La locura del maratón navideño

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

VIGO CIUDAD

CESAR QUIAN

12 ene 2025 . Actualizado a las 13:21 h.

Vigo apaga sus luces de Navidad hoy. Bendito apagón. Nos estamos volviendo locos. Las Navidades ya son cuatro semanas sin parar, encima detrás vienen las rebajas. No se trata de ejercer de grinch navideño, de odiador de las fiestas, pero no tenemos límites. Ha sido un maratón con todas sus consecuencias, en el bolsillo, en la salud. Dicen que esta expansión brutal, colosal y casi salvaje del ocio es una consecuencia lógica de la reclusión de la pandemia. No lo sé. Solo pienso en el último mes y me mareo. La primera semana fue la del finde del 15 de diciembre. Empezaron las cenas de empresas, los primeros encuentros de amigos, las comidas de parejas. Después llegó la semana que alcanzó al miércoles 25 de la navidad. Detrás vinieron otros siete días con una agenda de locos de visitas, compras y salidas que alcanzó al concierto de año nuevo del miércoles 1. Los que todavía quedamos en pie, tuvimos que afrontar otra semana de festividades hasta el lunes 6 de Reyes. Y entonces se nos vinieron encima las rebajas. Es imposible aguantar semejante ritmo. No es un problema de salir con el hígado tocado o con menos dinero, que también. Los números infrarrojos nos llevan a la quiebra que culminará en la peor cuesta de enero que recordaremos cuando nos pasen los cargos de las tarjetas. O esa manera de pagar hoy, todavía más fácil con el móvil, que parece que no te dejas ni un euro y has perdido un riñón y medio. Es alucinante. Se establece encima una competencia entre ciudades. Cada vez más, los hay que encuentran tiempo en eslabón festivo para irse unos días a Canarias o a Sevilla o a Madrid o a Londres. Somos como esos antepasados nuestros, los nobles arruinados, que lucían capa, pero una capa llena de agujeros y remiendos. No tenemos un euro y nos gastamos los sueldos de los próximos dos años, si es que los cobramos. París era una fiesta es un chiste al lado de lo que acabamos de vivir en Navidad, en este país. Los políticos siguen peleados, pero los ciudadanos estamos felices. Las fiestas han sido la consolidación del llamado tardeo. Es la prolongación habitualmente etílica de lo que era tomar el vermú y las tapas, solo que ahora la reunión se celebra por la tarde. Sabes que una función de tardeo entre un grupo de amigos va bien cuando ves sobre una mesa en una terraza con un frío de la leche a un montón de gente gritando felices, con unos treinta botellines sobre las mesas y unas diez copas de balón y se escucha que uno de los participantes dice: «Oye, irá siendo hora de cenar, que, con las coñas y las copas, se nos ha olvidado». La frase la he escuchado a las once y media de la noche, casi las doce. Toda la tarde del tardeo escanciando, haciendo honor al villancico de los peces beben en el río, y con los estómagos vacíos. La combinación perfecta para la resaca del siglo. Pero es lo que buscamos: la resaca eterna, olvidarnos de quiénes somos. Las entrañables fiestas familiares han mutado en una ceremonia sin fin del consumo. En una yincana de mucha graduación y poco sentido común. Hemingway escribiría hoy España es una fiesta.