . Actualizado a las 00:35 h.«A los 12 años, mi madre me compró mi primer sujetador en Hobby's. Treinta años después sigo siendo clienta», cuenta Laura, una de las fieles al comercio local en lo que a ropa interior se refiere. Al otro lado del mostrador está Delia Araújo, que llevaba tres con la tienda abierta cuando la niña Laura estrenó aquella prenda de lencería.
Delia atiende ahora sola su establecimiento, desde que hace tres años su marido Avelino Casal se jubiló. Pero la aventura empresarial la vivieron juntos desde mucho antes. Ambos nacieron en Ourense, pero como hijos de emigrantes crecieron en Venezuela y se conocieron en Caracas, donde él trabajaba en el sector de la perfumería.
Cuenta Delia que regresó a Galicia con 27 años y eligieron Vigo porque en esta ciudad vive su hermana. «Quisimos montar una perfumería, que era lo que nosotros conocíamos, pero no era fácil, nos ponían muchas trabas si no formabas parte de alguna de las cadenas que había, así que al final se decantaron por poner en marcha una tienda de ropa interior masculina y femenina, corsetería, pijamas, camisones, batas de casa, albornoces, calcetines, medias, pantis y complementos.
«Empezamos en un gremio que no conocíamos y nos resultaba un poco difícil a veces, incluso con el lenguaje, ya que por ejemplo, lo que allá se le llamaba pantaletas aquí son bragas, lo que en Venezuela son fondos, aquí son combinaciones..., en fin, pequeños detalles de adaptación, pero poco a poco nos fuimos ganando mucha y muy buena clientela», reconoce.
La empresaria explica que vivieron buenas y malas temporadas económicas del país «y fuimos creciendo para bien, con mucho esfuerzo y con mucho trabajo, pero es mucho peor desde que llegó la globalización de las empresas que fabrican fuera ganar para abaratar costos, que vino a traer a las multinacionales de mercancía de fácil disponibilidad, pero de baja calidad», lamenta, asegurando que tienen que «luchar mucho contra todo eso, y la publicidad, las influencers, la moda rápida... aquí tienes que ganarte mucho al público», cuenta, y recuerda cómo la clientela mayor ha ido mermando y la joven pasó de comprar en pequeños comercios a hacerlo e multinacionales e internet. La profesional argumenta que a esas edades no tienen problemas de tallaje: «Cualquier cosa les queda bonita, la calidad no es la misma, pero no les preocupan porque cada mes se compran prendas por 10 o 12 euros. Ese tipo de público lo hemos perdido. ¿Dónde nos mantenemos bien? Con una clientela de mediana edad, con un buen trabajo y que quiere calidad», se sincera añadiendo que «antes, las familias compraban cuando podían y si no podían, no compraban, pero el estilo de vida ha cambiado y hay otras prioridades».
La responsable de la lencería ubicada en el eje que vertebra el barrio de O Calvario asegura que han resistido «porque somos gente humilde y trabajadora que está al pie del cañón de lunes a sábado y hemos tenido que prescindir de empleados para poder sostenernos, esa es mi pequeña trayectoria», resume.
Pero hay mucho más en su relato vital, empezando por el sacrificio que supuso para sus padres dejar su casa en Galicia y cruzar el Atlántico buscando un porvenir. Delia y su hermana se quedaron. Al principio, al cuidado de sus abuelos y sus tíos hasta que, con 4 y 6 años, se embarcaron rumbo a Venezuela para reencontrarse allí. De vuelta décadas después, sus padres y sus suegros lo invirtieron todo en Vigo.
Delia Araújo reivindica el pequeño comercio. «Yo pediría a los políticos que a los autónomos nos dieran más facilidades, pero no por un año, tendrían que adecuar los impuestos para que se puedan mantener a lo largo de los años. Si queremos tener algo para nuestra jubilación, tenemos que pagar mucho para recibir poco», se queja. La comerciante reflexiona: «¿Qué sería de las ciudades sin tiendas, sin escaparates? Las empresas lo están pasando mal para mantener calidad y precio, pero no pueden bajar costes para competir con copias mal hechas», afirma la mujer de 63 años, que tiene dos hijos, de 36 y 44 años que están en otro gremio, pero nunca se han planteado «estar tantas horas sujetos, sin pagas y sin nada». Delia es propietaria de su local y es consciente de que «la buena atención personalizada es lo que nos mantiene». Le gustaría traspasarlo cuando le llegue el retiro, pero sabe que es difícil. Por otra parte, recuerda que para ella emigrar fue un gran aprendizaje: «Veníamos en verano, a España siempre la tenía en mi mente y en mi sangre, pero ahora que estoy aquí también tengo morriña de Venezuela, que nos dio tanto y que en este momento está pasando una situación muy difícil y hay que abrir las puertas a quienes nos acogieron».
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